26/03/2022 Lugar: Baluarte Muy buena entrada, prácticamente lleno. Miguel Ríos (voz y guitarra acústica), José Nortes (guitarra acústica y eléctrica), Luis Prado (piano), Manu Clavijo (violín), Gabi Pérez (mandolina, guitarra steel).

l pasado 26 de marzo, la sala central de Baluarte se engalanó para recibir a una leyenda del rock en español. Miguel Ríos, setenta y siete años y casi seis décadas de carrera, ha vuelto a la carretera. En alguna ocasión ha amagado con retirarse, pero el veneno de los escenarios ha podido más que la necesidad de sosiego y el granadino ha regresado siempre a su hábitat natural. En Pamplona, tras unos primeros temas en los que no faltó su mítico Bienvenidos, recordó su reciente concierto en el Wizink de Madrid, que en realidad no fue uno sino dos, ambos con las entradas agotadas, e ironizó con que ya o tenía edad para estar dando brincos por los pabellones. Sin embargo, se le vio en perfecto estado de forma, sentado en el taburete casi todo el tiempo, sí, pero gesticulando con soltura y energía, pletórico de voz y rebosante de lucidez. Echó la mirada atrás y recuperó la primera canción que le emocionó en aquella lejana España en blanco y negro de los años cincuenta. Era un tema italiano, Maruzzella, popularizado por Renato Carosone, que llenó el auditorio de aromas mediterráneos.

Si Miguel Ríos tuviese que elegir una canción que resumiese toda su carrera, muy posiblemente esa fuera Memorias de la carretera, en la que pasa revista a las décadas pasadas: los kilómetros de las giras, las juergas, las resacas mal dormidas y la gloria de los conciertos. A pesar de todo lo vivido y alcanzado, aseguró que le hubiese gustado vender su alma al diablo para ser el mejor cantante del mundo, emulando la leyenda del bluesman Robert Johnson en la letra de Cruce de caminos, de su último álbum, grabado junto al Black Betty Trío, que el sábado fue un cuarteto y sonó a la perfección, navegando con acierto entre el blues, el country y el folk. La banda facturaba un elegante sonido acústico (guitarra acústica, violín, piano, mandolina y guitarra steel), mientras que Miguel cantaba sin fallar una nota y expresaba sus discurso entre canción y canción. Hizo un aplaudido alegato contra la prostitución antes de Luna de Alabama, su versión del texto de Bertolt Bretch que ya hicieron suyo antes otros artistas como The Doors. Se acordó del Sahara y del sorprendente cambio de política del gobierno español en la introducción de En la frontera ("Tenemos que reaccionar / ciudadanos de la tierra / si queremos vida y dignidad / no más fronteras", reza su letra, que fue escrita en 1983, aunque no ha perdido ni un ápice de su vigencia). Y también mencionó a las mujeres maltratadas al presentar No estás sola (con esplendido solo de guitarra a cargo de José Nortes).

Hubo momentos más livianos en los que se limitó a plasmar sus gustos literarios y cinematográficos, como en A contra ley, en la que narró las aventuras de Jesse James, famosísimo forajido del Oeste. Y al final, por supuesto, sus grandes hits, como Año 2000 o El Río, que fueron coronados por Santa Lucía y el Himno a la alegría. Qué maravilla, llegar en activo a esa edad y ofreciendo un espectáculo de semejante calidad.