Tiene una larga trayectoria musical desde los ochenta, con Refugiados. En 2017 inició esta nueva aventura de Parrockos. ¿Cómo surgió?
–En el bar (Toki Leza) hacemos una especie de club acústico los domingos. Yo solía tocar con Alfonso Taberna y empezamos a hacer canciones de manera orgánica: contrabajo y guitarra acústica. Luego entró Omar Al-Haniz, que tocaba la batería de pie, la caja, el timbal para hacer de bombo y solo un plato. Hicimos un trío muy a lo Stray Cats, pero incluso más sencillo que eso. Sacamos el primer disco y tocamos bastante en Pamplona, también fuera, estuvimos en Granada…
Ahora ha recompuesto la formación.
–Sí. Por distintos motivos, Alfonso y Omar dejaron el grupo. Yo seguí escribiendo canciones. Durante la pandemia tuve mucho tiempo y me junté con Santi Noriega, que ha sido el productor de este disco, el arquitecto de su sonido. Estuvimos dos años trabajando en las canciones. Yo escribía, le decía qué aire quería para cada una, y él les iba dando forma. Hicimos una maqueta y me quedé muy contento con el resultado. Y decidimos que teníamos que llevarlo a estudio. Grabamos en el estudio de Iosu Erviti con Eric Deza, Iñigo Goldaracena y el propio Iosu. Son musicazos, han tocado con Miguel Ríos, Manolo García, El Drogas… Hemos quedado muy satisfechos.
En este segundo disco, Caminos malditos, el grupo mantiene su personalidad, pero el abanico de estilos es bastante amplio. En El túnel, por ejemplo, hay detalles que me recuerdan a Parálisis Permanente. ¿Ando desencaminado?
–No, de hecho antes tocábamos una versión de su Un día cualquiera en Texas. Mi caldo de cultivo es la música de los ochenta. Nosotros empezamos con el rock’n’roll, y no era un rock’n’roll de género, sino de géneros: punk, country, blues, swing, rockabilly, rock fuerte… Es lo que tengo en los huesos y lo que puedo dar.
Creo en los milagros y Reptiles destacan por sus exuberantes arreglos de metales.
–Sí. Eso se debe al saber hacer de Santi Noriega. Yo sugerí que había que meter vientos, conocía a Iosu Bataller de la época de Refugiados. Santi preparó los arreglos y metimos un trío de trombón, saxo y trompeta. Esto lo grabamos en el estudio de Gussy.
Siguiendo con esa variedad, el disco termina con La familia Johnson, que le da un cierre como muy crepuscular, más acústico, más country…
–Ese punto del rock fronterizo estuvo muy presente en los ochenta con grupos como La Frontera. Ese rollo del norte de México y del sur de Estados Unidos me gusta mucho y entra dentro de mis parámetros. Tiene ese espíritu, sí. El disco termina así porque queríamos darle un final como de ocaso.
En el disco han participado más de veinte colaboradores, como El Drogas, que canta en Crónicas pandémicas.
–El Drogas y yo estudiamos juntos en Irubide, tendríamos quince años o así. Nos conocemos desde entonces, él siempre ha sido mi mentor. Yo colaboré con él en el primer disco de Txarrena, la letra de Nos queda poco tiempo es mía y estuve en la grabación metiendo guitarras, alguna armónica, voces… Y el resto de colaboradores son, fundamentalmente, amigos y gente que lleva toda su vida en el mundillo de la música y del rock.
Las letras retratan bien el universo de un grupo como Párrockos: paisajes desolados, personajes derrotados, zombis, la serie b, el malditismo, la muerte… Hay mucha influencia literaria, ¿no?
–Yo crecí con la literatura de la generación beat, que fue el comienzo, y toda mi vida he seguido investigando. El cine de Jim Jarmusch, escritores como Cormac McCarthy, músicos como Dylan, Nick Cave, Tom Waits… Lo último que he leído han sido los libros de Marc Lanegan, Sing backwards y El diablo en coma; ahora estoy con Viaje al centro de los Cramps. Me encanta la literatura clásica, Dostoyevski, Joyce, T. S. Elliot… Si quieres escribir bien, tienes que leer lo mejor. Procuro utilizar referencias que no sean demasiado obvias. Y estoy habituado a escribir, lo llevo haciendo desde los ochenta.
Ahora toca presentar las canciones en directo.
–Nos moveremos por Pamplona y Navarra, me imagino que también saldremos fuera. Esta es la última fase del disco, veremos a qué ciudad oscura nos llevan estos Caminos malditos. Es una autoedición, lo hacemos todo nosotros y tenemos que pelear y trabajar mucho para que cuadren todos los números. A veces es duro y difícil, pero no por ello tiramos la toalla. Estamos muy contentos con la respuesta, el disco ha gustado y la presentación en Pamplona fue un puntazo, la gente respondió y estuvimos muy a gusto.
En los conciertos, le dan mucha importancia a la puesta en escena. Es impactante.
–Párrockos es un juego de palabras entre los párrocos, los curas tan navarros, y el rock que ofrecemos nosotros. Es humor, que nadie se lo tome a mal. No queremos hacer una parodia, pero somos un grupo de rock’n’roll y hay que cuidar el espectáculo, porque es le da un plus. Ayuda a vestir las canciones.
Dice que el panorama para los grupos es difícil. Su vinculación con la música, no solo se reduce al grupo, sino que en su bar, el Toki Leza, también pincha buena música y se organizan conciertos. El jueves toca en el Caballo Blanco, dentro del ciclo que Alfredo Domeño lleva más de veinte años organizando. Qué importante la labor de los bares para que los grupos puedan seguir mostrando sus propuestas, ¿verdad?
–Lo hacemos porque lo llevamos en la sangre. Es nuestra cultura y si no la sacamos adelante, nos morimos. Nuestra vida no tendría sentido. No tenemos afán de ganar dinero. Al contrario, lo que hacemos es ayudar, apoyarnos y seguir manteniendo viva la llama del rock’n’roll. A veces parece que el rock se pone de moda porque a la industria le interesa, pero luego vuelve al sótano más oscuro de la cultura. Siempre ha sido así. Alfredo y yo, como el resto de bares que programan música en directo, ayudamos a nuestro pequeño nivel, desde nuestros humildes locales. Yo estoy muy contento de que por el Toki hayan pasado grupos de todas las partes del mundo, se crea un ambiente tan de corazón y tan de pasión, que eso no vale dinero. Eso es llenar la vida de sentido.