Berriztu se cruzó en la vida de sus hijos, y los salvó de un destino muy diferente al que tienen ahora por delante. Juani y Rosa, madres ayudadas por la asociación, se llenan de palabras de agradecimiento hacia la intervención a sus hijos.

“La situación era complicada. Nuestra hija, que sufrió bullying, llevaba tres años encerrada en su habitación, y no quería salir. Era algo desconocido y estábamos desesperados, y además del instituto nos amenazaban con que si no iba a clase, nos la quitaban. Y queríamos que nos la quitasen, pero que se hiciese algo con ella. He llegado a desear que muriese porque no quería vivir. Y si deseas que se vaya es porque se le quiere y para que no sufra”, relata Juani, que después de “llamar a mil puertas” se topó con la de Berriztu, donde todo “fue increíble”.

“No nos juzgaban y se escuchaba a nuestra hija, a la que se le cogió de la mano. Maite fue su salvadora”, reconoce. Ella le ofreció “herramientas y pautas” para ayudar a su hija la cual terminó saliendo de una habitación en la que “antes veíamos oscuridad con la puerta cerrada y ahora claridad con la ventana abierta”.

“Incluso ha empezado una FP Básica tras tres años sin ir a clase, y con notas increíbles”, muesta orgullosa Juani, recordando que la pandemia para ellos fue un buen momento. “Pude hacer pasteles con ella, y guardo un buen recuerdo”, rememora.

Muy complicada fue también la decisión de Rosa, madre de Cristopher, la cual denunció a su hijo. “Fue muy duro, pero quería que tuviese una oportunidad”, aclara. Los inicios fueron “durísimos”. “Separarme de la persona que más amo, el juicio rápido, el COA... me hizo preguntarme qué hice. Pero me tocó escuchar qué necesitaba él, y gracias a Berriztu mi hijo se dio cuenta que hay cosas positivas y que la vida hay que lucharla”, sentencia Rosa.