Conversar con Ramón Andrés es cultivar la serenidad reflexiva, la escucha consciente. El pensador y aforista, ensayista, músico y poeta, director y comisario de los Encuentros de Pamplona convertidos en bienal, nos ofrece ahora, por iniciativa del también poeta navarro Francisco Javier Irazoki, Oír las grietas, una antología de poemas creados entre 1988 y 2023. Quien transite sus páginas transitará la vida despojada de lo superfluo, de la mano del amor por la palabra y el pensamiento.

¿Se reconoce hoy en estos poemas que ya volaron de su pensamiento?

Me reconozco en ellos, y me ha asombrado. Porque algunos tienen muchos años, yo era muy joven... Pero en general sí, hay una manera de percibir las cosas muy parecida, algo que se mantiene ahí, asombrosamente.

La selección de los poemas y el título, ‘Oír las grietas’, son de Irazoki.

Sí, siempre quiero decirlo, que este libro es fruto de su inmensa generosidad, porque no nos conocíamos personalmente y un día me propuso hacer esta antología y me asombró muchísimo, esto no es habitual entre poetas, el mundo de la literatura es complejo y muy pequeño a veces. Y lo ha hecho todo él. Así que siento un agradecimiento muy grande.

Leyendo la poesía de ambos, se perciben conexiones, lugares comunes, como los árboles.

Sí, hay una sensibilidad común. También por los árboles, él es de Lesaka, ha vivido en un caserío, nada le es ajeno de la naturaleza, y a mí no me ha quedado otro remedio que soñarla, porque he vivido siempre en ciudades hasta hace bien poco (lleva 7 años viviendo en Elizondo). Así que él es más práctico en ese sentido, y yo, iba a decir teórico que no es verdad, porque siempre que he podido me he escapado, pero es verdad que he soñado más la naturaleza que vivirla.

“Los Encuentros de Pamplona son la antítesis de un festival, y pueden propiciar una transformación con el tiempo”

Irazoki dice que los verbos ‘oír’ y ‘escuchar’ definen su actividad creativa. ¿Lo ve así?

Sí, ha habido acontecimientos en mi vida que me han impresionado y ha sido a través del oído, cosas que he oído que me han cambiado, sea una música, sea la caída de un árbol en un bosque, una voz... esa voz paterna atronadora y desatada, que infunde miedo. El oído para mí ha sido muy importante. Y luego, yo soy músico, así que para mí es fundamental.

Su antología me ha hecho preguntarme: ¿El mejor abono para el pensamiento es la duda?

Yo creo que sí. La duda es una muestra de reflexión, de zigzagueo, de penetración en las cosas. Afirmar, asertar, te lleva a pensamientos muy deterministas, y el determinismo yo creo que es una negación de la inteligencia.

No se nos permite transitar mucho ese terreno, el de la duda. En este sistema de constante polarización, o estás en un lado, o en otro...

Sí. Es una sociedad muy rígida. Aunque se piensa que estamos en una sociedad abierta, en la que hay mucha libertad, no, es una sociedad rígida, con muy poca cintura, y poco rebelde en el fondo. Hay más queja que rebeldía efectiva. Esa polarización es una trampa, es un cepo.

Hay una aceptación de la mentira y la trampa; se nos ha anestesiado.

Se nos ha sobornado, yo creo, más que anestesiado. A todo el mundo le gusta vivir con mucha seguridad, estamos en una sociedad que yo la llamo muy acolchada. La seguridad, el miedo, miedo a todo: miedo a la enfermedad, porque todos estamos diagnosticados; miedo a la inestabilidad, miedo a perder el trabajo... Por eso estamos viviendo una huida hacia adelante yo creo que sin precedentes. Y con ese pensamiento que te obliga a creer, y que para ello tienes que esforzarte, que el día de mañana será mejor. Esto es una presión de autoexigencia en el individuo tremenda. Te convierte en un proyecto político a ti mismo, nos convierten en proyectos políticos.

“La duda es reflexión. Afirmar te lleva a pensamientos muy deterministas, y el determinismo es una negación de la inteligencia”

¿Qué podemos cultivar en este panorama?

