EL doctor House parece que ha insinuado por ahí que lo deja. Que abandona su papel de médico genial, drogadicto y cascarrabias. Pues una pena. Probablemente House sea uno de los personajes más originales de la televisión de los últimos años. Porque nada tienen que ver el Hugh Laurie de la televisión con el del cine, donde se hizo conocido allá por 1999 en el papel de padre idiota que adoptaba a un pequeño ratón, en el filme Stuart Little. Penoso ejemplo que se completaba en castellano con el doblaje que Milikito hacía de la voz de niño ratón. Qué mal rollo.
Ahora, después de una docena de años en los que ha conseguido el máximo reconocimiento en la tele y hasta ha montado su propio grupo de música, Hugh Laurie dice que se va para poder dedicarle más tiempo a su familia. ¿Por qué esas decisiones no las toman nunca Kiko o Matamoros?
Lo cierto es que House forma parte de la lista de series de moda que han exprimido la temática hospitalaria. Durante estos años hemos sido testigos de la recreación de las enfermedades insólitas por lo retorcidas, enfermos variopintos atacados de virus excepcionales y todo tipo de paranoias. Médicos que lo mismo operaban a vida y muerte que les tiraban los tejos a las enfermeras o daban cuenta a los tribunales de sus adicciones. Sorprende el morbo del espectador hacia los problemas derivados de las enfermedades. Pero existe y tiene además mucho tirón. Es como si quien ve a través de la tele observa la bicha de la enfermedad incurable y se autoprotegiera con el exorcismo de la televisión. Una experiencia de la que uno siempre puede salir pitando si acierta a encontrar el manda a distancia. Apagar la tele y charlar con la familia. Este House sí que sabe.