Charo Sádaba, decana de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra y una de las principales referencias en el estudio del impacto de la tecnología en la juventud, valora las consecuencias que la pandemia ha podido tener en este ámbito y advierte de que en los próximos años habrá que observar atentamente para detectar posibles cambios.

¿De qué manera ha afectado la pandemia a la manera en la que los menores acceden y usan la tecnología?

-En lo que se refiere a porcentaje de penetración de la tecnología en menores partíamos de unos datos muy elevados, y por lo tanto no ha habido una diferencia significativa con la pandemia. En lo que sí ha habido una diferencia clara es en el tiempo de uso. Ahí es donde ha habido saltos muy radicales. Hicimos un estudio sobre tiempo de uso en adultos en 9 países distintos y durante el confinamiento estricto la media el tiempo medio de uso de pantalla superaba las 9 horas diarias. La pandemia sí ha tenido ese efecto, de tenernos a todos por necesidad mucho más pegados a los ordenadores, videoconsolas o móviles. Tanto para trabajar y seguir clases como para tiempo de ocio, hablar con familiares y amigos o comprar. Según datos que vamos teniendo de después de los confinamientos, estos tiempos sí se moderan un poco, pero hay hábitos que quedan, y en este caso sí, sobre todo en un público más joven.

¿Ese cambio de hábitos puede ser problemático, sobre todo para los más jóvenes?

-Antes de contestar a la pregunta me gustaría hacer una salvedad. Hay muchísimo debate en el entorno académico sobre el concepto de tiempo de uso o tiempo de pantalla. Durante un tiempo se pensó que el tiempo de pantalla estaba particularmente vinculado a desórdenes o problemas, pero lo que apuntan las investigaciones, y cada vez de una manera más consistente, es que no es tanto el tiempo de pantalla sino el para qué. Es el contenido de ese uso lo que nos debería llamar la atención más que el tiempo. Esto se ve muy bien con el confinamiento. Todos estábamos pegados a las tecnologías pero la mayor parte del tiempo era para trabajar, dar clases o hablar con los amigos para mantener una vida social en un momento que no se podía hacer de otra manera. Yo estoy en esa corriente también.

Aunque pueda ser más o menos evidente, ¿qué es un buen uso de la tecnología y qué es uno malo?

-Creo que podríamos hablar de un mal uso o un abuso cuando esa dependencia excesiva para satisfacer una necesidad, bien sea social, de ocio o entretenimiento, se construye sobre todo a través de la tecnología. Creo que necesitamos dietas saludables. Durante el confinamiento la tecnología era imprescindible para la mayoría de estas cosas, pero ahora ya no, y una persona, y más una joven, necesita actividad física, aire libre, ver a otras personas cara a cara... En el momento que la tecnología sustituye eso en gran manera o totalmente y hace que se pierda interés o se desconozcan esas otras actividades estamos ante una situación problemática.

Un buen uso de la tecnología puede ser desde inocuo hasta beneficioso. ¿En qué se puede traducir un mal uso para los más jóvenes?

-Esas edades, incluso más tempranas que la adolescencia, son críticas, porque los menores están desarrollando muchas habilidades (creativas; de conocimiento del mundo, el entorno y de sí mismos, sociales...). En la medida en que esas capacidades, que son esenciales para el desarrollo de su personalidad, no son plenas o bien desarrolladas, si no se ponen medidas para asegurar que el crecimiento es adecuado, podría haber problemas.

Esas consecuencias pueden tener más importancia cuando hablamos de niños más pequeños, ¿cierto?

-Los grupos de menores y los jóvenes ha sido uno de los más señalados en cualquier estudio que se haya hecho de los efectos de la pandemia. Niños que están asustados, porque el contexto les ha hecho tener miedo, por ejemplo, al contacto con otros. Les han enseñado en los últimos años que ese contacto es malo, han adquirido unos hábitos que estaban marcados por la situación sanitaria, pero que no necesariamente son deseables. Así que sí, por lo menos es razonable hacerse preguntas sobre si esos cambios de hábitos en el consumo de la tecnología va a pasar factura. Habrá que observarlo en los próximos años.

