Irene Vallejo recorre la historia de los libros desde su invención en el mundo antiguo, apoyándose en la Biblioteca de Alejandría para ir hacia atrás con la oralidad, el surgimiento de la escritura, las tablillas de arcilla, el papiro, el pergamino, y hacia delante, con las copias y las traducciones, la llegada de la imprenta, las librerías, la lectura, los títulos perseguidos y prohibidos, la irrupción de Internet... Treinta siglos de un invento que no ha sido alcanzado por la obsolescencia programada y que, a decir de Umberto Eco o Jorge Luis Borges, es uno de los mejor artefactos proyectados por el ser humano. Por cierto, que el primer texto firmado del que se tiene noticia, como también refleja El infinito en un junco, corresponde a una mujer, Enheduanna, suma sacerdotisa que vivió en Mesopotamia en el siglo 23 a. C.

¿Le suena cursi si le digo que con el éxito de su ensayo he recuperado un poco la fe en la humanidad?

-(Ríe) Ha sido totalmente sorprendente para mí, para la editorial, para todos. Este no era un libro que, de entrada, tuviera las características que parece que acompañan a un best-seller. Para empezar, es un ensayo y siempre pensamos que interesaría a un público reducido. Todo lo que ha sucedido ha superado mis sueños más locos.

Está claro que por su formación, por parte de la infancia que comparte en este volumen y por su trayectoria profesional su vida está ligada a los libros, pero ¿por qué decidió que era el momento de escribir esta historia?

-Cuando empecé a escribirlo era un momento en que abundaban los mensajes casi apocalípticos sobre el libro. Había entrado con fuerza el libro electrónico y algunos ya le expedían el certificado de defunción. Y todo eso enlazaba con otros discursos sobre la muerte de la novela, la competencia de nuevas formas de ocio como las plataformas de televisión. En general, había un profundo pesimismo. Y yo, que he estudiado su historia a lo largo del tiempo y tengo esa perspectiva, pensé que quizá no había tantos motivos para ser negativos, y quise publicar un libro un poco más optimista y luminoso valorando todo su recorrido a lo largo de treinta siglos y viendo cómo, realmente, han atravesado por épocas mucho más difíciles que la nuestra.

Les ha pasado de todo.

-Claro, han pasado por épocas de saqueos, pobreza, hambrunas, guerras, epidemias, descomposición de imperios, cambios de idiomas, de civilizaciones y aun así han sobrevivido. Quería mostrar el objeto libro a la luz de ese fabuloso historial de supervivencia. Y lanzar un mensaje de esperanza. Si por algo se caracteriza el libro es porque se ha adaptado siempre a los cambios. No hay tantos objetos en nuestro siglo XXI que vengan de una época tan antigua y que hayan demostrado esa capacidad.

Lo que se lleva hoy es la obsolescencia programada.

-Eso es lo característico de nuestra época. La tecnología es muy atractiva, pero tiene el enemigo dentro. Ya en el prólogo del libro lo digo: es casi increíble que podamos seguir leyendo manuscritos de hace siglos y que, sin embargo, en nuestra propia vida ya nos hayamos tenido que deshacer de objetos que han quedado totalmente obsoletos porque ha cambiado las tecnología. De las casetes, a las cintas VHS, los primeros disquetes de los ordenadores... Hemos ido perdiendo cosas por el camino, información, documentos, vídeos, fotos... Y, sin embargo, los libros durante los últimos siglos permanecen perfectamente legibles. Los que se han conservado se pueden utilizar como en el momento en el que se crearon. Yo creo que en el pasado las cosas se hacían para durar. Durar era una ventaja en un mundo austero que no podía contar con el continuo consumismo al que se nos empuja ahora. Para cumplir esa misión de proteger nuestras ideas, nuestros relatos, nuestra fantasía, nuestra poesía y nuestra belleza el libro ha demostrado ser casi insuperable.

