TUDELA - Viajó a Manchester, como tantos, para aprender inglés. Volvió a Tudela para preparar su aventura en Londres y en ese tiempo sufrió dos pérdidas muy importantes en su familia. Los 4 meses que estuvo allí fueron una prueba emocional de la que nació el poemario En la ciudad sin mar que acaba de publicar.

¿Cuándo lo comienza a escribir?

-Al volver de Londres. Tuve dos etapas en el Reino Unido. Una primera en Manchester más dócil, agradable, feliz y positiva, en la que todo era conocer cosas nuevas, gente, ir a una academia a estudiar y conciertos. Cuando acabó, volví aquí con la idea de regresar, ir a Londres a trabajar. La de Londres fue una segunda etapa, muchos menos meses. Una etapa oscura, triste por la situación familiar que vivía y muy difícil, con dos pérdidas muy importantes en poco tiempo. Me fui con el mazazo de la pérdida a buscarme la vida y no fue fácil.

Y la ciudad tampoco ayuda...

-No, no ayuda. Allí tomaba notas, seguía escribiendo pero de una forma más inestable, no tenía continuidad. Hacía bocetos, apuntaba frases. Vivía experiencias muy sencillas como volver a casa en una noche de tormenta después de haber trabajado 13 horas en la trasera de un restaurante y ese paseo bajo la lluvia se convertía en algo especial. Veía señales por todos lados, de las que tomaba notas. Pero no le di forma, le empecé a dar forma cuando volví a Tudela. El segundo viaje, el de Londres, no fue muy largo en el tiempo, pero sí en la distancia emocional. Para mí es como si hubieran pasado décadas.

¿Qué significó entonces Londres?

-Está recogido en el poemario. Hay un poema que se llama Epopeya de arena es de la llegada y la materialización de esa nostalgia. Hablo de los tipos de Londres que existen “Londres hipócritas, Londres perennes y Londres ariscos”. Fue una ciudad muy bonita en el sentido de que es multicultural, forma parte del imaginario colectivo y casi todas las nacionalidades de la tierra están representadas. Es muy dinámica, a ratos alegre, aunque tenga esa imagen de sombría y gris. Pero a ratos es muy divertida y tanto el día como la noche de Londres tienen esa variedad de estilos, de amalgamas de colores y ocio que la hacen alegre. Tienes que vivir todo de una forma muy acelerada y has de estar preparado para ello porque te come. Puedes ir a trabajar, conseguir unas condiciones que en España no tenías pero tampoco te da tiempo a disfrutarla. Te vas envolviendo en la rutina y al final te acaba comiendo, todo cuesta tiempo, ir a trabajar, ir a buscar el metro, ir a visitar algo, pero también dinero. Es la tierra de las oportunidades pero al mismo tiempo las oportunidades se autodestruyen por tu propia situación.

El libro destila soledad, nostalgia. Es una ciudad que es de todos pero en la que, al mismo tiempo, nadie se siente integrado, sino de paso.

-Les ocurre a todos, sí. Hay unos que lo llevan peor y otros mejor, pero en realidad todo el mundo que conocí de cualquier nacionalidad tenía esa sensación de desarraigo, llevaran meses o años. Eran felices, aunque fuera parcialmente, pero se seguían sintiendo extranjeros que había llegado hacia años. El dinamismo también se ve en los estados de la gente, mucha movilidad laboral, en muchos sectores y esa inestabilidad está insertada en la propia indefinición de la ciudad, que es para todos pero no es de nadie.

Hay mucho edificio, tubería, asfalto... ¿se diría que es poesía urbana?

-Hay mucha gente que no entiende que puede haber poética en esos elementos. Se tiene la imagen preconcebida de la poesía como una disciplina literaria en la que la belleza o la evocación están en una gota de lluvia, en un amanecer o en una hoja que cae de un árbol en otoño. Lo que yo pretendía también era mostrar que cualquier elemento gris e insulso es susceptible de tener poética y que lo único que necesitas para encontrarla es verlo con otra mirada, por eso hablo de “las tuberías que sangran, el óxido de los railes” y a mi eso me parece también bello, nostálgico o evocador. Es una reivindicación, en cierto modo, de la ciudad como espacio poético.

La poesía vivió hace años una época muy mala y el periodismo estaba bien. Ahora se ha dado la vuelta y la poesía resurge mientras el periodismo parece hundirse, ¿hace falta más poesía en el periodismo?

