- "En Memoria de la melancolía -la autobiografía de María Teresa León-, hay un montón de pasajes sobre actos culturales que se celebraban en mitad de la Guerra Civil. Primero había que poder llegar a los sitios, siempre con salvoconducto, luego no se sabía dónde se iba a comer, si se iba a cenar...", comenta Samuel Diz (Tui, 1986), que compara, salvando las distancias, lo que supone estos días moverse por España para actuar. "Es una sensación muy extraña. Afortunadamente, han permitido mantener la actividad cultural", dice, y promete intentar que en el recital de mañana (19.00 horas), "intentaremos ofrecer un bálsamo de calma". Habla en plural porque estará acompañado del tenor argentino Jonatan Alvarado. En Memoria de la melancolía, grabado con la guitarra de Lorca, el guitarrista repasa la vida de la periodista y escritora a través de partituras prácticamente desconocidas de compositores del exilio republicano.

¿Cómo nació este proyecto, por qué este homenaje a María Teresa León?

-De entre todos sus libros empecé por sus memorias, Memoria de la melancolía, y me fascinaron. Ella recorre su vida desde una óptica subjetiva y objetiva y comencé a visualizar qué conexiones podía tener con los círculos musicales de esa época en el exilio. Y comencé un peregrinaje empezando por su ciudad natal, Burgos. También estuve en Monóvar, en Alicante, desde donde salió en 1939 en una avioneta rumbo a Orán. También recorrí las calles de Roma donde vivió, hablando con gente que la conoció; también París, visitando rincones de los que habla mucho en el libro. Después fui a Ciudad de México y, por último, a La Habana.

Donde estuvo con Aitana Alberti León, su hija.

-Sí, fue la última parada para pedirle algo así como un permiso emocional para hacerle este homenaje a su madre. Este fue el viaje. A mí siempre me gusta y me siento cómodo encontrando las narrativas para mis trabajos musicales fuera de la música. Con Lorca fue en un libro de viajes y en este caso ha sido en una autobiografía. Un libro, el de María Teresa León, que tiene un doble valor simbólico, ya que se publicó en 1970, hace 50 años, y además fue justo antes de que el alzhéimer comenzara a borrar todos sus recuerdos.

¿Qué le dijo Aitana Alberti León cuando le contó que estaba preparando este trabajo?

-No recuerdo las palabras exactas, pero fue un encuentro muy bonito, muy íntimo. Estaba también Marina, la hija de Aitana y la nieta más pequeña de María Teresa. Me enseñaron muchas fotografías y muchos materiales. Aquella casa es casi un museo, llena de imágenes y de primeras ediciones. Marina, que físicamente se parece mucho a María Teresa, leyó fragmentos de Memoria de la melancolía y fue un momento muy íntimo y especial, casi como ir al ADN de toda la investigación. Esos recuerdos ayudan muchas veces en los días malos para levantarse y seguir trabajando.

¿A León le pasó un poco que quedó a la sombra de Rafael Alberti, pero también invisibilizada simplemente por ser mujer?

-Sí. En nuestras generaciones nos han llegado diferentes filtros. Uno de ellos fue el de la dictadura, que borró, silenció toda la creación realizada por mujeres. En el exilio no está tan silenciado. La actividad de María Teresa León fue fascinante, desde su faceta periodística -ella empezó en el Diario de Burgos- hasta sus libros. Hay muchos materiales suyos que aun no se conocen. Sin olvidar su activismo cultural y feminista. Formó parte de las Guerrillas del Teatro, con las que iban al frente a entretener, pero también contribuían a difundir la cultura. También estuvo en el Museo del Prado tratando de salvaguardar su tesoro artístico. En el exilio tuvo, asimismo, un gran papel cinematográfico, cultural. En Italia estuvo en varias asociaciones y durante toda su vida mantuvo su activismo feminista. Hay que tener en cuenta que fue una de las primeras mujeres que se divorció en España, con la Ley del 32, y que tuvo que renunciar a sus hijos para poder empezar sus propio camino. En ese sentido, su vida es un poco espejo de la de una paisana vuestra, Emilia de Zubeldía.

Eso es, y también incluye una pieza suya en este proyecto musical.

-Emiliana de Zubeldía también tuvo que huir de un primer matrimonio desafortunado. Para encontrar las obras musicales de este proyecto fui buscando vínculos o con la vida o con la obra de María Teresa León. En el caso de Emiliana de Zubeldía lo encontré en la trayectoria vital. Son dos figuras femeninas que casi se cruzan en el tiempo. María Teresa León huyó de Argentina en 1929 para dejar atrás su primer matrimonio, y, en 1928, Emiliana abandonó Europa para viajar a América. Además, me parecía muy interesante que la obra de Emiliana de Zubeldía es bastante desconocida, se está recuperando ahora. En el proyecto he utilizado Capricho Vasco, en la que utilizó el ritmo de zortziko a modo de reivindicación de la cultura vasca. El resto de partituras del proyecto lo encontré en archivos de dentro y fuera de España. Destacaría a Gustavo Durán, fascinante como compositor, pero también por su biografía, como espía...

¿Las partituras escogidas tienen ese tono de melancolía?

-Sí, y en directo más. No sé si es que el proyecto está pensado con esa melancolía o es que las circunstancias que vivimos en el presente nos invitan a ella. El otro día una persona me decía que este concierto es como ir a un spa, pero sin mojarse.

¿Y qué me cuenta de la grabación del disco con esa guitarra de Lorca?

-El proyecto anterior me llevó a Boston, donde se presentó la ocasión de hacer algo con la guitarra, que ya había sido restaurada y se había utilizado en algunos conciertos. Surgió la posibilidad de hacer un disco con ella, usándola casi como un objeto de arqueología, es decir, contextualizándola en su época y en estas partituras. Quizá podría haber otras más representativas, pero se trataba de recuperar músicas inéditas, desconocidas y olvidadas. Y, en este diálogo entre Lorca y María Teresa, una de las cosas más bellas que me ha pasado es que uno de los recuerdos de Aitana de cuando era niña es que cuando le preguntó a su madre cómo se habría llamado si hubiera sido niño, ella le dijo que Federico. Para mí esto ya terminó de abrazar todo el proyecto con la coherencia que siempre me gusta: partir del rigor y a partir de ahí dejar volar la emoción y la imaginación.

¿La música también es memoria histórica?

-Por supuesto. La música es la banda sonora de una cultura, la que nos identifica. Tengo la suerte de haber podido entrevistar a muchas personas que se exiliaron en el 39, los últimos testimonios vivos que quedan, y es muy bonito cómo la música permanece en ellos todavía. Y la música quizá es uno de los ámbitos menos conocidos en esa memoria histórica. Mucho menos que los textos literarios, las películas o las pinturas. Muchos materiales musicales han quedado dispersos y poquito a poco algunos nos hemos ido enamorando de ellos y recuperándolos.

¿Siente que tiene esa misión?

-Es muy bonita esa palabra y me lleva a pensar en todos los peregrinajes que he hecho. Quizá en una primera etapa mía había más un afán aséptico de archivo o de investigación, pero eso me llevó a conocer a muchas familias y ahora ya es una misión. He aprendido tanto a través de los testimonios que he recogido, que me pregunto qué puedo aportar, y creo que al menos debo darlos a conocer. Para mí es una suerte hacerlo y conectar estas músicas con la literatura del 27. Un regalo.