pamplona - Hace un año, el 8 de febrero de 2018, también hablábamos por teléfono, esa vez de Las Troyanas, y en 2016, la entrevistaba por Medea. Ahora hablamos de Nora. Personajes más intensos...

-Me va la marcha (ríe). Después de haber hecho Medea y Troyanas, dos tragedias con esos personajes tan extremos, pensé que La vuelta de Nora no era así, que pasaban muchas cosas, pero que era más ligera... ¡En qué hora se me ocurriría pensar eso! (ríe) Y además, en manos de Andrés Lima, con el que cualquier parecido con la ligereza es mera casualidad. Todo lo contrario, de nuevo me vuelvo en meter en terrenos muy intensos. Mucho.

¿Qué rastro deja poner cuerpo y mente al servicio de estas historias?

-Realmente te atraviesan. Son como tsunamis emocionales que te hacen enfrentarte con personajes que a los que les pasan cosas muy importantes y que, inevitablemente, te hacen reflexionar sobre tu propia vida, sobre la existencia...

Este es el tercer montaje en el que la dirige Andrés Lima, y parece que la complicidad funciona.

-Andrés tiene una manera de abordar el trabajo que me resulta muy enriquecedora. En los dos proyectos anteriores, tanto en Capitalismo como en Medea, los montajes fueron fruto de todo un año de investigación. En el caso de La vuelta de Nora, el proceso ha sido más limitado, aunque también le dio su toque personal, ya que tuvo dos fases. Ensayamos quince días antes del verano, pasaron tres meses y volvimos. A él le gusta mucho que se genere ese caldo de cultivo que va funcionando casi sin que te des cuenta. Se mete en el epicentro de la emoción; no le interesan las funciones discursivas o narrativas en las que se cuenta lo que pasó o lo que podría pasar, sino que, como suele decir, le gusta que las cosas ocurran en gerundio, que estén pasando aquí y ahora, ante los ojos del público. Desde esa conexión altamente emocional es como logra meterse hasta el tuétano de las historias.

Eso será exigente para los intérpretes, pero a la vez muy rico.

-Muy rico. En el período de ensayos, Andrés es como un Pepito Grillo que tienes metido en el oído. De hecho, se te pone encima a decirte cosas, a arengarte, a susurrarte, a indicarte... Coge a tu compañero, le dice al oído algo que tú no sabes, te coge a ti y te dice lo contrario y de pronto suceden cosas totalmente inesperadas... Nos da instrucciones contradictorias y eso genera el conflicto en escena. Es apasionante trabajar con él.

¿Qué cree que significó Casa de muñecas, donde conocimos a esta Nora que ahora regresa?

-Casa de muñecas es una de las funciones emblemáticas de la historia de la literatura teatral, y Nora concretamente es ese icono feminista que rompe barreras, moldes, y se atreve a dar ese portazo histórico que representaba todo lo que entonces estaba pasando en el movimiento feminista. En ese momento, a finales del siglo XIX, es cuando empezaron a conseguirse cosas tan importantes como el sufragio universal, por ejemplo. Nora simboliza ese arranque.

Hnath nos trae a ese personaje 15 años después de aquel portazo.

-Recoge a Nora 15 años después, aunque en realidad son los 150 que han pasado para nosotros desde que ella dio ese portazo. Y nos presenta a un personaje que en ese tiempo se ha convertido en una mujer nueva, una mujer con voz propia, independiente, liberada... Pero que a la vez ha tenido que transigir con algunas cosas porque en ese camino también se ha encontrado límites. Y cuando vuelve a esa casa, aparte de reabrir todas las heridas que aún supuran y duelen, se da cuenta de lo que todavía le queda por recorrer. Establecer ese paralelismo entre esos 15 años y los 150 que han pasado para el público de hoy es un acierto del autor porque es verdad que en todo este tiempo hemos alcanzado muchas conquistas, por lo menos las mujeres occidentales, pero aun queda tanto...

Queda mucho y, seguramente, también hay que estar atentas a no perder ciertas conquistas que hoy en día vuelve a cuestionar un sector de la sociedad y de la política.

-Así es. Creo que era Simone de Beauvoir la que decía que había que estar muy pendiente de las conquistas de las mujeres porque nunca se van a metabolizar. Hay que estar muy en guardia porque siempre corremos el riesgo de volver a la casilla de salida.

¿Fue consciente Nora de todo lo que dejaba atrás, de lo que implicaba cerrar esa puerta?

-Sí, sí, el suyo fue un acto de extrema lucidez. En ese momento vio la realidad de manera muy clara y muy dolorosa a la vez. Era su única opción para sobrevivir. En Casa de Muñecas alude a quitarse la vida porque se da cuenta de que es un ser humano alienado, muñequizado; un ser humano que cumple un rol que le han asignado, que su marido cumple otro y que tiene que bailar al son que le tocan. Ni siquiera tiene la oportunidad de ser buena madre, porque está tratando a sus hijos como muñequitos, perpetuando los mismos roles. Entonces se le cae la venda de los ojos y toma una decisión totalmente lúcida.

¿Cómo es ese reencuentro?

-Salen todos los dolores acumulados por los personajes y se entera de la mentira que se ha construido en su ausencia para que la familia sobreviva. Y confirma que ella no puede vivir esa mentira. Es muy interesante escuchar las voces de esos personajes, porque Nora no es una mártir ni una santa. Las mujeres somos personas de carne y hueso y actos tan radicales como abandonar a los hijos suponen dejar un dolor enorme atrás, pero a la vez son actos necesarios. En la vida se provocan profundísimas heridas. La propia Nora arrastra una herida que jamás podrá cerrar. Tomar decisiones radicales tiene unos costes, pero es que a veces hay que tomarlas para poder avanzar, aunque provoques mucho dolor por el camino.