-Es una buena reflexión. Ahora hay más poetas, hay una corriente de gente joven que ha empezado a escribir poesía, a recitarla y hablan de otros temas. Ha dejado de ser esa niña repelente de la literatura que te obligaba a tener una mirada profunda sobre las cosas. Si analizas la poesía actual ha mejorado, se lee y escribe más, pero no toda la poesía es tan trascendental o profunda como debería ser. El periodismo está peor y creo que si falta poesía en el periodismo. Se lo está comiendo la inmediatez. Una de las virtudes de la poesía es pararte a pensar, observar y definir. Son como una serie de pasos en una sola acción que culmina en un verso, una estrofa o un poema entero. Esa es la capacidad de la poesía, de la observación y de analizarlo desde otra mirada. Eso le falta al periodismo ahora. Es más importante llegar primero que llegar bien y hecho de menos crónicas en las que el periodista se recrea alrededor de lo que ocurre, hechos a lo largo del tiempo, con muchas fuentes. Creo que al periodismo le falta un poco de rutina poética, porque el periodismo es servicio público y funcional pero también debería servir para transformar al individuo y no solo que le satisfaga en un sentido de ofrecer información, le debe aportar un valor añadido.

Hay dos imágenes antitéticas en el libro, la ciudad sin mar y la ciudad líquida. ¿Cómo conviven ambas?

-La metáfora d de “la ciudad liquida” iba a dar el título, pero ya estaba usado en otro poemario, por eso lo desechamos, tras reflexionarlo con Pepe Alfaro, que me ha ayudado mucho, y con la editora. La ciudad liquida tiene que ver con lo volátil, lo cambiante e inestable. Es un contraste buscado. Hablo de vías, tuberías y cemento, el cemento es muy fuerte y seguro y al decir que es liquida añadimos los otros matices. Todo fluye pero no es bonito o evocador, es un fluir atropellado y quizás triste. La ciudad sin mar es un poema, el de los mitos, “se han marchado tras el tenue dolor de una neblina”, que acaba con esa frase “una ciudad sin mar al que echarle la culpa”. Es una imagen que habla de esa capacidad del mar y el océano de ser una vía de escape, en el sentido literal y en el figurado. De ahí viene lo de la ciudad sin mar, es aquella en la que uno se come todo lo que siente porque no tiene donde expulsarlo, no tiene una tarde para ir al embarcadero y mirar al mar.

Al ver sus poemas publicados, años después, ¿le han sorprendido?

-Me ha reafirmado. Estoy contento con el resultado porque la he entendido después de haberla escrito. A veces estas enfrascado en un proceso creativo, sea novela o poesía, vas haciendo páginas y tiene un sentido, una unidad y un corpus. Piensas en publicar y lo envías a la editorial. Desde que dijeron que si ha pasado mucho tiempo. Seis meses antes de que se materializara la publicación, en un momento de relectura me encontré cosas que no digería de la misma manera. Fue como un poco de miedo escénico, crisis de identidad poética que es normal; el tiempo te cambia. Soy firme defensor de las relecturas y viendo algún poema de nuevo me ha abierto a otras miradas de lo que escribí. Eso es lo bonito de la poesía, que está viva.

Lo próximo. Tras la publicación de su primer libro de poesía ‘En la ciudad sin mar’ (Editorial Olifante, de la colección Papeles de Trasmoz), esta próximo a salir publicado su relato ‘Concordland’, con el que ganó el XLIV Premio Cáceres de Novela Corta. Según apunta el autor “he estado un tiempo sin escribir pero he vuelto a retomarlo. Son mas actuales, menos enraizados en una mirada dramática sino que son más irónicos y con sentido del humor. Son unos primeros pasos. Lo más inmediato es presentar ‘Concorland’ y al final de año podrá estar el libro en la calle. Mi objetivo es seguir publicando historias. A nivel narrativo si tengo cosas más avanzadas que podrían ver la luz”.

Biografía. Tudelano de nacimiento (1987) y con un fuerte nexo de unión con Murchante, Mikel Arilla ha trabajado en diversos medios escritos tanto en Tudela como en Pamplona como ‘Diario de Navarra’, ‘Plaza Nueva’ y ‘Diario de Noticias’ y en la actualidad lo hace en la ‘Agencia EFE.’