Lavado cerebral

El caso Braibanti (Il signore delle formiche)

Dirección: Gianni Amelio

Guión: Gianni Amelio, Federico Favan y Edoardo Petti

Intérpretes: Luigi Lo Cascio, Elio Germano, Sara Serraiocco, Leonardo Maltese, Anna Caterina Antonacci y Alessandro Bressanello

País: Italia. 2022 Duración: 134 minutos.

A algunas películas se las ve venir desde el minuto uno. Si además, como en este caso, vienen firmadas por un cineasta veterano cuya coherencia no cede a tentación alguna, su visión se convierte en un acto de confirmación, un suspiro de reafirmación. Así pues, El caso Braibanti crece sobre un gesto de fidelidad extrema.

Fidelidad... ¿a quién? La respuesta con Amelio solo puede ser poliédrica: a muchas cosas. A una ideología ubicada en la orilla izquierda, a un compromiso con los débiles, a la piedad con las víctimas, a la resiliencia de un marxismo sesentero de cuyo naufragio sobreviven voces como las que el cineasta italiano representa. Fidelidad por tanto a sí mismo y a su historia.

Nacido en Calabria en 1945, cuando los camisas negras olían (l)a derrota, Gianni Amelio, cuyos comienzos los hizo como ayudante de Liliana Cavani, ha tejido una filmografía irreprochable y sólida. Obras como Porte aperte (1989), Il ladro di bambini (1992), Lamerica (1994) y Le chiavi di casa (2004) entre otras, aparecieron y permanecen como hitos, como reliquias que nos recuerdan que otro cine es posible, pese a que sea a ese cine al que se le castiga con perversa crueldad y legañas neoliberales desde los espacios de la exhibición cinematográfica comercial.

A sus 78 años, Gianni Amelio sigue siendo un outsider, un verso libre comprometido con un humanismo izquierdista y autocrítico que le lleva a permanecer sin inmovilismo, a asumir cuanto le acontece con una actitud siempre abierta. Desde esa mirada al propio interior, Amelio asumió recrear el proceso judicial sufrido en los años 60, por el dramaturgo y poeta Aldo Braibanti.

Aunque el título original es El señor de las hormigas, no confundir con la figura de Edward Osborne Wilson, así llamado por su calidad de deslumbrante científico y autor de Sociobiología, Aldo Braibanti compartía con él su pasión por las hormigas. De hecho era un experto mirmecólogo pero también mostró interés y sabiduría por la poesía, el arte, el cine, el teatro y la literatura. Era homosexual y comunista y en 1968, en el año de la revolución criminalizada, un tribunal lo condenó por lavado de cerebro; un eufemismo hipócrita para arremeter contra la homosexualidad en un país en donde, lo recuerda Amelio, Mussolini desterró la palabra homosexual porque no se concebía su existencia en la Italia fascista.

De negar lo evidente, de embarrar la verdad, de ocultar lo real y/o de condenar la inteligencia, es de lo que trata esta revisitación a la figura de un intelectual, que parece la cara B de Paolo Pasolini, quien por cierto, como Eco, Bellocchio y Moravia, apoyó su causa y defendió su inocencia. Ahora, 55 años después de aquellos hechos, Gianni Amelio recupera el recuerdo de Braibanti, fallecido hace nueve años al borde de la pobreza. Amelio se conduce con una retórica clásica, filma con encuadres serenos, con silencios largos, con dudas y elipsis. Cuantos más años cumple, se diría que Gianni Amelio más mira hacia atrás en el tiempo. Su cine destila formas de los maestros italianos de los años en los que transcurre la historia. Filma como si la película se hubiera rodado en los años 60. Esa sensación de anacronismo empapa incluso al guión y sus tramas. Amelio se sirve de la figura de un periodista para testimoniar la actitud altiva y resignada de un Braibanti que de tanto observar a las hormigas pareció perder la capacidad de hablar con las personas.

Gianni Amelio trata a Braibanti con piedad pero sin complacencia, lo escruta desde una escalofriante distancia. Su mutismo durante el juicio, el mismo que inquietaba a Pasolini–Braibanti nunca militó en movimientos homosexuales–, lo relegan a un destierro social que es el que Amelio, cineasta moral que incomoda, trata de recorrer. Lo hace con paso antiguo, con encuadres de geometría precisa. Dibuja un tiempo que no volverá para recordar que los monstruos que lo atormentaron entonces, siguen vivos ahora.