Precisamente, hoy viene a una feria que en Navarra es histórica, ya que, por primera vez, se reúne todo el sector del libro: editoriales, librerías y escritores y escritoras. Una cita que ha costado mucho sacar adelante y que se diría que casi es heroica dado el año que estamos viviendo.

-Es muy bonito, un ejemplo de unidad que ahora nos hace mucha falta. Vivimos tiempos difíciles, pero lo que la experiencia nos ha demostrado es que en estas épocas la cultura es más necesaria que nunca. No es un adorno superfluo del que prescindimos cuando la cosa se pone difícil. En el confinamiento, la lectura, el cine o la música han sido botes salvavidas, nos han ayudado a sobrellevar con lucidez esta situación tan terrible.

No he mencionado a otro de los gremios fundamentales del sector, el de las/os bibliotecarias/os. De hecho, 'El infinito en un junco' se apoya en la historia de la mítica Biblioteca de Alejandría. En el libro describe estos espacios como una utopía, porque en ellos conviven libros de ideologías opuestas, de épocas diferentes, de lugares muy diversos. Y llega a decir que las bibliotecas son su patria de papel.

-Sí. Me parece hermoso pensar cómo todas las voces, absolutamente todas, pueden ser acogidas en una biblioteca. En el caso de la de Alejandría, el gran proyecto político de Alejandro, que era unificar el mundo y que todos los pueblos vivieran en armonía, realmente no se pudo realizar más que en esa Biblioteca. Fue el único lugar donde eso sucedió realmente, donde los textos, las leyes, las leyendas, los descubrimientos... donde todos los pueblos conocidos entonces por los griegos pudieron convivir. Y, además, en el libro destaco que aquella biblioteca es la simiente de Internet.

¿En qué sentido?

-No solo porque trató de reunir todos los libros conocidos entonces, sino en un sentido más preciso. Cuando se empezó a desarrollar Internet, los sistemas de navegación, los buscadores, las direcciones, los protocolos se basaron en el sistema de tejuelos (etiquetas) de una biblioteca. Las referencias de un número y una secuencia que nos permiten llegar a un libro concreto es la misma idea de una dirección de una página web que nos permite llegar a un contenido concreto. Internet se construyó como una gigantesca biblioteca. Si no hubieran existido las bibliotecas, si no hubiera existido Alejandría, habría sido mucho más difícil llegar a la revolución de Internet.

Y aunque aquella biblioteca fuera un empeño megalómano y casi fetichista de los Ptolomeos, ese proyecto, junto al de Nínive y el de Babilonia comenzó a tejer un cordón umbilical de libros que llega hasta nuestros días y que nos hace sentir que no estamos solos, que otros antes que nosotros también sintieron que el mundo se asomaba al abismo. Y nos damos cuenta de que no hemos cambiado tanto.

-Y es hermoso que a partir de que existen los libros podemos mantener esa conversación que es una forma de desafiar a la muerte. Seguimos escuchando las voces de quienes ya no están. Eso no sucedía antes de los libros; es el nacimiento de la Historia. El conocimiento de nosotros mismos y de nuestro pasado nos diferencia del resto de las especies. Los animales no pueden saber cómo era el mundo antes de que nacieran, y nosotros sabemos cómo era el nuestro y cómo era el mundo de los animales. Tenemos una cantidad de información que no constituye un mero conocimiento de nuestros orígenes, sino que es la materia prima con la que imaginamos el futuro. Y eso tiene que ver con dos revoluciones tecnológicas que transformaron el mundo: la escritura y los libros.

En este trabajo también habla del poder transformador de los libros, tanto para bien como para mal...

