La reciente muerte de la coleccionista de arte navarra María Josefa Huarte apenas dos semanas después de que su colección de arte contemporáneo se pueda visitar ya en el recién inaugurado Museo Universidad de Navarra, institución a la que donó todas las obras, ha vuelto a poner sobre la mesa el gran fracaso en materia de política cultural del actual Gobierno: su incapacidad para sacar adelante un centro de arte contemporáneo y su limitación para sostener los espacios que ya tiene en marcha, como el Centro de Huarte o la Fundación Oteiza. A veces una se pregunta si no habrá sido la deriva de esta Fundación dedicada al artista de Orio, marcada por el desinterés de las instituciones hacia el legado del escultor, a pesar de haber cumplido con el mandato de la construcción del edificio, lo que llevó a Josefa Huarte a cambiar de destinatario. Ella, que amaba la obra de Oteiza, a quien compró una importante colección, seguramente no querría ver sus obras en la situación de casi abandono en la que está hoy el Museo de Altzuza.
La generosa decisión de María Josefa Huarte de donar su colección a Navarra no era nueva ni la había promovido la universidad, más bien esta institución supo estar en el momento adecuado en el sitio adecuado, por suerte, ya que gracias a su apuesta, hoy tenemos en esta ciudad una ventana más al arte. Lo único que ha cambiado en estos años es que medio centenar de obras de arte no están en manos públicas sino privadas, en un espacio de primer nivel también privado que anula ya toda posibilidad de una iniciativa pública para el arte. Porque las instituciones navarras han sido incapaces de aglutinar esfuerzos e intereses económicos y culturales para dotar a la sociedad de un espacio en el que convivir y crecer con el arte, sin más rentabilidad que el disfrute y la educación.
Es de justicia reconocer que el deseo de esta importante coleccionista siempre fue que sus obras, adquiridas no con vocación de arte público sino como una pasión privada destinadas a su hogar, se quedaran en Navarra y pudieran ser disfrutadas por todos y todas y para ello su primera y valiente decisión fue donar la colección a la ciudad de Pamplona para que se expusiera en los espacios de la Ciudadela. Algunos hemos vivido cada uno de los pasos que ha seguido esta colección desde que en 1998 María Josefa Huarte y su marido Javier Vidal crearon la Fundación Beaumont. Para entonces ya se había inaugurado el Guggenheim y el arte contemporáneo fluía como la apuesta cultural de esa década. Las ciudades apostaban por él y Pamplona daba sus primeros pasos con la creación de la Colección de Arte del Ayuntamiento de Pamplona, introduciéndose lentamente en un mundo que todavía hoy le es ajeno, inalcanzable ya. La pelota estaba entonces en el tejado de las instituciones; la sociedad estaba receptiva a la vanguardia y ésta llamaba a la puerta del Ayuntamiento y del Gobierno con una de las mejores colecciones de arte del siglo XX. No eran las piezas de Arco, eran Tàpies, Palazuelo, Oteiza, Picasso, Kandinsky, Rothko, Chillida... Pero les dio lo mismo.
Sorprende la desmemoria de los gobernantes, porque tanto olvido roza la mentira. Decía ayer la presidenta del Gobierno de Navarra al referirse a la figura de María Josefa Huarte que ella había querido que su colección fuese para todos los navarros y que se hiciese un museo en la Universidad de Navarra. Cierto sí, pero no del todo y Barcina lo sabe. Cuando esta coleccionista habló por primera vez de donar su obra pensaba en que se expusiera de manera fija en la Sala de Armas de la Ciudadela, ese era su deseo, no quería más. Seguramente para ella era más fácil vislumbrar las obras que rodeaban las orquídeas en su casa en un entorno más recogido y conocido que en un nuevo espacio. No era por tanto su primera intención que se construyera un museo, ni en la universidad ni en otro lugar, sino que se acondicionara lo existente, que es distinto. De hecho tres años después de ese anuncio con Barcina alcaldesa de Pamplona y Miguel Sanz presidente del Gobierno de Navarra se firmaba en Pamplona el convenio a tres bandas para la creación del Centro de Arte Contemporáneo de Navarra. El objetivo era el mismo. Empezar por acondicionar el Pabellón de Mixtos, el Horno y el Polvorín y mostrar en ellos la colección y crear un nuevo espacio en ese mismo entorno de la Ciudadela. Ese fue el deseo de María Josefa Huarte que nunca llegó a ser realidad: que las instituciones públicas navarras hubieran mostrado una mínima sensibilidad hacía ese arte que había dado sentido a su vida y que tanto valor tiene, no solo económico. Pero no fue así. Un informe en 2003 paralizó definitivamente aquel proyecto. A partir de ese momento el acuerdo quedó aparcado. Sin Ciudadela no había donación y UPN, que estaba y está en el Gobierno, no hizo nada, porque no le importó perder el legado, que todos lo perdiéramos. Por eso se alegraron tanto cuando años después en 2008 la coleccionista, cansada de esperar, encontró por fin una institución con sensibilidad hacia el arte, privada sí, pero con el compromiso de hacer realidad que el arte de esta colección se quede en Navarra. Lo que ellos no hicieron lo han tenido que hacer otros y encima se apuntan el tanto en lugar de reconocer su derrota.