Gente del Club

Vacaciones de verano

Dirección: Santiago Segura

Guión: Santiago Segura y Marta González de Vega

Intérpretes: Santiago Segura, Leo Harlem, Patricia Conde, Marta González de Vega y Cristina Gallego

País: España. 2023 Duración: 100 minutos

El día que Torrente, el brazo tonto de la ley (1998) reventó la taquilla, Santiago Segura aprendió una lección: la pasta va para el productor. Para los autores quedan los aplausos; algo que activa la autoestima pero que no paga hipotecas ni provee sustentos. Desde entonces Segura, como el personaje de Edward G. Robinson en Cayo Largo (1948) quiere más, lo quiere todo. Ese todo incluye aplacar una sed insaciable de éxito, lo que le lleva a hacer (ab)uso de la ayuda de la fama y la amistad.

Con la primera recorre los platós de todas las televisiones, sus reclamos anegan internet y Segura se cuela hasta en los telediarios. Con la segunda, la amistad, ficha gente con talento, carisma y oficio para que sus películas parezcan lo que no son, lleguen a todo el público y funcionen en taquilla.

En Vacaciones de verano Segura tenía todo lo necesario como para haber alumbrado la peor película del año. Un personaje gastado, él mismo, cuya peluca provoca pesadillas, y un reparto lleno de niños cuyo no saber hace magistral el trabajo de los niños prodigio de aquel cine español de los Marisol, Joselito y demás niños cantores que ponían azúcar rancio al agrio sinsabor del franquismo.

A Segura siempre le han gustado los amiguetes. Hoy sabemos por qué, porque son quienes le resuelven sus desvaríos. En este caso cuenta con tres ayudas providenciales. La primera, decisiva y fundamental, se llama Leo Harlem. Como hace de Leo Harlem y tiene gracia, su gracia diluye la caspa de este Segura ratatouille y sus repelentes niños-bonsáis. La segunda se llama Marta González de Vega, viene –como Harlem– de Clubs de comedia y monólogos cara al público. Ella firma el guión y se guarda un papel de villana, una especie de Cruella de Vil de andar por casa y corazón blando. La tercera sale del Intermedio, Cristina Gallego, y parece capaz de sostener lo que le dé la gana; como Harlem, anda sobrada de lo que Segura no tiene, gracia, y la regala con ojos de entusiasmo. Con esa inestimable ayuda, Vacaciones de verano hace perdonables los disparates de Segura, su galería de niños pijos y su obsesión por convertirse en el Giorgie Dann del cine español, el jefe del chiringuito del cine español.

Orgullo y dolor

Te estoy amando locamente

Dirección: Alejandro Marín

Guión: Carmen Garrido Vacas y Alejandro Marín

Intérpretes: Omar Banana, Ana Wagener, Jesús Carroza, Alba Flores y Alex de la Croix

País: España. 2023 Duración: 107 minutos

Empezar con El garrotín de Smash y titular la película con un tema mítico de las Grecas, predispone a soñar que nos espera una película tensa e intensa, aunque se intuya que aquí nos aguarda material histórico ablandado por la nostalgia. Así es, la película de Alejandro Marín habla de la Sevilla de hace casi medio siglo, recrea sus calles, sus miedos, sus penas y lo hace con una mirada estrábica. Mira hacia atrás, pero solo para intentar ver lo que está por llegar. Habla de que el camino no ha terminado y lo hace en un momento en el que también se teme y se sospecha que a veces se camina hacia atrás.

Con Te estoy amando locamente debuta como director de largometrajes Alejandro Marín, un malagueño formado en la ESCAC y, que tras su paso por Barcelona y una interesante actividad profesional, ha escogido una historia cercana a su lugar de origen, la Sevilla del comienzo de la transición, la que venía de tiempos negros.

Como Costa Gavras en Missing (1982), el guión de Marín y Garrido Vacas se sirve de una figura filial para, desde su implicación, (con)mover al público ajeno a la trama. Allí era un padre desesperado por la desaparición de su hijo en pleno delirio pinochetista, aquí es una madre asustada por el despertar homosexual de su único hijo en una sociedad homófoba y agresiva.

En ambos casos, en el corazón de las tinieblas de su denuncia sobre la intolerancia y la violencia, late el reflejo de algo real, la evidencia de que estamos ante algo que, más o menos, (a)sí pasó. Ambas hablan desde la experiencia, aunque las dos recurren a ficcionar artificializando lo que se cuenta. En ese sentido, Alejandro Marín entre la denuncia seca y la esperanza proselitista, elige la emoción, opta por el plano sostenido que funde las lágrimas de una madre frente a su hijo en un acto de reconciliación.

Si Marín coincide con Gavras en su estrategia, es a Ken Loach a quien abraza en su discurso ideológico sin medias tintas, sin distanciamientos, ni argucias. Todo se filma al servicio de una idea central, reivindicar la tolerancia; esa que señala la brutalidad y el desafecto siempre en clave hiperbólica. Entre el pincel y la brocha, Marín no duda. Y entre brochazos, hay un relámpago de militancia que todo lo alumbra y que a todos interroga para soldar ese abrazo entre las Grecas y Rigoberta Bandini, con cuya canción se acaba esta agridulce rememoranza.