No puedo dar consejos a nadie ni tengo recetas, pero yo sí les digo a mis hijos, cuando me preguntan qué hacer, pues vivir con lo necesario, disidencia, mirada crítica, y sobre todo, sobre todo, no ser colaboracionista. Colaborar lo mínimo con todo esto.

¿Cómo ve el momento políticamente? Está el auge de la extrema derecha en las últimas décadas, pero también una izquierda que no convence... Y al final cada uno mira por lo suyo: triunfa el individualismo.

Sí, un individualismo que se nos ha inoculado. Y obviamente, la izquierda no ha hecho un trabajo teórico bueno desde hace... se ha quedado en los años 70, 80, y claro, es muy triste que ahora tengamos que defender el centro; imagínate, ese centro que es la democracia, está siendo asaltada, completamente asaltada.

Usted alerta del fraude que supone la ideología de la identidad. ¿Es precisamente porque lleva al individualismo y la división?

Claro. Como decía, se nos ha inoculado este individualismo feroz que ha derivado en un narcisismo crónico, y hay un culto a la identidad que hace que la sociedad esté cuarteada, fragmentada. Se nos llena la boca hablando de solidaridad, pero en el fondo estamos en un individualismo atroz.

Practicamos muy poco el bien común.

No sabemos lo que es. Intuimos. Solo sentimos piedad hacia los que consideramos víctimas. Pero el bien común bien entendido, el bien de una comunidad de verdad, eso no sabemos lo que es, eso se ha olvidado. Lévinas, el pensador francés, escribió mucho sobre la idea de prójimo, porque se nos ha olvidado, es algo abstracto ahora. Los demás. Yo y los otros.

Ha dicho que hablamos mucho de solidaridad, pero vivimos en un individualismo atroz. Ahora, con el foco en la guerra en Gaza, se suceden continuamente manifestaciones. ¿En qué medida sirven?

No sirven en realidad, sirven como expansión social, como necesidad de desahogo social, eso sí. Pero a los mandatarios no les importa nada, harán lo que vaya a interesar para la economía, para su sistema. Somos unos comparsas grises. Un mal menor para ellos, porque nos necesitan para votar, pero unos comparsas, nada más.

¿Entonces cómo podemos recuperar el bien común?

Entre nosotros. Entendiendo bien al otro. Pensando al otro. Pensando lo otro. Es la manera. Crear comunidades, ayudarnos. Ahora que están de moda las redes, redes de comunidades. Necesitar lo menos del sistema.

La poesía es un ejercicio solitario, íntimo. Naciendo de esa soledad, tiene un gran potencial de conexión universal. ¿Es porque se despoja de lo superfluo, va a lo esencial y ahí todos los seres nos parecemos?

Claro que sí. Yendo a la esencia de uno puedes dar algo universal. Esa creencia ingenua y narcisista de que no hay otro como nosotros en el universo, de que no hay otro igual... eso es un espejismo de las últimas décadas, de libro de filosofía barata o de libro de autoayuda: tú eres único. No. Hay un sentimiento común, que es verdad que lo experimentas tú, lo sientes tú. Pero como decía Borges, somos fortuitos, somos falibles, y sentimos y nos dolemos de las cosas de las que se duele también el prójimo.

¿Qué representan las grietas para Ramón Andrés? “Andar es esta hendidura, la grieta”, dice en este libro.

Sí, la grieta es lo que te permite escapar; las grietas que hay en la vida, y en ti mismo. Las fisuras. No hay que cerrarlas, porque son los lugares por los que puedes escapar. Es lo primero que un preso vería en su celda.

Hay que saber entonces transitar por ellas.

Por supuesto, no apartarse de ellas. Lo uniforme es lo peligroso.

Y a eso se nos está llevando.

Hombre, es tremendo. Estamos en una uniformidad... Pensamos que somos distintos en las maneras de vestir, en las expresiones, también en el arte, esa búsqueda de la diferencia... y esto ha creado una masa uniforme completamente gris. Y pensamos que no, que somos muy transgresores. No. Yademás, buscamos la transgresión a través de la afirmación de la identidad, sexual, de lo que sea. Y es un camino fallido, yo creo.

