En el Monte Grappa, fastuoso, montaña mágica que embelesa, arrullada en la foresta, el bosque achuchando la carretera como un niño hace con su peluche preferido, o como se entrega un abrazo adolescente o una despedida en la estación, el Giro quedó al descubierto.
En esa carretera más gris que negra, ganada por la ingeniería a la naturaleza, que asciende 25 kilómetros de paisaje verde en el Véneto, en un día que partió de Fiume, el suelo que conquistó Gabriele D’Annunzio, il Vate, poeta, político, militar y tantas otras cosas, guiando a 2.600 insurrectos, Egan Bernal mostró su rebeldía.
El colombiano no cuenta con una tropa tan generosa, pero optimista buscaba anexionarse el Giro que le hace ojitos a Del Toro, tan exuberante y joven que, cuando el colombiano arrancó lanzado por Arensman, se personó de inmediato en sus sueños sin necesidad de abrir la boca.
El mexicano es un toro rosa que bufa sin cambiar el gesto, juguetón, que respira por la nariz, como de paseo, mientras danza de puntillas sobre los pedales en su baile de ganador. Otro sputnik del UAE, el equipo que levita en el cielo, ingrávido Del Toro, el líder que se desencadena silbando. A Ayuso, que era el hombre con galones del equipo, se los ha arrancado el mexicano.
El alicantino subió a impulsos el Monte Grappa después de una avería mecánica que masculló en soledad. Ningún escudero a su lado. El frío de sentirse solo. El UAE quiere a Del Toro y Ayuso en el podio. Ataca el uno y se defiende el otro. Bipolaridad. Se desconoce el orden jerárquico aún en el papel, pero la carretera, ley implacable, fija al mexicano por encima del resto.
Victoria de Verona
El líder manejó la carrera a su antojo, como si jugara con el destino del resto en Asiago, donde Carlos Verona, que partió de la fuga, alzó los brazos y le dedicó el triunfo a Ciccone, el compañero caído la víspera, después de abrazarse con su familia. Mientras Verona recuperaba el resuello entre emociones y lágrimas, Del Toro alcanzó la meta con el mentón elevado.
El mexicano domesticó a Bernal y Carapaz, dispuestos para la insurrección, y ató a Simon Yates en un día en el que capituló Primoz Roglic, hundido en una montaña sin pechera de general, en Dori, después de salvar el pellejo en Monte Grappa.
Al esloveno, débil, se le cayó la máscara de hierro y se descubrió el rostro de una derrota dura, sin paliativos, con los surcos del cansancio y las ojeras de la impotencia. No le quedó al esloveno ni una hebra de esperanza en un Giro fundido a negro. Enlutado. Necesitó 1:30 más que el grupo del líder para alcanzar el final. Su ocaso antes de la segunda jornada de descanso de la carrera.
Giro de Italia
Decimoquinta etapa
1. Carlos Verona (Lidl) 5h15:41
2. Florian Stork (Tudor) a 22’’
3. Christian Scaroni (Astana) a 23’’
4. Romain Bardet (Picnic) m.t.
28. Pello Bilbao (Bahrain) a 29’’
37. Igor Arrieta (UAE) a 3:33
42. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 7:59
50. Jonathan Lastra (Cofidis) a 12:23
86. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 24:54
92. Jon Barrenetxea (Movistar) m.t.
General
1. Isaac del Toro (UAE) 55h54:05
2. Simon Yates (Visma) a 1:20
3. Juan Ayuso (UAE) a 1:26
4. Richard Carapaz (Education F.) a 2:07
5. Derek Gee (Israel) a 2:54
37. Igor Arrieta (UAE) a 46:53
38. Jonathan Lastra (Cofidis) a 47:13
41. Pello Bilbao (Bahrain) a 50:39
81. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 1h40:32
105. Jon Barrenetxea (Movistar) a 2h11:55
132. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 2h51:07
Domino de Del Toro
Del Toro celebra la vida en rosa. Sin espinas. Pétalos que le saludan a su paso, que le llueven para cubrir de oropel sus exhibiciones. En una imagen de Instagram publicada por Pogacar, el rey de reyes, el esloveno miraba a Del Toro. Enmarcó la imagen con una frase: mirando al futuro. Un anuncio.
