S i, como reconoce el propio Juan Béjar, la pintura es una expresión del espíritu, el suyo lo que nos transmite es ganas de mantener vivas la curiosidad y la inquietud por lo desconocido, deseos de activar la mente con preguntas y de dejarnos enriquecer por el asombro. Es a lo que nos invitan las enigmáticas pequeñas criaturas del universo bejariano, que lucen de nuevo en Pamplona en obras nuevas, visitables hasta el 15 de enero en la Galería Fermín Echauri 2 de la calle San Antón.
Una fantástica exposición, fruto de dos intensos años de trabajo elaborado y minucioso, llena de exquisitos detalles y de inquietantes enigmas que se presenta bajo el título Sinfonía desconcertante. Por ella discurren, en óleos sobre madera y algunos dibujos a lápiz, los extraños personajes burlones, escépticos, rodeados de singulares animales y objetos desconcertantes, de la visión plástica tan personal y reconocible de Juan Béjar. Criaturas que surgen del rico imaginario de este pintor malagueño tan querido en Pamplona, un imaginario nutrido de influencias de la música o la fotografía -otras de las pasiones de Béjar junto a la pintura-, y de lecturas de Kafka o Freud. “La realidad, todo lo que uno vive, es algo que te va influenciando, aunque a veces queramos escondernos de ello”, dice Béjar, y reflexiona: “No sé si me refugio en mis cuadros o me libero con mis cuadros..., una de las dos cosas ocurre”.
Su pintura es un reflejo de su manera de interpretar el mundo, que pasa por la necesidad de hacerse preguntas. “Conforme uno va adquiriendo cultura, va interesándose por ciertos temas, y van saliendo estos locos bajitos, o bombones envenenados, como también los llamo. Yo intento que mi obra tenga un gran impacto en las personas que la ven y que tenga cierto enigma, en el paisaje, la atmósfera, los personajes, en esas lucecitas del fondo que no se sabe si son luciérnagas o casas o faros en la carretera... Doy un cierto misterio para que las personas se hagan preguntas, porque me parece que en la cultura y en la sociedad en general deberíamos de hacernos muchas preguntas ante muchas actitudes”, afirma el pintor malagueño. Sobre la expresión “bombones envenenados”, explica: “Lo de bombón es por la manera en que envuelvo a estos personajes, en una seda, en unos encajes, en un mundo rescatado del Renacimiento, de la España del Siglo de Oro, de la pintura flamenca... pero el concepto quiero que sea mío, y la interpretación que yo hago de estos personajes es la del niño de El tambor de hojalata que no quería crecer. Para mí son niños que no quieren crecer, aunque como han apuntado algunos críticos bastante lúcidos y acertados, pueden ser viejos que han retrocedido a la infancia, y la infancia un personaje que refleja en sus caras todo lo que han vivido: las alegrías, las penas, las satisfacciones, las desgracias”, dice Juan Béjar, creador de una pintura muy elaborada. “Soy un trabajador muy constante, o por decirlo de otra forma, me gusta lo que hago y si no estoy en mi estudio me falta algo. Mi pintura es muy laboriosa porque me gusta utilizar pinceles muy muy finos, y en los dibujos, unos lápices que afino tanto que casi te puedes pinchar con ellos”, cuenta.
“Siempre digo que mi mayor imperfección es la perfección. Porque aunque sé que la perfección no existe, siempre voy buscándola, y eso te produce muchos fracasos, porque al terminar cada cuadro sientes que no lo has conseguido, y dices: a ver si en el próximo... Es una búsqueda que nunca acaba, pero es lo que te mueve como artista a seguir creando y evolucionando”, reconoce Béjar.