A sus sesenta y catorce (sesenta y trece dicen que aparenta), llega a Pamplona don Joaquín Ramón Martínez Sabina, esto es, Joaquín Sabina, o simplemente Sabina para amigos y seguidores. El jienense ofrecerá dos conciertos en el Navarra Arena, este viernes 15 y el domingo, dentro de su actual gira, que lleva por título Contra todo pronóstico.

Nadie lo ha confirmado explícitamente, pero lo cierto es que se percibe un penetrante olor a despedida en esta tournée de actuaciones que comenzó en febrero en América y que terminará en Diciembre en el Wizink Center de Madrid.

DE JOVEN A VIEJO

Ha pasado más de medio siglo desde que el joven Sabina arrojó un cóctel molotov contra una sucursal bancaria como acción de protesta contra el proceso de Burgos. Aquel sabotaje le obligó a exiliarse en Londres, donde dio sus primeros pasos como cantautor en bares y restaurantes (cuenta la leyenda que, en una ocasión, llegó a cantar delante del mismísimo George Harrison).

Dos años después de la muerte de Franco, el artista en ciernes regresó a España para dar inicio a una carrera musical tan prolífica como exitosa. Los primeros discos, con el seminal Inventario a la cabeza, hoy no son del todo bien valorados por su autor. Como había hecho durante su estancia en Inglaterra, todavía actuaba en recintos pequeños, como bien quedó atestiguado en el álbum La Mandrágora, grabado en directo junto a Javier Krahe y Alberto Pérez.

Los dos conciertos de este fin de semana serán un motín contra la cruel dictadura de los calendarios

A mediados de los ochenta su camino se cruzó con el de Viceversa, la banda que lo acompañó durante años; en ella militaba Pancho Varona, su inseparable compañero de vida y carretera hasta antes de ayer. Poco a poco, sus composiciones abandonaron la senda clásica de los cantautores para abrazar sin remilgos sonoridades propias del rock. El boca a boca fue fundamental en la explosión de su cancionero, que estalló de manera multitudinaria ya en los noventa. Esa fue, para muchos, su época dorada, que se fue consolidando con trabajos como Mentiras piadosas, Física y química o Yo, mi, me, contigo. El punto culminante llegó con el legendario 19 días y 500 noches (a la postre, su álbum más celebrado).

El niño que soñaba con ser profesor de literatura había terminado convirtiéndose en toda una rock’n’roll star.

Instalado en el Olimpo del éxito y la fama, no rehuyó ninguna polémica ni escondió su largo paseo por el lado salvaje de la vida. Al final, los excesos le pasaron factura y en 2001 sufrió un ictus (“marichalazo”, en sus propias palabras) que marcó un punto de inflexión en su existencia, y también en su carrera. Dejó las drogas, por las que aún hoy dice sentir una profunda nostalgia. Comenzó a cuidarse (por lo menos un poco). Jimena, su mujer, ordenó sus rutinas y lo alejó de las malas compañías que, para él, habían sido siempre las mejores. Con poco más de cincuenta años pasó directamente, como ha confesado en varias ocasiones, de la adolescencia a la vejez.

EL SABINA RECIENTE

Con los nuevos hábitos, su producción musical comenzó a ser más espaciada e irregular. Tras un par de discos que seguían la inercia de sus obras anteriores, en el nuevo milenio ha compartido grabaciones y giras con Joan Manuel Serrat, con quien le une amistad, respeto y admiración mutuos, y ha publicado varios poemarios. En 2009 pidió al grupo Pereza que le compusiera una canción para su álbum Vinagre y rosas; ahí conoció a Leiva, que ha sido su mayor apoyo musical desde entonces, llegando a convertirse en el productor de su último disco de estudio hasta la fecha, Lo niego todo, publicado en 2017.

Es posible que sus obras más recientes no estén a la altura de sus grandes cosechas del siglo XX, pero hoy en día, gustos y manías aparte, nadie duda de que la de Joaquín Sabina es una de las figuras más importantes de la música popular en lengua castellana, a la altura de sus admirados José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas, Carlos Gardel, Atahualpa Yupanqui, Manuel Alejandro o el inseparable trío de Quintero, León y Quiroga.

Ha pasado más de medio siglo desde que el joven Sabina arrojó un cóctel molotov como protesta contra el proceso de Burgos

“Al lugar donde has sido feliz / no debieras tratar de volver”, aconsejaba el artista en uno de los versos de Peces de ciudad. Este fin de semana, en el Navarra Arena, varios miles de personas harán caso omiso de esa advertencia y regresarán a las canciones que tantas veces los hicieron dichosos. No será como en las viejas giras, cuando todos los días eran días de vino y rosas, todas las noches eran noches de bodas y todas las lunas eran lunas de miel.

Dicen que ahora se pasa los conciertos sentado en un taburete y que los miembros de su banda se encargan de cantar algunos temas. Admitámoslo: Sabina, como todos nosotros, envejece. Afortunadamente, el tiempo no pasa por sus canciones y los dos conciertos de este fin de semana serán un motín contra la cruel dictadura de los calendarios. Cuando la música deje de sonar, se romperá el hechizo y todos recuperaremos nuestra verdadera edad. Las luces se apagarán y la vida seguirá, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.