n premeditado postureo, el presidente Sánchez quiere ser aplaudido allá por donde vaya. Si Kim Jong-un participara en reuniones internacionales también hubiera montado un teatrillo con sus generales a la vuelta de alguna de ellas, los serviles uniformados batiendo sus palmas con denuedo. La escena que nos afecta tuvo lugar en Moncloa, plató que los ministros usaron para agasajar al héroe que llegaba del Consejo Europeo. El piernas de Iván Redondo puso la oportuna cámara que recogió tal momento, inédito en nuestra historia institucional. El bochorno se repitió de nuevo esta semana cuando el Grupo Socialista abarrotó sus escaños del Congreso, a pesar del acuerdo de limitar la presencia a la mitad de ellos, con idéntico propósito: hacernos creer que España ha conjurado la crisis económica gracias a la magnífica negociación de nuestro presidente en la UE. Cada vez más, para algunos la política consiste en ser los más listos tratando al ciudadano como el más imbécil. Tras los aplausos de la clá hay, sin embargo, una realidad que no se podrá ocultar por más palmeros que se compongan el reparto. La ayuda europea se dice que es de 140.000 millones de euros, aunque no es cifra recogida en documento oficial alguno. Si se consiguiera, se trataría de un fondo que apenas llega al 12% de nuestro actual PIB, cuando ya llevamos acumulada una caída interanual del 22%. Pero además, sería dinero repartido en cinco presupuestos, con lo que a cada uno de ellos le llegará apenas una fracción de la erosión económica que ya ha producido la muy negligente gestión de la pandemia en nuestro país. El dinero no puede usarse para reducir el déficit público ni atender el gasto corriente, se debe aplicar a nuevos programas de recuperación de la economía. De manera que no se resuelve la grave crisis de ingresos públicos que ya se avizora, que es lo mismo que decir que se van a hacer insostenibles las actuales dedicaciones presupuestarias en gasto social y pensiones, que es lo mismo que decir que indefectiblemente habrán de llegar recortes, y recortes relevantes. El cuadro quedará más completo si situamos en él a los demás países europeos, que ya nos han cogido la matrícula -a España no le ha importado nunca ajustar ingresos y gastos, y la única cosa que el actual gobierno sabe hacer es aumentar los segundos-; son nuestros socios los que se reservan el derecho de hacer los libramientos según avancen las reformas.

El panorama es dantesco, y así hay que decirlo. En la crisis de 2008 en algunos ámbitos se instaló la idea de que era mejor hablar de que las cosas no estaban tan mal para conjurar ese aspecto intangible de cualquier recesión, el retraimiento del consumo y la inversión por causa subjetiva. Si decías que las cosas estaban mal eras un antipatriota. También en Navarra, el régimen y su cabecera mediática se empeñaron en demonizar cualquier opinión que tratara con realismo lo que estaba pasando, apelando a que no había que ser cenizos porque con esa actitud llegaban más estrecheces. Procedía preconfigurar una suerte de verdad oficial ajena a su cotejo con la realidad. Ahora mismo está pasando algo parecido, y los cínicos aplausos lo representan a la perfección. Sólo a un necio se le puede ocurrir batir palmas después de un acuerdo difícil en el que todos los países se han dejado pelos en la gatera. Al primer ministro holandés, como a la jefa del ejecutivo de Finlandia, les dirán en sus países que pueden haber sido engañados por ese país que hace lo mismo en los tablaos flamencos que en las sedes gubernamentales. Ya se asegurarán de que cuando les toque examinar los programas que presente España para acceder a los fondos no habrá ninguna sospecha de benevolencia. Pero además, si un vídeo se difunde se hace eterno, y se puede emplear en muchos momentos y con diversas intenciones. La oposición a Sánchez, esté donde esté, ya cuenta con él para ilustrar cada uno de los hitos, dramáticos hitos, que nos esperan en los próximos meses. La campaña electoral, toque cuando toque, dispone del primordial elemento iconográfico: pantalla partida, los palmeros en un plano y el drama en el otro. Estamos ante un momento catártico, seguramente un punto de inflexión político. En el 2008 aconteció cuando a aquella ministra se le ocurrió hablar de “brotes verdes” en medio de la hecatombe. Lo de ahora es mucho peor, y la respuesta política de Sánchez ya es indistinguible de la de Nerón: tocando la lira mientras Roma arde.

Sólo a un necio se le ocurre batir palmas después de un acuerdo difícil en el que todos los países se han dejado pelos en la gatera

Ya nadie cuestiona el desparrame del emérito, aunque aún no hay lo que tener para investigar si el hijo estaba al tanto

En lugar de abrir un proceso democrático para cortar el abuso, se deja caer al padre y se consolida el cortafuegos que salva a la institución