Al final, la libertad es elegir y eso implica quedarte con unas cosas y renunciar a otras.

-Claro. La renuncia de Nora es abismal, y nunca podrá superarla.

¿Cómo son las conversaciones con la hija, que ya es una mujer?

-Nora se encuentra con una hija que le recuerda mucho a quién era ella misma cuando tenía su edad y que, sin embargo, defiende un modelo de familia y de pareja absolutamente conservador. El que ella rompió. La hija defiende con unos argumentos muy sólidos lo opuesto a lo que ella defiende y es muy interesante ver ese choque entre madre e hija y ese dolor y esa ausencia en las dos.

La puesta en escena casi es un cuadrilátero.

-Es como una pequeña caja claustrofóbica. Está hecha en perspectiva y da la sensación de que los personajes tenemos un tamaño desproporcionadamente grande respecto al espacio. Con esto se pretende dar la sensación de casa de muñecas y a la vez recrear un ambiente asfixiante en el que no hay escaparatoria; no hay más remedio que abrir la caja de Pandora y sacar a la luz esos demonios. Hay algo en el decorado que también simboliza otras cosas, pero no cuento más, hay que ir a ver la obra.

¿Es el diálogo, pronunciar incluso las palabras más dolorosas, el camino para encontrar soluciones, frente al insulto, a la amenaza?

-Sí. Esta obra también habla de las dificultades para comunicarse y de la necesidad de aprender a vivir con modelos diferentes. En ese sentido, resulta muy interesante el descoloque de Torvald, ese marido que en esos 15 años ha tenido que hacer un examen de conciencia, pero a la vez se ha inventado una realidad para poder sobrevivir de cara a los demás. Y que se encuentra con esta mujer y sus cimientos se sacuden una vez más. Es interesante ver cómo estos dos personajes que pelean como gatos panza arriba al final acaban encontrando una vía de comunicación para hablarse con el corazón en la mano.

A lo largo de su carrera ha interpretado a mujeres que buscan su propia voz, ¿es compromiso personal?

-Sí. Tengo una querencia. Leo textos de este tipo y los quiero hacer.

De hecho, ahora está preparando Juana junto a Chevi Muraday, donde vamos a poder ver a Aitana Sánchez-Gijón usar su cuerpo de otra forma.

-Es un desafío. No sé si me he vuelto loca, acabo de cumplir 50 años y yo, que no he bailado en mi vida, me pongo a hacer un espectáculo de danza contemporánea (ríe). Pues mira, ¡viva la locura! En eso soy como Nora, siento la necesidad de poner el cuerpo en movimiento y hacer algo al respecto, aunque me equivoque. No importa, ya el hecho de hacerlo es un acierto. Además, no puedo estar en mejores manos. Chevi Muraday es Premio Nacional de Danza, pero también tiene experiencia en trabajar con actores y en encontrar un lenguaje y un camino de expresión a través del cuerpo adecuado a las posibilidades de cada uno. Confío ciegamente en él y sé que algo interesante va a salir de ahí y ojalá que el público conecte con nuestra propuesta. Está siendo un proceso de los que me gusta, de ponerte en juego y experimentar.

Sin duda, las mujeres pagamos un precio por todo, por el físico, por si somos madres, por si no lo somos, por la edad... ¿El arte es un teatro que está por encima de todo eso a diferencia del cine y de la televisión?

-Afortunadamente, el teatro es un espacio en el que las actrices hemos tenido siempre la posibilidad de encarnar personajes potentes a medida que hemos ido cumpliendo años. Aunque también es verdad que son mayoritarios los textos con protagonistas masculinos. Ahora es cuestión de estar muy atentos a las y los nuevas y nuevos dramaturgos para ver qué historias nos plantean.

¿Echa de menos el cine?

-Sí, después de Thi Mai no he vuelto a rodar. Para mí la edad ha sido un antes y un después. Claro que lo echo de menos, me encantaría hacer más cine, pero la parte artística la tengo tan colmada con el teatro. Creo que me resultaría tan difícil hacer personajes de esta densidad en cine... Lo hay y se los veo hacer a compañeras, pero igualar lo que me está pasando ahora mismo en el teatro sería muy difícil. Aunque tampoco tengo mucho más espacio vital hasta 2020. Ahora vuelvo a grabar Velvet y va a ser una paliza compatibilizarlo con La vuelta de Nora, pero bienvenido sea. Por supuesto que me gustaría trabajar en los tres medios al mismo nivel, pero a veces no se dan así las cosas y no pasa nada.

“Echo de menos el cine, para mí la edad ha sido un antes y un después, pero estoy tan colmada con el teatro”

“Andrés se mete en el epicentro de la emoción; le gusta que las cosas pasen aquí y ahora, ante el público”

La obra. La vuelta de Nora. Casa de muñecas 2.

Función. Domingo 10 de febrero, 19.00 horas, Teatro Gayarre.

Autor. Lucas Hnath.

Director. Andrés Lima.

Elenco. Aitana Sánchez-Gijón, Roberto Enríquez, Maria Isabel Díaz Lago, Elena Rivera.

Sinopsis. Después de abandonar a su familia, Nora se ha convertido en una exitosa escritora feminista. Y regresa para formalizar el divorcio. Durante la obra, Nora será cuestionada sobre sus actos y el tiempo que ha estado desaparecida, así como recriminada por las consecuencias, expresadas desde cada uno de los puntos de vista de los personajes.