- Fue redactor de Diario de Navarra hasta 2007, después trabajó en la Universidad de Navarra, y allí en 2012 recibió el encargo del Gobierno Foral de elaborar la trilogía editorial Relatos de plomo. Ahora, la vida de Javier Marrodán (Pamplona, 1966) se ha encaminado fuera del periodismo, hacia el estudio de la Teología Moral en Roma, pero acaba de recibir un premio de la Fundación Víctimas del Terrorismo de manos de Felipe VI, por haber abordado con ahínco, empatía y compromiso el sufrimiento causado en tantos atentados. Otro de los galardones de este certamen fue otorgado al director y guionista Iñaki Arteta.

Con este galardón, pone un broche

a su etapa como periodista.

-Sí, de alguna manera el tema del terrorismo y sus víctimas ha sido una de mis especialidades. Yo empecé a trabajar cuando estaba en cuarto de carrera en el año 88 en Diario de Navarra, en una época de atentados frecuentes. Primero en el periódico durante bastante tiempo, y después en la Universidad, sobre todo con el proyecto Relatos de plomo, he tenido una convivencia estrecha con el tema. Y sí, el premio tiene algo de broche, también porque he cambiado de vida, y he dejado el periodismo en activo. Entonces es como cerrar esa etapa profesional, incluida esa dedicación más continuada al tema del terrorismo.

¿Cuál fue su propósito cuando se hizo cargo de estas coberturas en un contexto tan duro?

-Hubo un acontecimiento que me dio ciertas luces, cuando andaba todavía empezando. En diciembre del año 88 hubo un atentado contra la casa cuartel de Alsasua, pusieron unos lanzagranadas en la ladera de un monte próximo, y salieron disparados varios proyectiles. Un guardia civil salió desde el cuartel para intentar detener los lanzamientos, pisó una trampa, y la explosión le arrancó una pierna. Estuvo tiempo ingresado, y pensé en hablar con él, un chico joven de 26 años. Fue mi primera gran entrevista a alguien que había sufrido directamente el terrorismo. Me encontré un hombre muy aficionado a las motos, cuya vida iba a cambiar por completo. Y recuerdo que tuve la conciencia de que con esa entrevista, la crónica de lo que había ocurrido se enriquecía muchísimo. Tras ese pequeño descubrimiento procuré actuar en lo sucesivo, y cuando había un atentado, si era posible, trataba de entrevistar a las víctimas. Y luego en Relatos de plomo, cuyo objetivoera reconstruir de manera rigurosa y exhaustiva la historia del terrorismo en Navarra, de forma muy deliberada quisimos localizar a las familias, al menos de las víctimas mortales, grandes heridos o secuestrados, para contar sobre todo con sus historias particulares.

Otorga importancia a la escucha del sufrimiento.

-En Relatos de plomo recuerdo un atentado en el año 78 en el que mataron a un guardia civil, Manuel López González con una bomba junto a la iglesia de San Lorenzo, en Pamplona. La explosión hirió a un hermano suyo, Francisco, al que localizamos en Cáceres después de pesquisas casi detectivescas, y cuando dimos con él nos dijo: "a mí en 34 años nunca me había llamado nadie para hablar de esto". Eso nos volvió a ocurrir en unas cuantas ocasiones. Descubrimos que además muchos tenían ganas de hablar y de contar aquello. Más de uno nos dijo que casi les había supuesto un desahogo, recordando historias para ellos tremendas, pero algunos lo consideraban casi como un acto de justicia con sus familiares. Contarlo para que se sepa qué es lo que ocurrió y cómo fueron las cosas.

Cuando usted empezó, su director era José Javier Uranga, acribillado años antes a balazos en un atentado de ETA. Eso también dejó una huella permanente en la redacción.

-Fue en el verano del 80. Después de aquel atentado se convocó en Navarra la primera gran manifestación contra el terrorismo. Lo increíble fue que después de los 25 balazos que le pegaron, incluido un tiro de gracia que le atravesó la cara pero no lo mató, él seguía consciente. Se quedó ahí hecho un ovillo. Estuvo casi un año ingresado, le operaron un montón de veces, pero salió. Indudablemente era una referencia. A mí siempre me ha impresionado que cuando le dieron el alta le hicieron alguna oferta para trabajar en otros periódicos, y el pensó que si se iba lejos de Navarra era casi como si hubieran conseguido su objetivo de quitarle de en medio. Así que se quedó y aún estuvo otros 9 años de director.

¿Falta un libro al estilo de Relatos de plomo sobre otras violencias y atentados?

-Se podía hacer algo específico sin duda. En Relatos de plomo los acontecimientos que nos parecían que formaban parte del relato cronológico, de la cadena de hechos, los incluimos. Por ejemplo, hay una crónica muy extensa del asesinato de Mikel Zabalza en Intxaurrondo, nos parecía que era de justicia contar eso. También porque al final eran hechos relacionados entre sí. O los Sanfermines del 78, de las crónicas más largas de los tres volúmenes. Me parece que hay que sumar todos estos acontecimientos. Luego puedes poner el acento en un tema más concreto o contarlo desde una perspectiva. Pero tengo la impresión de que ya van saliendo también trabajos. Poco a poco se va completando el puzle de todo lo que ha ocurrido.

Al final, hablamos del potencial del infinitivo contar. La fuerza de contar lo que pasa.

-Contar es un verbo que me parece perfecto, siempre me he identificado mucho con él en mi trayectoria profesional. Para proporcionar elementos de juicio a la sociedad, que creo que en última instancia es el fin del periodismo, hacer que los ciudadanos se conozcan mejor a sí mismos y tomen más documentada o libremente sus decisiones, para eso hay que contarles bien lo que ocurre. Las historias con nombre y apellidos, de personas concretas, en el fondo me parece que son las más eficaces, más que un editorial con grandes argumentos más o menos vehementes. Yo me dedico, o tengo esa aspiración, a contar bien las historias.

"Este premio de la Fundación Víctimas del Terrorismo tiene algo de broche y de cierre de una etapa profesional en mi vida"

"Descubrimos que muchas víctimas tenían ganas de hablar y de contar, algunos lo consideraban casi un acto de justicia con sus familiares"