pamplona - Sabino Ormazabal (Donostia, 1953) fue compañero de lucha de Gladys del Estal. Presenció el asesinato de la joven y estuvo presente cuando sus padres llegaron a Tudela después de lo ocurrido. Una tragedia que marcó su juventud y que 40 años después se niega a olvidar, por lo que ideó el documental Ez eskerrik asko! La ventana de Gladys, del que es el guionista.

¿Cómo surge la idea?

-Durante años hemos recordado a Gladys y el año pasado, en el 40º aniversario, creímos que había que hacer algo más y la idea de un documental ya estaba en el aire para recordar a Gladys, un símbolo de la lucha ecologista y antinuclear.

¿De qué conocía a Gladys?

-Yo la conocí en el grupo ecologista que creamos en el barrio de Egia de Donostia. Ahí hicimos cosas para el barrio: exposiciones, talleres o limpiezas del parque Cristina Enea, que nosotros llamamos Gladys Enea. Luego ya nos metimos en los comités antinucleares.

Era una joven comprometida, ¿no?

-Era una muchacha muy activa. Tenía una carrera y estaba empezando otra. Trabajaba en algunas empresas de informática y lo compaginaba con su actividad en el barrio. Además, estaba en los cursos de alfabetización para adultos dando clases. No sabíamos de dónde sacaba el tiempo.

¿Cómo recuerda el día en el que asesinaron a Gladys?

-A mí me tocó estar cuando llegaron sus padres. Fue algo muy fuerte que me marcó mucho. Pero fue todo un sinsentido. Estábamos en una fiesta reivindicativa pidiendo el cierre de las centrales y del polígono de tiro que contaba con todos los requisitos para llevarse a cabo. Por eso no tiene ninguna lógica que entraran dentro del recinto festivo, cuando todavía no se había terminado el permiso, disparando botes de humo y con pelotas de goma. Entonces, Gladys y muchos más se sentaron en el suelo como protesta pacífica. Llegó la Guardia Civil, quitaron los seguros a sus armas y uno de ellos le pegó con el subfusil en la nuca y se disparó una bala que le salió por el ojo. Luego estando en el suelo desangrándose no nos dejaron meterla en un coche.

Habría sido un momento de mucha tristeza y también de rabia, ¿no?

-Sí. Fue algo que marcó a mucha gente. Encima al guardia civil que la mató le condenaron a 18 meses, por lo que ni pisó la prisión, y después fue dos veces condecorado por su labor en la Ribera. 18 meses y dos condecoraciones, le salió barato matar a una chavala de 23 años.

¿Marcó un antes y un después en el movimiento ecologista?

-Se convirtió en un símbolo de la lucha. Mucha gente se incorporó a raíz de lo sucedido y el movimiento se extendió. Es lo que trataban de evitar con aquella actuación de la policía, intentar que el movimiento no fuese a más. Pero no fue así.

Ahora queda luchar por que se le reconozca como víctima, ¿no?

-Claro, y es que reúne todos los requisitos para ello. Porque no vale con decir: “qué pena que muriera”. No fue un accidente y es necesario que el Estado reconozca el daño que hizo.

Sin embargo, hay muchas trabas, por ejemplo, el Tribunal Constitucional echó para atrás las leyes de víctimas de abusos policiales de Navarra y la CAV...

-Todavía queda mucho por hacer porque no se quiere reconocer que a todas las vulneraciones de Derechos Humanos corresponde el mismo reconocimiento, se hayan perpetrado por fuerzas del Estado, de ETA o de otros grupos paramilitares.