HACE algunos años Oskar Alegría descubrió la película Emak Bakia (1926) en una visita a la Tate Gallery de Londres. Por aquel entonces desconocía que su autor, el artista estadounidense Man Ray, hubiera hecho cine, aunque pronto quedó seducido por los encantos y la audacia de un filme mudo de 16 minutos rodado cerca de Biarritz y situado a caballo entre el dadaísmo y el surrealismo: carece de hilo narrativo, es puramente visual y rompe todas las normas del cine, incluida la de respetar el horizonte. El director navarro quedó "impactado" por el título, tomado de la antigua expresión en euskera "¡Déjame en paz!" y decidió emprender una ímproba labor de investigación. Poco sospechaba entonces que no tardaría en convertirse en uno de los ilustres miembros de la cofradía Emak Bakia...
Sin interferencias
Absoluta libertad
La curiosidad y el deseo de investigar acerca de esa joya cinematográfica llevó a Oskar Alegría a iniciar un proyecto que, al cabo de tres años, se ha transformado en su primer largometraje, La casa Emak Bakia. La película, presentada ayer a la prensa en Bidart, participará a mediados de abril en la sección competitiva del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires y en septiembre se proyectará en el Zinemaldia donostiarra en un apartado aún por concretar. El comienzo del proyecto se remonta al año 2009, cuando Oskar Alegría comenzó a rodar con el objetivo de encontrar la casa Emak Bakia, aquella que inspiró su arte libertario: de ella tomó Man Ray el título de su cinepoema y en sus alrededores lo rodó hace ahora 86 años. Un agente de bolsa llamado Arthur Wheeler alquiló el inmueble e invitó al artista a rodar su primer filme. El mecenas le ofreció una cuantiosa suma de dinero pero Ray se conformó con tan solo 10.000 dólares. Con una sola condición: tener libertad absoluta para hacer lo que le diera la gana: de ahí el "déjame en paz" del título que, probablemente, le interesó por su significado -"jamás aceptó interferencias en su arte"-, pero también por cuestiones fonéticas y por lo misterioso de una lengua tan antigua como el euskera. Como ayudante solo empleó un ayudante de cámara y como actores utilizó a las gentes del lugar. "Es un canto al individualismo, un filme contemporáneo de Un perro andaluz (1929), de Luis Buñuel, con quien Man Ray mantuvo estrecho contacto", recuerda el director, que en su particular revisión de Emak Bakia ha procurado seguir la filosofía de Man Ray. Por eso ha trabajado sin ataduras, dejándose guiar por el instinto y la libertad. "La línea recta es lo más aburrido del mundo, prefiero dejarme sorprender por el camino", asegura tras citar una frase de Álvaro Cunqueiro que es para él una máxima absoluta: "Muchas de las cosas que están enterradas no están muertas".
la princesa rumana
La meta o el camino
Sin embargo, la búsqueda de Emak Bakia no iba a ser fácil, porque salvo la imagen de unas curiosas columnas y algún detalle aislado, el viejo filme no incluye planos del inmueble. El director rastreó la zona, habló con los lugareños, investigó en archivos y consultó catastros: "Me sentía una especie de maquis en un bosque de fotos y planos". Pero todo fue en vano. Era como si la tierra -o la arena- se hubiera tragado la casa.
Esta solo apareció a mitad del proyecto en Bidart, en un bello enclave situado entre Guéthary y Biarritz: "La reconocimos en un paseo por la costa gracias a sus características columnas". Así aparece reflejado en el ecuador de la película de Alegría, que no concluye con el hallazgo de la casa porque, como en todo gran viaje, el destino final era lo de menos. "En esta película sobre el azar, el camino importa más que la meta", se dice en un momento del filme, que ha terminado beneficiándose de varios "errores". En ese insospechado, paciente y productivo camino, Oskar Alegría se topó, entre otras cosas, con la tumba de un payaso en el cementerio de Biarritz, con nombres de viviendas que unidos alumbran evocadores poemas y con guantes de plástico mecidos por el viento. Pero sin duda uno de los grandes aciertos del proyecto fue el encuentro con una princesa rumana, Maria Despina zu Sayn-Wittgenstein, que de manera paralela se había embarcado en la búsqueda de la misma casa, a la que llegó tan solo unos meses antes que Alegría. En esa morada, construida en 1912 por un noble rumano que ordenó erigir una réplica de su palacio cercano a Bucarest, pasó la princesa los primeros veranos de su infancia. Hoy la mujer tiene 93 años y una biografía absolutamente alucinante: viuda de un príncipe de San Petersburgo y prima del escritor Vladimir Nabokov, fue campeona nacional rumana de tenis de mesa, lanzamiento de peso y voleibol, además de licenciarse en Biología con una tesis sobre el olfato de las hormigas.
Sin ningún guión prefijado, Oskar Alegría fue trabajando "con el azar y el accidente", que le llevaron a reeditar el periplo de una enigmática postal de 1910, a tratar de filmar las pesadillas de los cerdos y a realizar un casting de párpados en París. Todo ello organizado en un sugerente diálogo paralelo con las imágenes del Emak Bakia original y otras obras cinematográficas de Man Ray. "Con las películas antiguas caben dos tipos de restauraciones, la química, que es la que hizo el centro Pompidou al recuperar todo el material filmado por Man Ray, y una restauración más espiritual, que es la que yo he intentado hacer con esta revisita. Para lo primero hace falta nitrato; para lo segundo, basta con dejarse llevar por el azar", asegura. Porque aunque "hablar de la ley del azar parezca un oxímoron", Alegría está convencido de que su mecanismo "tiene mucha lógica". Con grandes dosis de inspiración y mucho trabajo, el realizador navarro ha conseguido una original pieza poética plagada de historias hilvanadas de manera libre pero coherente. "Esta es una película que le habría encantado a Man Ray", ha dicho de ella el cineasta Víctor Erice, que considera "extraordinario" el desenlace de La casa Emak Bakia.
"Jamás me negaré a la magia"
La familia Emak Bakia
También ha querido dar voz a lo que denomina la "familia Emak Bakia", porque en las últimas décadas han sido muchas las personas que han sucumbido al magnetismo del trabajo de Man Ray. Es el caso de varios artistas que aparecen en la película de Alegría y que de un modo u otro eligieron el nombre de aquel filme para sus proyectos: junto a otros autores, Bernardo Atxaga y Ruper Ordorika fundaron en los años 80 una editorial que, con esa denominación, publicó por ejemplo, Henry Bengoa, inventarium. En Florencia un diseñador de ropa también bautizó su negoció con el nombre de Emak Bakia, el mismo que eligió el grupo de música madrileño en el que militaba Abel Hernández, que se ha hecho cargo del diseño sonoro de la película a través de ruidos captados en la casa. La banda sonora también incluye melodías creadas por Maite Arroitajauregi (Mursego) y un músico de Minnesota llamado Richard Griffith.
El modo en que este intérprete se incorporó a la producción resume bien la esencia de la misma. Sobre la tumba parisina de Man Ray, cuyo epitafio reza "Despreocupado pero no indiferente", Oskar Alegría encontró un disco del tal Griffith, a quien escribió pidiendo permiso para incluir una canción en la película. La respuesta del músico estadounidense, que resultó ser un gran admirador de Ray, fue: "Jamás me negaré a la magia".