QUE el balonmano no genera lo que el fútbol es una obviedad que se puede comprobar cualquier fin de semana en las canchas de Asobal. Los ingresos publicitarios son infinitamente menores, la atención mediática entre uno y otro deporte es incomparable y la distancia entre el estilo de vida de los protagonistas de sendas disciplinas es abismal. La vida de un joven jugador de balonmano se parece mucho más a la de cualquier chaval de su edad que a la de una estrella del deporte. Y como ellos son los primeros que saben que, salvo excepciones, este deporte no te soluciona la vida, no son pocos los que desde ya empiezan a labrarse un futuro fuera de las canchas.
Valga como botón de muestra el San Antonio. De entre los 15 integrantes de la su plantilla, siete compatibilizan las canchas con las aulas universitarias. Una labor no siempre fácil que implica aparecer por clase como el Guadiana, coger los libros sin fuerzas ni para levantar los brazos tras una doble sesión de entrenamiento y, en consecuencia, tomarse la carrera con más calma de lo habitual.
"Sacarse una carrera mientras se juega a balonmano a nivel profesional es complicado. Si eres constante y te lo propones firmemente se puede hacer, pero siempre tomándotelo a otro ritmo. Seguir el ritmo de la clase apareciendo de vez en cuando es imposible", destaca Javier Humet, lateral albiazul y estudiante de Ingeniería Técnica Mecánica.
De la misma opinión es el extremo guipuzcoano Adrian Crowley. Tras terminar el bachillerato en Irun, Crowley se matriculó en LADE (Licenciatura en Administración y Dirección de Empresas) por la UPNA. Pero pronto, con una cesión de por medio en el Almería, tuvo que dar su brazo a torcer y estudiar a distancia por la UNED. "Para mí ir a clase resultaba casi imposible y había que apretar en época de exámenes y estudiando por las noches. Ir al ritmo habitual es complicado y te tienes que plantear licenciarte con 25 ó 26 años en vez de con 22 ó 23", afirma Crowley.
Al margen de lo estrictamente académico, según Humet, la vida universitaria implica también otra serie de consecuencias, bajo su prisma muy positivas: "Si eres jugador de balonmano y no eres de Pamplona viene muy bien conocer otro ámbito al margen de este deporte. En la universidad puedes conocer gente que no tiene nada que ver con el balonmano con la que hablas de otras cosas y desconectas. Para mí es una válvula de escape, si no estaría siempre hablando de balonmano con compañeros y amigos del equipo".
Junto a Crowley y Humet, otros cinco compañeros del San Antonio trajinan entre la cancha y el campus para labrarse un futuro más allá del deporte. Los dos navarros del equipo, Niko Mindegia e Ibai Meoki, estudian Educación Física en la UPV e Ingeniería Industrial en la UPNA, respectivamente. En la misma línea que el capitán navarro, el pivote levantino Eloy González está matriculado en INEF por la Universidad de Alicante. Mientras, Alberto Aguirrezabalaga y Javier Borragán estudian en la UPNA Empresariales e Ingeniería Técnica Eléctrica. Que no se diga.