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Menuda casualidad

Menuda casualidad

Casualmente o no, ayer hubo tal cantidad de estrenos, obituarios y rifirrafes que a estas horas de la noche en la que escribo esta columna es difícil decidir a cuál hincarle el diente con cierta precisión. No sé cómo será todavía el primer programa Late motiv de Andreu Buenafuente en la tele de pago Movistar (ayer estaba previsto que lo emitieran por Canal +), ni la ocurrencia de Telecinco de travestir a Silvia Lozano del finado David Bowie (al que su buena salud musical en este periódico le jugó una mala pasada el mismo día de su muerte). ¡Ah, la casualidad! Se muere Bowie, del que improvisábamos en un inglés reinventado sus canciones, y resulta que a su exmujer le pilla el óbito metida en un Gran Hermano VIP de esos que todavía siguen haciendo por ahí. ¡Ay, la casualidad! Un fenómeno mágico que lo mismo te destroza la vida que te saca de rositas de un juicio penal. Ayer comenzó el juicio sobre el caso Nóos. Un caso que será por casualidad o por algún concepto igual de desconocido que los poderes del Estado trabajan de oficio al servicio de la inocencia de la hermana del Rey. Pero si algo no es casual es la programación televisiva: por más que un día cualquiera se muere un celebridad, todo el mundo pierde el culo en incorporarla a su programa. Da igual que sea de puro cotilleo como Sálvame, que puso la guinda al patetismo poniendo a Lydia Lozano (con esa voz que te puede provocar un infarto cerebral en cualquier momento) caracterizada de Bowie; como hicieron también los todos informativos, que despidieron con tanta admiración al cantante que por momentos parecía exagerada. Y la noche fue la de la vuelta al tajo para muchos protagonistas de la televisión que alargaron hasta ayer sus vacaciones de Navidad. Y eso que algunos como el Gran Wyoming no se habían ido del todo porque han ido rellenando con programas viejos de El intermedio los primeros días del año. Y eso más que casualidad es ahorro o pocas ganas de innovar. ¿No?