¿Alguna de estas consecuencias es ya apreciable?

-Hay algo que se está viendo ahora. Hay adolescentes a los que les da miedo quitarse las mascarillas en clase. Han pasado de ser preadolescentes a ser adolescentes durante la pandemia, les ha pillado en plena pubertad, y claro, su cuerpo ha cambiado o está cambiando y se sienten inseguros. Les da miedo que en un entorno cara a cara, donde no se pueden poner filtros, sus compañeros vean sus granos, o el bigotillo. Eso puede tener efectos en el autoestima, dar lugar a ansiedad social... Vamos a ver, en cierta medida todo esto es connatural al adolescente, pero puede acentuarse. Por eso pienso que los riesgos tienen múltiples facetas en la vida cotidiana de estos jóvenes y por eso hay que tenerlos en cuenta.

En la mayoría de los ámbitos estudiados, las chicas tienen datos más elevados que los chicos. ¿Qué explicación le encuentra?

-En estudios que nosotros hemos hecho diferenciando entre niños y niñas las diferencias venían sobre todo por el tipo de uso. Las niñas, también porque en su fase madurativa la dimensión comunicativa se desarrolla antes que en el caso de los chicos, hacen un mayor uso de la tecnología para comunicarse con amigos o compañeros. Y normalmente ese uso es más intensivo, porque siempre tienes algo que contar.

Navarra destaca en el porcentaje de menores que han utilizado la tecnología para asistir a clase y en hogares preparados para ello. ¿A qué lo achaca?

-Muchos estudios internacionales ponen de relieve la importancia tanto de la renta familiar como del nivel socioeducativo de los padres. En el caso de Navarra también ha influido la iniciativa política de formar a los profesores y profesoras para esto. En la capacidad de reacción de una comunidad para algo así influyen muchas cosas.

Es decir, que partiendo de que fue algo totalmente inesperado y que el uso de la tecnología por parte de menores alcanza porcentajes altísimos en todo el Estado, tiene más relevancia el nivel de preparación del sistema educativo de cada comunidad, ¿es así?

-Exacto. Mira, la pandemia nos pilló terminando un estudio para el Gobierno de Navarra, liderado por María Napal, de la UPNA. Hicimos una encuesta a profesores de secundaria, tanto de centros públicos como concertados, sobre su competencia digital. En estas circunstancias, pensamos que era buena idea hacer otra encuesta a posteriori. Fue muy interesante, porque lo que nos decían fue que en general habían tenido facilidad, sobre todo en cuanto a recursos materiales, pero que también había salido la vocación educativa. Pese a que su primera valoración, antes de la pandemia, podía ser que tenían un nivel medio, luego habían sido capaces de hacer muchísimas cosas.

¿Estos nuevos hábitos adquiridos en la pandemia han venido para quedarse, también en las generaciones futuras, o es algo puntual?

-Yo creo que sí que hay cosas que han cambiado. Todos hemos hecho un curso acelerado de nuevas tecnologías. Aunque en nuestra vida personal nos gusta volver a nuestros hábitos tradicionales, creo que todos nos hemos quedado con cosas que no sabíamos que la tecnología podía hacer y en la medida que los adultos hacemos esta lectura, tanto en el hogar como en el entorno profesional, esto sí que puede afectar a las generaciones que vengan. No doy clases a adolescentes, pero lo veo en la propia universidad. Igual nunca había pensado en que parte de mis clases podían esta grabadas, que los alumnos consultaran previamente el material, y utilizar el aula más para discusión sobre este, y ahora es una oportunidad. Esto pasa también en otros ámbitos. Todavía lo estamos madurando, pero, en la medida que esto pase, sí que pueden cambiar algunas cosas sobre cómo utilizan la tecnología los adolescentes y cómo conviven con ella. Probablemente no sean cambios radicales, será interesante ver como evoluciona todo.