Prácticamente diez años; eso es lo que ha durado, en dimensiones temporales, la trayectoria de Vendetta. Si lo medimos en emociones generadas, la cuenta es infinita. Pocos hubiesen imaginado, allá por 2007, cuando comenzaron a ensayar, que llegarían tan lejos. Por el camino quedan cinco discos en los que han ido evolucionando, aprendiendo y estudiando. Del ska que marcó sus inicios a la electrónica que jalonaba su último trabajo (Bother, 2016), pasando por el reggae, el punk, el pop, el rock, el hardcore, el country o la música celta. No se han resistido a ningún estilo y no se les ha resistido ningún estilo. Y qué decir de los conciertos, auténticas celebraciones con sus seguidores, misas paganas en las que las letras de las canciones eran recitadas como si de oraciones se tratara. No giraron solo por nuestro país, sino que también salieron a Alemania, Suiza, Reino Unido, Perú, Chile, Uruguay, Argentina... Vendetta siempre fue un grupo trabajador y, artísticamente hablando, muy ambicioso. Por eso sorprendió tanto su decisión de separarse cuando estaban viviendo el mejor momento de esa línea ascendente que fue su carrera musical. Sus miembros tienen otras inquietudes, quieren explorar nuevos caminos, y la honestidad que siempre han exhibido les obliga ahora a seguir cada uno su camino. Anunciaron un último concierto y sus seguidores, evidentemente, no quisieron perdérselo. En torno a cinco mil personas, que se dice pronto, acudieron a la llamada. Algunas se presentaron allí a la hora de comer, para coger el mejor sitio. Sabían que, aunque era una despedida, no iba a ser algo triste, sino auténtica fiesta.

Y así hay que entender lo que allí aconteció durante alrededor de tres horas: una fiesta en la que los miembros de Vendetta no estuvieron solos, y no nos referimos a la muchedumbre que les jaleaba, sino, también, a los músicos que les acompañaron en el escenario: hubo coristas, gaitero, sección de metales, cuerdas, txalaparta... Un lujo sonoro, pequeñas guindas para el inmenso pastel que los asistentes devoraron con las dos manos y la boca abierta, bien abierta para cantar todas y cada una de las canciones. Daba igual que el sonido de la carpa no fuese el más adecuado para degustar los matices de las cuerdas; todo el mundo entendió la intención y disfrutó de un concierto en el que no hubo ni un solo bajón. Druidas de esta tierra, Sangre y revolución o Pasos de acero encendieron la mecha. Con los ritmo ska de Alerta, Pólvora, o ese canto a la igualdad entre hombres y mujeres que es Hemen estalló la bomba, y la deflagración duró hasta bien entrada la madrugada. Para Madre se sentaron y contaron con las ya mencionadas cuerdas, mientras que en Ekainak 24 hubo txalaparta y su amigo Iñaki Betagarri salió a cantar dos canciones. Quisieron escapar con el primer tema que grabaron, el instrumental La Vendetta, pero su público no les dejó. Aún quedaba noche para despedirse con la sonrisa en los labios.