pamplona - Todo el mundo lo conoce como Farruquito, apodo con raíces familiares bajo el que toma forma Juan Manuel Fernández Montoya (Sevilla, 15 de agosto de 1982). El bailaor aterriza hoy en Pamplona como uno de los grandes protagonistas de la segunda edición del festival Flamenco on fire.
Treinta y tres años recién cumplidos; y tres oportunidades va a brindar al público pamplonés para verle y aprenderle. Empecemos por el final, ¿cuanto de improvisado tiene este Improvisao, espectáculo que protagonizará en Baluarte este viernes, día 28 ?
-Prácticamente el 100%. Lo único que sabemos, en cuanto a la estructura, es que empezamos por seguiriyas y continuamos por alegrías... Sabemos cual es el principio y el final de cada baile, todo lo demás es improvisao porque, si fuera de otra forma, no se llamaría así.
En cualquier caso, aquellos que mejor improvisan son los que más dominan su arte...
-No se trata de aprenderlo todo, el flamenco es un arte con muchos años y resulta casi imposible aprenderlo todo... Pero sí es verdad que contando con un elenco como éste, que tiene una experiencia y una formación flamenca, y cuando hablo de formación flamenca me refiero a que hablamos el mismo idioma, a que sabemos ir descifrando los códigos del compás y del baile al cante, etcétera, es más fácil defender un espectáculo improvisado. Una vez me preguntaron si este espectáculo no lo había preparado, y sin pensarlo dije que sí; pero luego, reflexionando sobre ello, me di cuenta de que no era así, de que yo llevaba toda mi vida preparándome para poder hacer un espectáculo improvisado.
Miedo, respeto, alegría... ¿Qué es lo que siente al darle libertad al cante, al toque y al baile para que se abracen como ellos quieran?
-Mucho respeto. Lo de bailar improvisao es una libertad muy grande, y es muy bonito experimentar cada vez un espectáculo distinto en el que ni tú mismo sabes lo que vas a hacer, pero, al mismo tiempo, es una responsabilidad porque tienes que estar entregándote plenamente en cada segundo porque debes dar lo mejor de ti; no todos los días se está al 100% pero sí tienes que dar el máximo de como estés ese día. De esta forma pasan cosas bonitas en el baile, en el cante o en la guitarra que no puedes volver a repetir; cuando, en este caso, hablo de mí, me refiero al espectáculo entero porque sin los músicos que me acompañan no sería posible hacer un montaje de esta forma.
¿Qué papel juega el público en un espectáculo como éste?
-Yo creo que el público lo que hace es transmitir esa energía cuando ve que nosotros nos emocionamos y estamos todo el tiempo pendientes los unos de los otros. Ahí hay una atención especial porque, al no saber que van a hacer los unos o los otros, hay que estar alerta en todo momento... pero, al mismo tiempo, nos emocionamos, incluso habiéndonos escuchado o visto bailar tantas veces, al no saber por dónde va a salir cada uno, estamos todo el tiempo como jugando. Y creo que el público percibe todo esto de una forma muy bonita y, al final, no sé si emocionamos nosotros más al público o ellos a nosotros. La verdad es que estamos viviendo cosas muy bonitas con este espectáculo.
¿Es posible un flamenco de este tipo, tan íntimo y visceral, en un escenario como Baluarte, con más de 1.000 personas enfrente?
-Ya lo hemos hecho en teatros grandes y yo creo que este espectáculo cuando tiene más gente, hay más energía. Aunque en el escenario pase algo íntimo, si el público lo entiende de esa manera, engrandece lo que está pasando.
¿La libertad que otorga la improvisación a la hora de bailar le impide o le rebaja la posibilidad de disfrutar al tener que estar más pendiente de todos y todo?
-No, todo lo contrario, te hace disfrutar más todavía porque no tienes que estar pendiente de una coreografía ni tienes que bailar de la misma manera... Hay días que estás más cansado, otros días que tienes ganas de bailar parao y otros de desahogarte, y este espectáculo te permite hacerlo y, por lo tanto, disfrutas más, aunque suponga más concentración y más desgaste, pero cuando llega el momento del disfrute vuelves a recargar la energía y las ganas.