Se desconoce si en la última semana del Giro, la de las descomunales montañas, resistirá aún el mexicano, pero hasta ahora se pasea por la carrera sobre un bidegorri. Nadie esperaba semejante rendimiento de Del Toro, que cornea a sus rivales cuando quiere. Roglic no verá las grandes cumbres. Solo Carapaz y Bernal parecen capaces de exigir al mexicano. Ayuso, aunque segundo en la general, torció el gesto en Monte Grappa y Dori.
El despegue del acalorado Bernal, valeroso y valiente, todo pasión, de regreso a lo que fue después del accidente que le quebró una veintena de huesos, lo cauterizó Del Toro sin pestañear. El líder tiene el aspecto de Pogacar en moreno. Es como esa comparación que dice que Brad Pitt y Benicio del Toro son la misma persona pero con distinto sentido del humor.
Uno, con ese deje de chico de playa de California y el otro con las ojeras de un muchacho pendenciero de callejón y noche. Solo Carapaz y Arensman y después Gee se subieron un chasquido después al asalto de Bernal, propulsado a un par de kilómetros de la cumbre, cuando la vegetación había menguado y la afición había tomado el lugar de los árboles.
Los brazos extendidos como ramas, gritando entusiasmo y fervor. La emoción recorriendo el espinazo del Giro, que en la corona del Monte Grappa se atisba la niebla que abren unos y difumina a otros.
A la propuesta de Bernal, Del Toro, Carapaz, Arensman y Gee, respondieron Roglic, Ayuso y Simon Yates con mutismo. Escondieron las cabezas entre los hombros, apagados por el clamor de los sudamericanos. En esos dos kilómetros, contaron una desventaja de 20 segundos.
Nada irreparable para el descenso de una montaña que trazaba curvas más allá del infinito. En la bajada se suturaron los dos grupos. El de la certeza y la fortaleza de Del Toro, Bernal y Carapaz y el de las dudas y el resquemor de Ayuso, Roglic y Simon Yates. El Monte Grappa sirvió como cartografía y mesa de autopsias de los aspirantes del Giro, que en la balanza parecen pesar más los primeros que los segundos.
Roglic, sin consuelo
Por delante, la fuga, donde Pello Bilbao se hizo un hueco, peleaba con sentimientos encontrados. Frigo, desbrozó el camino durante mucho tiempo, hasta las revueltas de Monte Grappa. Una vez extinguido el incendio, reagrupados todos los nobles en el mismo plano, se descubrió otro acto, distinto a la aproximación y alumbramiento en Monte Grappa donde el Giro era una aceleración constante.
Carlos Verona partió hacia la gloria entre los fugados. En la ascensión al Dori, otra montaña engañosa, capituló Roglic, ahogado en sus penas entre unas rampas amables que fueron un paredón de fusilamiento. Colgó como una foto sepia. Perdido el color. De otro tiempo. De repente envejecido.
Carapaz desenmascaró al esloveno. Se agitó con una sacudida eléctrica. Del Toro, pudiente, domó a todos sin aparente esfuerzo. Salió a todos los palos como quien se quita una mota de polvo de encima. Sofocó cualquier chispazo. El mexicano, apenas 21 años, es el futuro que es presente.
En esa coctelera, hasta brotó Simon Yates, que dejó el anonimato por un instante. Del Toro también le negó. El mexicano era todos los ciclistas en uno. Erguido, orgulloso, pasaba revista mientras Roglic, alejado, se desgañitaba, jadeante, ajeno a la nobleza. Despachado a empujones de la aristocracia. A rey muerto, rey puesto. Del Toro es el patrón.