Pamplona - La entrada del fuerte de San Cristóbal, en el monte Ezkaba, congregó ayer a decenas de personas para rendir homenaje a los más de 800 presos que participaron en la fuga masiva del 22 de mayo de 1938. El acto, organizado desde hace más de treinta años por la asociación Txinparta Fuerte de San Cristóbal, Red de Memoria Colectiva, conmemoró el 81º aniversario de la huida en la que fueron asesinados a tiros más de doscientos reclusos.

Aunque la lluvia marcó la convocatoria, los asistentes no fallaron a una cita marcada por la emoción, a la que también acudieron diversos representantes institucionales como Ana Ollo, consejera de Relaciones Ciudadanas e Institucionales, José Miguel Gastón Aguas, director del Instituto Navarro de la Memoria, o Ander Oroz, alcalde de Ansoáin, entre otros.

“Nuestro objetivo es que aflore lo aquí enterrado, que los mayores venzan el silencio, que la historia llegue a las generaciones jóvenes? que ni los sucesos ni las personas que los padecieron queden en el olvido”, subrayaron desde Txinparta.

“Estamos trabajando en recuperar el listado de todos los aquí encarcelados, tras esta puerta y ya hemos puesto nombre a muchos de ellos”, añadieron.

El homenaje anual recuerda a todos los presos republicanos que estuvieron encerrados en el fuerte entre los años 1934 y 1945, aunque en esta ocasión el acto puso el foco en los llamados presos gubernativos, aquellos de los que no quedaron registros documentales porque ingresaron en prisión sin ser sometidos a juicio. “¿Cuántos fueron? ¿Cuántos salieron libres? ¿Cuántos fueron asesinados?”, se preguntaron desde la asociación.

En este sentido, agregaron que “sabemos que los trajeron a San Cristóbal porque se dijo en su pueblo, porque lo contaron cuando regresaron a su hogar, porque sus familiares vinieron a visitarlos”, aunque después “no se supo nada de ellos, desaparecieron, los desaparecieron, los asesinaron, los escondieron”. Por ello, sostuvieron que “queremos visibilizarlos, decir bien alto que estuvieron aquí y en la medida de lo posible ponerles nombre y recuperar sus historias”.

Víctor Oroz Lizarraga, presidente de la asociación convocante, explicó ayer que desde Txinparta vieron la necesidad de dar un espacio a este grupo de presos: “Todo el mundo conoce la fuga, es lo más épico, pero hubo presos que no aparecen ni en los listados”.

Por este motivo, Oroz detalló que hablar de cifras concretas es una cuestión casi imposible: “Por los informes que se recogen en el libro Navarra 1936: de la esperanza al terror, sabemos que en Navarra fueron cerca de 250 pero también llegaron desde Gipuzkoa o La Rioja”. El presidente de Txinparta lamentó la ausencia de registros con los que conocer datos verídicos: “Son los presos más invisibles”.

Algunos de los familiares y allegados de los presos que habitaron en el penal relataron ayer sus vivencias, como la carta que escribió el sangüesino Javier Rocafort Apesteguía y que ayer leyó Maite Rocafort, su nieta. Miren Irigoyen, nieta de Manuel Irigoyen Mitxelena, de Oiartzun, y María José Olaizola, nieta de Leoncio Aranburu Aguirre, concejal del PNV en la misma localidad, también reivindicaron la memoria de sus abuelos, así como Félix Caperos, nieto de Miguel Caperos Aragón, vecino de la localidad riojana de Casalarreina. “Conocer el trasfondo familiar y de sufrimiento que existió detrás de todos los presos es una forma de vestir de vida y emoción los nombres que engrosan largas listas”, indicó Oroz.

El acto contó con otros momentos emotivos como la interpretación de los txistularis o un aurresku como muestra de consideración y respeto. La música fue protagonista durante el día de ayer y el grupo Taupadak versionó Maravillas de Berri Txarrak, y La Estancia de Barricada, entre los aplausos y la emoción de los allí presentes.

Botellas para recordar Este año, al igual que el pasado, los organizadores quisieron que el símbolo protagonista fuesen las botellas. Estos recipientes de vidrio aparecieron junto a los cadáveres de muchos de los presos fallecidos tras aquel suceso o a causa de enfermedades y que fueron enterrados en cementerios o fosas cercanas al lugar. Junto a los cuerpos, frecuentemente se encontraban botellas que contenían un papel con el nombre que identificaba al cadáver y gracias a ellas se ha facilitado la identificación de muchos presos. Por este motivo, se colocaron varias botellas, aunque en esta ocasión el contenido era distinto: mensajes de recuerdo y cariño y flores para poner voz a aquellos que nunca más pudieron alzarla.