El pasado día 30 de mayo se cumplió el centenario del nacimiento de Emilio Redondo Martínez, uno de los amescoanos más ilustres y conocidos del siglo pasado por sus descubrimientos arqueológicos en la Sierra de Urbasa además de su incansable dedicación y difusión de la cultura, el saber y el conocimiento de la tierra.
Sin estudios universitarios, una de sus mayores aportaciones, que lo hicieron conocido más allá de su ámbito geográfico y entre los especialistas académicos, y fruto de su afán de búsqueda y observación transmitido por su primera profesora, fue el hallazgo en el verano de 1968 en el término de Aranzaduia, en la Sierra de Urbasa, de varias piezas prehistóricas que supusieron una revisión de las teorías sobre los poblamientos primitivos en Navarra y en el norte de la península. La pieza más destacada, el bifaz de Aranzaduia, se expone actualmente en el Museo de Navarra.
Estos hallazgos arqueológicos, que en un primer momento no fueron tenidos en cuenta por los especialistas de la época, suscitaron el interés y finalmente el respaldo de Enrique Vallespí, profesor de la Universidad de Navarra, que inició una estrecha colaboración con Emilio Redondo que se extendió durante años. Además, una vez hechos públicos los hallazgos, la prensa de la época los reflejó ampliamente con entrevistas y reportajes tanto en medios navarros como en periódicos del resto del Estado.
A partir de entonces, la casa familiar de Zudaire se convirtió en lugar de destino de decenas de profesores y estudiantes universitarios de arqueología e historia así como de etnógrafos, artistas y grupos de personas de todas las procedencias que la visitaban para conocer los fondos arqueológicos que durante años y años fue encontrando en sus innumerables caminatas por Urbasa y el resto de la zona. Esta impresionante colección de más de 15.000 piezas fue finalmente donada al Gobierno de Navarra.
Además de esta actividad arqueológica, Emilio Redondo, que trabajó toda su vida como funcionario del Ayuntamiento de Améscoa Baja, también tuvo interés en la recuperación de la memoria y patrimonio cultural del valle de las Améscoas y de Navarra, realizando investigaciones sobre toponimia, estudio de archivos históricos, plantas medicinales, narrativa popular, costumbres, oficios perdidos, estelas funerarias que han servido de base para trabajos y publicaciones académicas.
También estuvo en contacto y colaboró con estudiosos e historiadores como Aita Joxemiel Barandiaran, José María Jimeno Jurío, los arqueólogos Ignacio Barandiarán, Ana Cava, Alfredo Larreta, Francisco Javier Zubiaur o Balbino García de Albuz, entre otros muchos, quienes valoraron y reconocieron su trabajo así como su calidad humana. En los últimos años de su vida -falleció el 5 de enero de 1999-, recibió varios reconocimientos y homenajes tanto en el Valle de las Améscoas como en el resto Navarra, aunque las nuevas generaciones de la comarca desconocen el alcance e importancia de su trabajo realizado desde entusiasmo, la generosidad y el apasionamiento por el conocimiento y la cultura.