a reciente victoria talibán en el Afganistán parece la consagración del terrorismo en el mundo. Porque a manos de los guerrilleros afganos sucumbieron los ejércitos invasores de los más poderosos países de los tiempos moderno : Imperio Británico, Unión Soviética y los Estados Unidos.

Y si militarmente esto parece cierto, la realidad es diferente. Los talibán son fundamentalistas islámicos, no guerrilleros. Sus victorias sobre la alianza occidental que los había echado del poder hace 20 años se debió a una guerra de guerrilla -que incluye actos terroristas- que triunfa solo si cuenta con el apoyo de la población indígena. Con otras palabras: a británicos, rusos y estadounidenses los echó del Afganistán el pueblo afgano.

Esta confusión tan frecuente del terrorismo con la guerrilla se debe a que ambos fenómenos tienen en común ser un juego de los absurdos. Mientras los ejércitos están para hacer la guerra, los terroristas evitan la guerra; lo suyo es la puñalada trapera. O con más precisión: la opción más barata que tiene el débil en su lucha contra el poderoso. Consecuentemente, el terrorismo es tan viejo como la sociedad; y la guerrilla, tan vieja como el empecinamiento de no darse por vencido. Esto último lo practicaron los judíos contra los filisteos en Palestina, los romanos contra Aníbal en Italia, los españoles contra Napoleón, etc., etc.

Tampoco ningún débil -es decir, ninguna guerrilla- le ha hecho ascos al terrorismo cuando se ha enfrentado a un enemigo más numeroso o fuerte. Porque una confrontación en estas condiciones solo tiene sentido si se evita la confrontación con los ejércitos tradicionales y el poder establecido. El que el terrorismo guerrillero y el terrorismo a secas sean innecesariamente cruel e injusto -las víctimas son mayormente población civil- no entra en el planteamiento terrorista. Este busca solo el mayor impacto al menor coste. Y hoy en día, en un mundo abrumadoramente mediatizado, el terrorismo tiene dos metas: el daño causado al enemigo y el impacto en la opinión público. La prensa sensacionalista es su mejor aliado ya que hace de un atentado un acontecimiento.

De todas formas, si la opinión pública de hoy en día es tan impresionable ello se debe -entre otros factores- a una falta de memoria. Porque solo ha de impresionar lo extraordinario y el terrorismo ha sido pan nuestro de cada día desde el siglo pasado hasta hoy. Así, ya en los años veinte del siglo XX los sionistas de Palestina recurrían al terror con Haganah para echar residentes musulmanes. O, a mediados de ese mismo siglo, a atentados sangrientos para echar a los británicos del Protectorado y proclamar la independencia (por ejemplo, el atentado del Hotel Rey David perpetrado por Irgun en 1946).

Del bando contrario, del mundo islámico surgió la réplica terrorista en 1970 con la fundación de Septiembre Negro en el seno de la Organización para la Liberación de Palestina. Fue autor e inspirador de infinidad de atentados y organizaciones terroristas musulmanas.

Y sin motivación religiosa, pero en plena vorágine anticolonialista el FLN (Frente de Liberación Nacional) argelino que acabó poniendo fin al imperio colonial francés en África. En el rosario de revoluciones anticolonialistas, los comunistas del Viet Cong recurrieron masivamente al terrorismo para echar los franceses de Indochina. Su lucha inspiró fuertemente el anticolonialismo africano del siglo XX.

Pero el atentado más espectacular en su día (y olvidado actualmente por la opinión pública) y pionero de los secuestros de naves y aeronaves fue el apresamiento en 1961 del trasatlántico portugués Santa María por un grupo de opositores a Oliveira Salazar. Su larga crisis supuso también el lanzamiento del militar luso Humberto Delgado -mediador oficial en el caso- a la fama. La fama de Delgado fue efímera, pero constituyó el primer acto del derrumbe de la dictadura de Salazar.