“El individualismo que se nos ha inoculado ha derivado en un narcisismo crónico y un culto a la identidad que ha fragmentado la sociedad”

“Las cosas significan por su memoria”, dice en un poema. En la memoria histórica también hay una guerra, de nuevo la polarización.

Sí. Y es que somos memoria. La humanidad es memoria porque tiene un pasado. No hay que negarlo. Somos realmente memoria. Otra cosa es no querer recordar como acto político. Pero genéticamente somos memoria porque somos pasado.

“Nunca la lluvia es nueva”, dice en su libro. A todo y a todos nos precede algo, alguien. ¿Por qué nos creemos entonces tan importantes? ¿Es porque no miramos de frente a la muerte, a nuestra fugacidad?

Porque está todo pensado para que seamos productores, para que no pensemos en estas cosas. Estamos en una sociedad donde se vende la felicidad, la libertad, como grandes asuntos. Porque somos un proyecto político, la obligación de ser, la obligación de producir. Dejar de ser para pasar a ser una biografía que produce, además, te hace desatender muchas cosas humanas como es la propia muerte. Mira los tanatorios, que tienen un aspecto de entidad bancaria o de casa de seguros... La muerte está oculta, a partir de la Ilustración los cementerios, también por cuestiones de higiene, empiezan a hacerse fuera de las ciudades... Apartar la muerte es el no recordar. No recordar que somos lo que somos. Que somos mortales, y hay que saber, a pesar de eso, vivir la vida con entusiasmo. No con miedo.

¿El apego a lo material también es un intento de tapar eso, una huida?

Sí, es una huida de autosatisfacción continua. La necesidad y la confirmación además de que hemos sido desposeídos de la ciudadanía, porque somos consumidores. Nada más.

Y como dice en uno de sus poemas, siempre estamos ocupando la nada.

Pues claro, nosotros mismos somos una nada a la que le damos sentido, pero lo nuestro es un puro pasar, y es hermoso que sea así. Querer permanecer es el miedo o es de dictadores.

La naturaleza del valle de Baztan, presente en los poemas, ¿le ha hecho más libre?

No, más libre no. Me ha serenado mucho, eso sí.

¿Y cómo ve desde esa serenidad la industria cultural que se está promoviendo, ocio más que cultura?

Es capitalismo atroz. Ya llamar industria del ocio a algo que en el fondo, si es creación de verdad, procede de una soledad, del artista que crea, de la escultora, el pintor, el que escribe... Sí, el ocio que se nos ofrece es tan embrutecedor como el trabajo.

Como contrapunto, nos ofrece los Encuentros de Pamplona, esa bienal que propone pararse, ahondar, pensar, permitirse dudar, reunirse, celebrar las artes...

Claro. Es la función de los Encuentros, no me canso de decirlo:propiciar otro lenguaje, no se trata necesariamente de innovar, como ocurre a veces en este tipo de eventos. No. Invitamos a personas que tienen muchas cosas que decir. Aquí no hay un escaparate, no hay pactos con editoriales. Es la antítesis de un festival.

Festivales ya hay demasiados.

Hay demasiados, son aburridos, pasan y no dejan nada. Yo pienso que esto puede propiciar una transformación con el tiempo. Pero tiene que haber una voluntad política de mantenerlo, gobierne quien gobierne. Porque se está empezando a hablar ya fuera de España, en Europa, de estos Encuentros de Pamplona, y son una referencia de seriedad. Está mal que yo lo diga, pero es verdad.

¿De momento ve voluntad política?

De momento veo mucha voluntad.

“Se nos ha sobornado con la seguridad, y ahora tenemos miedo a todo; vivimos una huida hacia adelante sin precedentes”

¿Y cómo valora la acogida de la ciudad a los Encuentros?