Ha apuntado que este espectáculo es una vuelta a los orígenes, ¿a la pureza también, a las raíces familiares?
-La pureza está en todo lo que se haga de corazón. Me voy a permitir decir que todo lo que he hecho ha sido intentando transmitir la verdad de mi persona, y, para mí, eso es la pureza. No quiere decir esto que un espectáculo sea más o menos tradicional, porque, entre otras cosas, yo he aprendido en mi casa, y de los mejores flamencos del mundo, de los que he tenido la suerte de rodearme, una forma de arte desnudo, transparente, que expresa cada artista y muestra como está en cada momento, aunque, lógicamente, sí haya que seguir una forma o una estructura, porque estamos en un escenario y el público está viendo un espectáculo. Pero, en esos momentos de espontaneidad que yo he vivido junto a grandes flamencos como mi abuelo Farruco, Manuela Carrascos, Angelita Vargas, La Faraona o mi madre (Rosario Montoya Manzano, la Farruca), gente grande que yo he tenido la suerte de ver dia tras día en un escenario; cada noche era un espectáculo distinto, pero es que el espectáculo eran ellos. La luz, el sonido, la estructura y el montaje siempre estaban en un segundo plano, para mí el espectáculo eran ellos. Por lo tanto, siempre que se haga de esta manera, estaremos defendiendo la pureza del espectáculo, todavía más si cabe teniendo en cuenta que estoy en el riesgo de equivocarme cada noche y ver como resuelvo.
Por otra parte, y también dentro del Flamenco on fire, va a impartir un taller sobre improvisación. ¿Qué se le enseña a un alumno, al que se supone que le queda mucho por aprender, sobre la improvisación, a la que debe llegar cuando tenga casi todo dominado?
-Yo lo que hago es explicarles muy bien el compás, así como las estructuras y las medidas del cante. Al final, todo se basa en el compás. Lo que intento es explicarles que, con los mismos pasos y recursos que yo vaya a enseñarles o que ya hayan aprendido de otros, se puede jugar con el ritmo, sabiendo esperar al compás o anticipándose para que, así, no tengan que expresarlo siempre de la misma manera. Para lograrlo hay que ser muy aficionado al cante y escuchar muchísimo la guitarra para que te familiarices con lo que está pasando y puedas llegar a dominar el compás hasta el punto ese en el que puedas improvisar cada vez que quieras. Y luego ya está la expresión de cada paso, algo muy importante a la hora de aprender... Yo les digo siempre que no solo se aprende a tocar, a cantar o a bailar metío en un estudio, con unos espejos y un profesor... El flamenco es una cosa que hay que vivirla para que te resulte familiar lo que pasa en su música y en su manera de expresión. El flamenco es una forma de vivir, no es solamente un 3x4 y un compás de 12 o un compás de 6... Creo que el flamenco va mucho más allá de todo eso, es una cultura y, por lo tanto, la improvisación es como en la vida, cuando un se siente seguro en un ámbito, puedes improvisar. Ahora bien, cuando no dominas el lenguaje, tienes que utilizar frases hechas.
Por otra parte, Farruquito ofrecerá hoy un espectáculo junto a Juan Ramírez, dos grandes del baile frente a frente en un mano a mano con tintes de ser algo histórico. ¿Qué nos han preparado?
-Todavía ni nos hemos visto (risas). A mí me gustaría que pasaran cosas, pero, sobre todo, aprender, que yo aprendiese de él. Estamos hablando de Juan Ramírez, de un maestro, alguien a quien yo he admirado desde pequeño, que mi familia admiraba, mi abuelo Farruco me hablaba de lo increíble que bailaba ese gitano... Así que lo de mano a mano es una forma de decirlo porque, para mí, es un encuentro, un abrazo de admiración porque yo sé que él a mí y a mi familia también nos tiene mucho cariño, y admiraba mucho a mi abuelo Farruco. De esta forma, lo que me gustaría es que pasaran cosas en el sentido de que yo le diré a él lo que le digo siempre: “Tito, lo que tu veas, como te venga bien, que yo me iré enganchando a lo que tú hagas...”. Porque si hay alguien en esta tierra al que le suenen los pies, además de la manera increíble de bailar, es al tío Juan Ramírez. Así que, para mí, esto es un regalo y un orgullo de estar a su lado.