-Como todas las herramientas, los libros son ambivalentes. Un cuchillo es muy útil, pero puede convertirse en un arma. Los libros son el vehículo de nuestros pensamientos, así que pueden ser dañinos en la medida en que pueden serlo nuestras ideas. En eso también consiste nuestra libertad. En el ensayo defiendo que nos interesan todos los libros, incluso esos que sostienen ideas dañinas porque nos sirven para aprender de los errores cometidos, para saber reconocer los discursos de odio y para tener una idea más nítida de cómo sucedieron determinados acontecimientos. Y es importante no destruirlos porque así solo abonamos el terreno a los negacionistas. Nos relacionamos con los libros como nos relacionamos con las palabras, que pueden ser profundamente sanadoras o abrir brechas.

Dentro de este mundo están los libreros y las libreras, que junto con las/os bibliotecarias/os son los "guardianes de esa droga". A pesar de que hoy no es fácil tener una librería.

-No lo ha sido nunca. Ya en el imperio romano hay testimonios de historiadores que cuentan cómo se ejecutó a libreros que habían difundido libros que molestaban a los poderosos. Mucho más recientemente hemos visto casos como el de los Versos Satánicos, con libreros que sufrieron ataques por vender este título, incluso algunos tuvieron que llevar chaleco antibalas y hubo traductores que llegaron a ser asesinados. Por un lado, está el peligro de la censura, de la agresión y, por otro, hay que tener en cuenta que es un oficio muy a la intemperie. Las bibliotecas están protegidas por ser un servicio público, pero las librerías tienen que ganarse el sustento en un mundo en que el pequeño comercio sufre y hay muchas alternativas de ocio. Tiene algo de idealista el oficio de regentar una librería. El infinito en un junco también es un homenaje a esa aventura cotidiana de levantar la persiana en un país en el que la cultura lo ha tenido siempre difícil.

Teniendo en cuenta los índices de lectura, ¿no se publica demasiado en este país?

-Sí, y aunque parezca una paradoja, una cosa es consecuencia de la otra. Las editoriales buscan un éxito que les permita cuadrar los balances y piensan que cuanto más libros publiquen más posibilidades hay de dar con ese título que les salvará el ejercicio. En otros países europeos se publican menos títulos con tiradas más grandes, lo que favorece la profesionalización de los escritores y que los lectores no se sientan tan desbordados por la catarata de novedades en la que unos libros sepultan a otros. Si existiera más hábito de lectura, las editoriales podrían plantear su calendario de otra forma. Pero, en todo caso, también debemos valorar lo increiblemente revolucionario que es haber pasado de un momento en que los libros en su origen eran privilegio de unos pocos a este momento en que quien quiera leer puede hacerlo. Hemos arrebatado los libros y el conocimiento, que también es poder, de las manos de unos pocos y logrado que estén al alcance de todos.

Al trazar esta historia de los libros también se ve lo que no está, los huecos, por ejemplo el de las mujeres. En el texto dice que quiere continuar con ese hilo de voz.

-Claro. Con la llegada de las mujeres a la universidad y a la docencia se ha despertado el interés por recuperar las aportaciones de las mujeres a lo largo de la historia. Para mí es importante introducir este tema en un libro que no es monográfico sobre la historia de las mujeres. Sería deseable que el relato de las mujeres creadoras, de las intelectuales formara parte de la historia general, de los libros de texto. Hubo mujeres muy importantes que han quedado en una posición muy secundaria respecto a la aportación que hicieron. Por eso reivindico a personajes como Safo o Aspasia o a las mujeres filósofas de la antigüedad y muy especialmente a esta sacerdotisa acadia que se llama Enheduanna, que vivió en el 2250 a.C. y fue la primera persona que firmó un texto. Es un hito decisivo y es sorprendente que un personaje de tantísima relevancia sea casi desconocido. Y no solo para el público general, yo he estudiado un grado de Filología Clásica y un doctorado sin que nadie me la haya mencionado. Hay reparaciones absolutamente necesarias, estamos olvidando figuras esenciales de nuestra historia. Por eso El infinito en un junco también es un homenaje a las mujeres.

"Para cumplir la misión de proteger nuestras ideas, nuestros relatos, nuestra fantasía, nuestra poesía y nuestra belleza el libro ha demostrado ser casi insuperable"