a navarra Jasone García Amézqueta no lo sabía, pero lleva transitando a diario las calles y carreteras que hay junto a un arsenal de explosivos con el peligro potencial de reducir a escombros toda una ciudad, mediante una onda expansiva de 25 kilómetros. Por supuesto, alcanzaría su casa y; de hecho, ayer lo hizo. Jasone vive con sus dos hijos, Alejandro y Augusto, en Beirut, donde trabaja como cooperante de Cruz Roja desde 2011. El desastre de ayer en la capital del Líbano le pilló por sorpresa pero, por suerte para ella, no estaba allí. Vino a su tierra natal el 10 de julio para pasar el verano y volver este pasado lunes, "en caso de que los contagios por covid remitieran", afirmó. Lejos de ser así, el número de infectados se multiplicó por cuatro en el último mes en el país de Oriente Medio. Una desgraciada circunstancia, en un ya de por sí desgraciado país, que en cualquier caso, ha podido salvar su vida.

No solo eso, sino que el piso de encima y el de debajo de su casa quedaron destrozados, mientras que el suyo, un sexto, permanece intacto aunque no sabe por qué. "Esto ya lo he vivido", cuenta en referencia al terremoto que en 2010 arrasó Haití por completo. Por aquel entonces, Jasone hacía labores humanitarias en el país caribeño, pero en el momento del desastre estaba regresando de un curso formativo en el extranjero. "Me libré de milagro, pero no las más de 300.000 personas que murieron", las mismas que ahora han perdido sus hogares en Beirut y por las que Jasone confiesa que pasó llorando toda la mañana de ayer.

La navarra fue a la capital libanesa para trabajar en la crisis de refugiados por la Guerra de Siria, ya que el país vecino acoge un millón de refugiados sirios, además de 650.000 palestinos. No obstante, la situación que se encontró en su nuevo destino empeoraba todavía más la crisis migratoria.

Líbano es el cuarto país del mundo con mayor deuda interna, solo superado por Japón, Grecia y Barbados. El país de Oriente Medio gasta en torno a un 150% de su PIB. En cierta medida esto se debe a que Líbano es un país principalmente importador, por lo que la explosión del martes, producida en el puerto marítimo más importante y que prácticamente ha desaparecido tras la deflagración, supone un importante daño para la economía.

La importación de productos provenientes de países con mejor situación económica genera una gran subida de precios o hiperinflación cuando llegan al mercado de Líbano. Esto provoca que la libra libanesa tenga menos valor, porque cada vez hay que pagar más por el mismo producto o servicio. En definitiva, se trata de un bucle que encarece la vida de la ciudadanía a medida que esta tiene todavía menos capacidad adquisitiva. De hecho, el desempleo ronda el 25% y un tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza.

Debido al escaso valor de la libra libanesa en el mercado internacional, multinacionales importadoras de trigo y combustibles exigieron en 2019 el pago en dólares por parte del Gobierno. La sumisión del ejecutivo hacia otras potencias, principalmente Arabia Saudí, encendió las alarmas de la clase trabajadora y los sindicatos convocaron una huelga general en octubre. Unida a que, según Transparencia Internacional, Líbano es el 39º con más corrupción de un total de 180 y al cóctel de condiciones precarias desconocidas en el país desde la Guerra Civil entre 1975 y 1990, el parón derivó en protestas que continúan hasta el momento.

En medio de esa convulsa situación política, el primer ministro Saad Hariri renunció al cargo en octubre de 2019, y le sucedió Hassan Diab en enero. En ambos mandatos, la respuesta del Ejecutivo ante los disturbios fue violenta e incluso el Ejército llegó a matar a tiros a un joven en abril.

En Líbano el confinamiento llegó a mitades de marzo, aunque la revuelta siguió a pesar de perder fuerza. Los servicios sanitarios se colapsaron completamente, "con hospitales cerrados y unos servicios sanitarios al 40% de su capacidad para atender a los heridos de Beirut", relató Jasone. Entre las imágenes que le llegaron, pudo ver al portero de su comunidad ensangrentado, aunque, no tiene constancia "de nadie cercano que haya fallecido", se alivió.

Aparte del momento de la terrible explosión, algunas de las escenas más chocantes fueron las de trabajadores buscando entre los escombros con las cámaras de sus móviles. La cooperante dijo que es porque, simplemente, "no hay electricidad en todo el país". Y no es algo momentáneo por la explosión, sino que "los cortes de luz y agua son algo habitual por la crisis, que nada tiene que ver con las de occidente", matizó. La hambruna causada por la pobreza se ha visto agravada "porque la explosión derribó las torres donde el Gobierno almacena el trigo importado para fabricar pan que luego raciona", lamentó.

Con ese panorama, el futuro de Jasone es tan incierto como el de la Cruz Roja de Beirut, cuya central ha quedado destrozada. Pero hay dos cosas que sí que tiene claras: que sus hijos" no regresarán a Beirut", y que es "imposible acostumbrarse a estas cosas". Jasone espera no vivir un tercer "milagro" en mitad de otra catástrofe humanitaria. Pero, como dicen que no hay dos sin tres, sí que decide hacer una tercera predicción cargada del optimismo propio de sus vecinos de Beirut: "Los libaneses tienen canciones populares sobre la cantidad de veces que se han levantado, y sé que cantarán sobre esta".

"Los médicos alumbraban los escombros con móviles porque en Líbano no hay electricidad"

Cooperante navarra en Beirut