- “Cuando la crisis acabe las cosas no van a cambiar para nosotras, vamos a ser las últimas siempre porque la limpieza no está considerada como un trabajo de verdad, con todos sus derechos”, dice resignada Maite (nombre ficticio), donostiarra de 45 años asentada en Pamplona “desde hace media vida”. Hace tres semanas esta empleada del hogar, que lleva trabajando los últimos dos años sin contrato para la misma familia, se vio con una mano delante y la otra detrás cuando sus empleadores le dijeron que no volviera a la casa al menos hasta que la crisis pasara, algo que la dejó sin ingresos con los que mantener a sus dos hijos, más allá del sueldo de su marido que se ha visto reducido al estar implicado en un ERTE.

Maite, hasta ahora, cobraba cerca de 400 euros mensuales por trabajar de limpiadora nueve horas a la semana. El “acuerdo oral” al que llegó con sus empleadores no contempla finiquito ni días de vacaciones, sino que “si los jefes se van 15 días de vacaciones se traduce en 15 días que no cobro”, cuenta. La empleada del hogar admite que, aunque su jefa nunca sacara a la palestra la opción de firmar un contrato, ella tampoco lo hizo “porque sabía que si no aceptaba, lo haría otra persona que sí estuviera dispuesta y me vería en las mismas. Así se va haciendo la bola”, explica.

A pesar de recalcar que, en principio, no está “en la calle”, admite que no puede esperar a que se restaure la normalidad porque “la vida sigue, los días pasan y los gastos llegan” y necesita contar con una fuente de ingresos. Por ello, Maite ha conseguido empezar a trabajar como personal de limpieza, de forma temporal, en una residencia de ancianos que va a servir para acoger a aquellas personas mayores infectadas con COVID-19. Aunque no vaya a trabajar directamente con las personas enfermas, Maite dice ir a trabajar con “auténtico pánico por poder contagiarme y exponer a mi familia, pero ¿qué voy a hacer? Las facturas hay que pagarlas tenga miedo o no, al final te la tienes que jugar”, narra.

“Si no lo hago yo habrá alguien que venga por detrás. Somos miles de personas las que estamos en la misma situación”, repite la empleada del hogar. Al final, para Maite los trabajos temporales y aquellos en los que no hay contratos de por medio son agarrarse a un clavo ardiendo, algo que sabe que no es una solución permanente. “Cuando podamos salir a la calle tampoco va a ser lo de antes. No pienso solo en el ahora, sino en lo que vaya a venir, que todavía puede ser peor. Habrá que ver cuánto dura la crisis y las posibilidades que tenga de seguir trabajando en la residencia, porque no tengo garantías de que me vuelvan a llamar de la casa donde he trabajado. Tendré que buscar otra cosa y sacarme las castañas del fuego, una vez más”, concluye.

“Si yo no aceptara trabajar sin contrato lo haría otra persona. Así se va haciendo la bola”

Empleada del hogar y limpiadora