CONCIERTO DE RULO & LA CONTRABANDA
Fecha: 24/02/2018. Lugar: Teatro Gayarre. Incidencias: Lleno hasta la bandera (las entradas se agotaron con bastante antelación). Rulo se presentó con su banda (Dani Baraldés Pati, guitarra, Adolfo Fito Garmendia, guitarra, Quique Mavilla, bajo y contrabajo, Karlos Arancegui, batería).
Cada vez es más frecuente que las bandas de rock actúen en teatros. Generalmente se limitan a ofrecer el mismo repertorio que utilizan en otro tipo de locales, pero con algún músico menos en sus filas; a lo sumo introducen alguna guitarra acústica y, como mucho, un pequeño tramo de concierto en formato desenchufado. No es el caso de Rulo, cuya nueva gira recaló el sábado pasado en el Teatro Gayarre, y lo hizo para brindar un show especial: canciones muy conocidas y también otras poco habituales en sus directos, pero todas ellas construidas con nuevos arreglos, interpretadas por su excelente banda al completo, y añadiendo a la ecuación una cuidada escenografía y muchos elementos teatrales (algo que, paradójicamente, suele olvidarse en lugares de este tipo). No olvidemos que el cántabro ya nos había visitado hace poco más de un año para presentar El doble de tu mitad, su último disco hasta la fecha, por lo que ahora tenía que ofrecer algo diferente. Y vaya si lo hizo.
Salió inicialmente Rulo solo, y con su guitarra acústica hizo una desnuda versión de Objetos perdidos, el tema que da título a esta gira. El escenario estaba decorado como si de un bar se tratase, con su larga barra, sus estanterías llenas de botellas, su tragaperras y su máquina de dardos. Había también un par de camareros que aparecerían y desaparecerían a lo largo de la actuación para servir copas, barrer o pedir a los músicos que no metiesen tanto ruido. Y estaba también, por supuesto, la banda de Rulo, que salió en la segunda canción para arropar canciones como Me gusta, Como Venecia o Me quedo contigo. Se acordaron de Kutxi y le dedicaron Divididos (la última vez que vinieron a Pamplona, el de Berriozar la cantó con ellos). Mientras tanto, la banda demostraba su versatilidad cambiando sus instrumentos en cada canción (guitarras, bajo, contrabajo, piano, batería, acordeón?). Llegó Noviembre, la canción favorita de Rulo (“soy un romántico de mierda”, dijo al presentarla), y tras ella Descalzos nuestros pies, poco habitual en los repertorios del cántabro.
Salió el camarero en ese momento para cerrar el bar, pero no, la música no terminó. Rulo se sentó al piando para ejecutar una emocionante versión de Mi cenicienta. Volvió a aparecer el camarero en escena para barrer, momento en el que los músicos se acercaron al borde del escenario (el batería aprovechó un cubo de basura para tocar percusiones sobre él) para acometer una relajada Buscando el mar. Le siguió ese “canto al desencanto urbanista” que es La flor, en la que el cantante bajó a repartir flores entre el patio de butacas. Tras ese momento de romanticismo, la locura se desató con Fauna rara: Rulo con gafas de sol discotequeras y megáfono, bailando a lo Tony Manero sobre unas muy potentes bases electrónicas, mientras todo el Gayarre se levantaba (sorprendido y divertido) de sus butacas. Tal fue el barullo que se montó, que un vecino tuvo que llamar para pedir que no metiesen tanto ruido. Para su desgracia, los músicos no le hicieron mucho caso, y para que el ambiente no decayera se sacaron de la chistera dos clásicos de La Fuga (Buscando en la basura y Por verte sonreír), seguidos de otros éxitos de su carrera en solitario (Heridas de rock’n’roll, 32 escaleras, La cabecita loca). El final llegó cuando el camarero los echó en El vals del adiós. Demasiado tarde: un policía que se parecía mucho a Alfredo Domeño (cantante de Los Escarabajos), subió al escenario y puso una multa al dueño del bar por exceso de ruido, rebasar el horario de cierre permitido y superar con creces las expectativas del público al comprar la entrada. Chapeu.