L papel lo aguanta todo. Y el de los Presupuestos, también. De aquí a que se apruebe una Ley de Vivienda habremos visto la entronización enfervorizada de Pedro Sánchez en el 40º Congreso del PSOE; de aquí a que las sociedades paguen realmente el 15% impositivo, Yolanda Díaz habrá consolidado holgadamente su liderazgo para frenar con poderío la previsible hemorragia electoral de quienes un día soñaron con tocar el cielo, retando al socialismo centenario. Así se explica el súbito entendimiento desde una profunda discrepancia sobre dos materias procelosas entre los dos auténticos paladines de un Gobierno de coalición y así asegurarse sus respectivos intereses políticos. Del cumplimiento de este inesperado pacto no se espera fruto alguno ni siquiera a medio plazo. A cambio, esta legislatura acabará estando en las mismas manos que ahora para desesperación de un PP, cada día más ensimismado con sus encuestas favorables.

A una semana de su ascensión al Olimpo en Valencia, Sánchez ha regenerado su habilidosa cualidad de prestidigitador para mayor gloria. Allí donde Ábalos siempre acababa enfureciendo a Pablo Iglesias cada vez que le doblaba la mano mientras discutían sobre la política del alquiler; allí donde la comisión de expertos busca desde hace meses una salida decorosa a la reforma fiscal, el presidente lo ha acabado resolviendo en medio de un café. Le bastó una llamada a la vicepresidenta con más acento ideológico de todo su gabinete para allanar de un plumazo el camino hacia la ansiada aprobación de los Presupuestos más determinantes para culminar incólume su mandato.

Díaz acudió rauda, sabedora de los réditos personales que le supone arrancar un doble acuerdo de hondo significado social, aunque sea sobre papel mojado. Con estos minutos de gloria efectiva, Yolanda Díaz almidona su personaje. Es mucho más que un valor en alza. Su justificada consolidación política empieza a inquietar a ese sector del PSOE celoso de la defensa ortodoxa de los auténticos valores de la izquierda. Pero el cálculo sanchista es otro. La vicepresidenta será la salvación socialista. Con su ascendencia, piensan Bolaños, Sánchez y Tezanos, contendrá al alza la pronosticada caída del bloque que hoy representa Unidas Podemos y así permitirá encarrilar una mayoría para otro gobierno de coalición. De hecho, esta hipótesis de futuro se acoge con abiertas dosis de posibilismo entre quienes favorecieron la defenestración de Rajoy, principalmente porque cada día sienten más escalofríos cuando piensan atemorizados en los efectos de una alternativa de derechas.

Con la boca pequeña, en esos rincones de los halls de hotel que empiezan a poblarse en el Madrid de la normalidad de siempre, corre la desesperanza sobre la suerte del PP. Para desesperación de Pablo Casado y su corro de influencia, su insuficiencia es similar a la inseguridad que transmite la política camaleónica de Sánchez. Ningún empresario energético de puño en la mesa ha acudido al líder de la oposición para que les socorra en estos tiempos de borrasca e indefensión. No le atisban el pedigrí necesario para las grandes ocasiones. Quizá algo menos desde que haya decidido definitivamente guiñar el ojo a Vox sin quitarse de encima el fantasma amenazador de Ayuso porque los dueños del dinero saben que esas alianzas no gustan nada en Bruselas, cuna del maná de los fondos europeos.

Con todo, un problema mucho más inmediato representa el rey emérito. Un incómodo hueso atravesado en la garganta de todas las instituciones del Estado, empezando por la primera. Por encima del previsible archivo por parte de la Fiscalía de las tres causas judiciales abiertas, inquieta los efectos de su regreso a España. Nada más favorecedor para el enardecimiento del ardor patrio que las adhesiones a Juan Carlos que se suponen en pleno barrio de Salamanca mientras pudiera cohabitar con su hija Elena, una vez vetada y con razón en la Zarzuela. Nada más inquietante para el sosiego democrático y la estabilidad que arranque sin freno un cruce de desafectos y trapos sucios entre los dos sectores monárquicos defensores de padre e hijo. En el fondo, y al margen del desenlace plagado de expectación, que se antoja bastante próximo a medida que se va creando el clima necesario para mitigar en lo posible su onda expansiva, resulta palmario que volverán a quedar en papel mojado aquellas aspiraciones iniciales de que la Justicia caería sobre todo tipo de tropelías que violaran las leyes, aunque las cometiera un monarca.