ías de insufribles marrullerías. Tiempo para el exabrupto, el transfuguismo descarado y la puñalada trapera. El pestilente olor de una política cruel por frentista y, sobre todo, encallada en el fango, posiblemente sin remedio para varios años. Tampoco es algo desconocido, pero ocurre que se ha desmadrado el voltaje con tantos despropósitos. Han bastado siquiera cuatro días para descender al infierno más soez de la política. Ese cóctel fétido donde se entremezclan ambiciones desmedidas, cainismo exacerbado, verborreas tabernarias y desafiantes discursos. Mientras la ciudadanía sigue sobresaltada por la temeraria polémica de AstraZeneca, siente llegar la cuarta ola del virus sin salir de puente ni de vacaciones y crece el pesimismo social por la economía casera, la política española entra en auténtico zafarrancho de combate partidista. Quizá nunca haya salido de la zapatiesta, aunque ahora tiene la disculpa de que llegan las elecciones del 4-M en Madrid, algo así como el ensayo de unas generales.

En la Corte hay más tensión que nunca y no es una frase hecha. El órdago electoral de Miguel Ángel Rodríguez aterra por el miedo generalizado a sus consecuencias. Nadie se siente ajeno al riesgo de la quema, ni siquiera la propia Díaz Ayuso, obligada a seguir gobernando. Los entusiastas palmeros de la presidenta solo discuten por el alcance de la goleada. En cambio, los analistas de la derecha con veteranía y retranca prefieren tentarse la ropa. En su caso, elevan el foco, advierten de que en una circunscripción electoral única como la Comunidad de Madrid no se penaliza la dispersión del voto, recuerdan que no es lo mismo fichar tránsfugas que sumar votos y que la izquierda se quedó a un paso de la mayoría absoluta en el último examen. Vienen a decir que queda partido por jugar.

Murcia ha tensionado innecesariamente el ambiente. Al final, todo se ha reducido a dinamitar aquí y allí la estabilidad, a una vergonzosa exhibición de espúrea codicia y al éxito por carambola de Vox -tendría en su mano la cartera de Educación-, que entierra, de paso, el enésimo giro al centro de Casado para mayor gloria del aznarismo. Un desenlace de hondo calado ideológico que quita la careta sin pudor a la derecha y que desde la izquierda se aprovechará como espejo en Madrid para alertar de su riesgo más que probable. En suma, el siguiente capítulo de la eterna pelea de bloques enquistados que tanto daño hace al diálogo entre diferentes para la apuesta de país, sobre todo en estados de necesidad como el que provoca la actual pandemia.

Es probable que los dos bandos rumien satisfechos el sainete murciano para encarar la descarnada carrera electoral de mayo. En el PP, porque han evitado el ridículo de quedarse sin otra autonomía, se cobran el desahucio de Ciudadanos como rival directo y creen que refuerzan la idílica apuesta del centroderecha mientras al fondo, no obstante, se escuchan las risas irónicas de Abascal y los suyos, cada día más crecidos. A su vez, en el conglomerado de la izquierda sienten que la alianza PP-Vox les rellena sin esfuerzo el mensaje mitinero para animar el voto de los suyos, aunque en cada una de las familias tienen su propio drama por resolver.

Parte de agravios. En el PSOE, siguen lamentando la carencia de un candidato con colmillo retorcido para encarar un duelo que será de cuchillo en la boca. En Unidas Podemos, aún no se han repuesto de la sonora bofetada de la errejonista Mónica García despreciando la candidatura de Pablo Iglesias cuando se las prometían felices por el paso al frente de su líder. En Más Madrid, finalmente, tratan de evitar que el divorcio en la lista de su equipo de concejales en el Ayuntamiento de la capital empañe en las urnas autonómicas la figura política y mediática de una excelente candidata, en la que tantas expectativas tienen depositadas. Eso sí, nada comparable con la agonía de Ciudadanos, donde los partidos mayoritarios tratan de apropiarse de sus restos. Una formación que llora sus miserias por las cuatro esquinas, convertida en fuente inagotable de tránsfugas sin rubor ni escrúpulos donde Fran Hervías es su estandarte más vergonzoso. Su debacle se antoja propia de los libros de historia política en el capítulo dedicado a las estrategias de inmolación y a las vanidades personales. Y a todo esto, ¿quién se ocupa del Gobierno independentista de Catalunya, de la mesa de diálogo y del futuro penitenciario de los líderes condenados del procés?

Murcia ha tensionado innecesariamente el ambiente; todo se ha reducido a dinamitar aquí y allí la estabilidad y a exhibir codicia