Ha sido extraordinaria, aparte de que ha venido mucha gente de fuera. Yo estaba muy preocupado, porque pensaba: vamos a traer a Svetlana Aleksiévich, o a Sloterdijk, y a lo mejor estaremos treinta personas. Yo no dormía. Pero pasaron casi 12.000 personas, y la gente muy agradecida, muy contenta. Por eso el Gobierno de Navarra decidió que esto tenía que seguir a la manera de una bienal.

Sorprende, para bien, esa acogida.

Yo creo que la gente ha intuido que se ofrecen cosas difíciles de que ocurran. Y así es. Porque ha habido personalidades que ya no volverán a pasar por aquí, seguro, por edad, por agenda, por lo que sea. Y este año también, viene gente que sale poquísimo, que está en su mundo, trabajando, elaborando, y han aceptado venir.

Esa buena respuesta de público también da muestras de la necesidad que hay de orientarse, de tener referentes. Porque hoy tenemos a los dioses que son los bancos.

Claro. No hay otra cosa. Los bancos y los medios de comunicación. La gente se pregunta, ¿cómo puede ser este auge de los populismos? Se explica muy bien viendo la televisión y estos programas de ocio que son atentados contra la moral pública y la integridad de la persona. Bueno, pues esto va sumando con los años, y la búsqueda de la autosatisfacción rapidísima...

Antes era la televisión, pero ahora ese ocio está en todo, redes, webs de medios de comunicación...

Sí, sí, está en todo.

Vamos al contrapunto. ¿Qué destacaría de estos próximos Encuentros que se celebrarán en octubre?

Varias cosas. Una, que hemos tenido mucho más tiempo para organizarlos, por lo tanto quizá todo está visto de manera más minuciosa, más microscópica. Hemos abierto caminos nuevos, por ejemplo Pensar la tecnología, más ampliamente porque en la primera edición ya existía; el ecologismo, que es tan importante; la filosofía sigue como en la anterior edición, y siempre es una filosofía crítica, no es algo conformista. Música de vanguardia, de hoy y con compositores muy muy sólidos, cine... todo va a ser de un grandísimo nivel.

Y la Escuela de los Encuentros, tan necesaria. La infancia está también inmersa en esa aceleración y superficialidad, en esa productividad que mira solo al resultado.

Sí. Hemos visto de qué manera los maestros, las profesoras, agradecen esto. Y los alumnos, quieren que esto siga, porque es una manera de sembrar no hacia ninguna ideología, sino hacia la propia capacidad de pensar. Fomentar un pensamiento crítico.

El sistema educativo ha arrinconado al humanismo y nos hace mucha falta.

Por supuesto. Se ha desprestigiado cuando el humanismo nació no solo por amor a conocer lo humano, de ahí el término, no solo nació a las letras, sino a la ciencia. El humanismo es científico también. Nos necesitamos unos a otros humanistas y científicos.

Volviendo a la antología ‘Oír las grietas’, incluye dos poemas inéditos, ¿está escribiendo más?

Muy poquito. Porque para escribir, y por eso he escrito tan poca poesía en mi vida, necesito un detenerme, detenerlo todo. Lo contrario quizá a cuando escribo ensayo o aforismos. Para la poesía necesito que el mundo me ayude un poco, que se detenga, y yo también. Y de momento no puedo. Cuando pasen los Encuentros.

¿Por eso dice en ‘Oír las grietas’ que la escritura y los libros son para la noche? ¿Porque ahí se detiene la actividad y el ruido del día?

Sí. Es verdad que yo escribo también durante el día, pero siempre recuerdo una carta de Maquiavelo que escribe tras ser desterrado, en un pueblecito pequeño donde está todo el día con los campesinos, trabaja con ellos, juega a cartas..., pero por la noche se lava y se viste bien para leer a Dante, para leer a Cicerón, a los clásicos. Por eso digo que cuando todo se remansa, entonces es el momento de los libros y la escritura.

Portada de la antología poética de Ramón Andrés.

Portada de la antología poética de Ramón Andrés. cedida

EL LIBRO

  • Autor: Ramón Andrés.
  • Editorial: Hiperión.
  • Selección de los poemas: Francisco Javier Irazoki
  • Páginas: 208.
  • Precio: 17,95 euro.