Y, además, este encuentro no va a ser en el gran escenario de Baluarte sino el tablao que se ha montado en el hotel Tres Reyes, donde la gente sí que lo va a vivir de forma íntima.
-Claro, claro. Cuando a mí me comentaron esta idea, el sitio me parece adecuadísimo porque la gente tiene que ver que detrás del montaje, de la luz, del sonido y de los efectos especiales, como le digo yo, hay dos bailaores ahí, con un arte desnudo, que están exponiéndose y, además, encontrándose con dos maneras muy diferentes pero al mismo tiempo flamencas. Salvando la distancia de que Juan Ramírez tiene una experiencia mucho más amplía que la mía, los dos hablamos el mismo idioma.
Con 15 años creó y defendió su primer espectáculo, cuando echa un vistazo al retrovisor, ¿cómo ve y qué siente al que recordar aquel montaje?
-Como una locura... Yo, en aquel momento, creía que sabía más que ahora (risas), esa era la gran ignorancia que tenía con 15 años. Fue un atrevimiento, lo hice como una ilusión de niño, porque quería tener mi espectáculo y probar cosas en el escenario. Mi abuelo se había ido y yo me había quedado solo, artísticamente, y quería demostrarle sobre todo a él que yo podía seguir con ese deseo y esa ilusión que tenía. Él había puesto una confianza muy grande y muy bonita en mí, y yo, de alguna manera, quería recompensarle. Y lo hice... Y me enseñaron, sobre todo, los errores, las cosas que no me gustaron. Pero cuando echo la vista atrás también veo cosas bonitas, veo a un niño ilusionado, no con tantas responsabilidades como ahora; y es que me pongo más nervioso para bailar que antes... Echo de menos, a veces, esa ignorancia.
Cuando falleció Sabicas, Farruquito solo tenía 8 años, pero a buen seguro que su abuelo y su familia le hablaron de su influencia en el flamenco...
-...Hombre, por favor, claro que sí, yo he crecido con la música del tío Sabicas, que siempre se escuchaba en la peña flamenca que tenía mi abuelo. Yo recuerdo una cosa muy bonita que me contó el maestro Paco de Lucía, cenando un día en casa de mi hermano: nos dijo que el tío Sabicas era una de las personas que más le habían enseñado y le seguían enseñando. Y a mí eso me llamó la atención y le pregunté: “Maestro, pero todavía le sigue enseñando”. Y me contestó que sí, “porque el maestro Sabicas veía la guitarra y la música como una filosofía, y tenía todo tan claro y estaba tan seguro de lo que decía que yo, cuando recuerdo sus palabras, me siguen marcando el norte”. Y qué bonito es eso, que un maestro como Paco de Lucía diga que Sabicas fue el que más influenció en su persona y en su forma de tocar. Entre otras cosas, Sabicas le dijo a Paco de Lucia que estaba muy bien lo que tocaba, pero que, hasta que no hiciese su propia música, no iba a llegar a ningún lado. Así que en la vuelta a su casa tras aquel encuentro, el maestro Paco de Lucía se pegó todas las horas del viaje tocando la única falseta que tenía suya. Cuando él nos contaba esto, lo hacía con una expresión de aprendizaje y sorpresa, como diciendo: “Lo que ese gitano me hizo a mí ver, es lo que hizo que yo fuera Paco de Lucía”.
Y, quién nos lo iba a decir, parece que la ciudad natal de Sabicas a final se va a convertir en un punto clave del flamenco, al menos una vez al año.
-El flamenco es universal y es un punto clave en el corazón más que en un lugar... Yo pienso que el mundo, hoy en día, necesita flamenco porque éste habla de hermandad y de respeto a los mayores, lanza un mensaje de cariño y de dedicación por una música, una cultura y una filosofía... Por eso, yo pienso que es importante que el flamenco, cada vez, plante su bandera en más sitios porque se merece ser todo lo grande que pueda.