Guionista del emblemático programa Vaya semanita de EITB, de series como Vota Juan, Vamos Juan y Venga Juan (The Mediapro Studio) y de películas como Pagafantas, Fe de etarras y Ocho apellidos vascos, entre otras, Diego San José (Irun, 1978) se toma la comedia muy en serio. Y cree que, siempre que los chistes no se recreen en la parte que sufre, se puede hacer humor con “absolutamente todo”. El pasado jueves 20 de junio impartió una clase magistral abierta al público dentro de la incubadora VP Code Lab de la escuela Pixelian.

¿Sabe que hoy –20 de junio– es el día más feliz del año?

–¿Eso quién lo detecta? Me encantaría conocerle. Entiendo que es por la llegada del verano y, en ese sentido, puede que sí sea un día alegre y me alegra que no sea en febrero o noviembre, pero con estas cosas siempre pienso en la gente que atraviesa una mala racha. Todos hemos pasado por algo así, imagínate que en esos momentos te recuerdan que es el día más feliz del mundo. ¿De qué manera lidias tú y negocias con tu interior para coger el día más feliz del mundo y meterlo en tus entrañas? 

¿Qué es lo que hace feliz a Diego San José?

–A mí me hacen feliz cosas sin ningún tipo de épica ni epopeya: una sobremesa con amigos, con familia, con seres queridos, que la gente que no conozco se ría con los chistes que escribo. Y luego, como dedico mucho tiempo al trabajo, me hace muy feliz que los guionistas seamos los primeros espectadores de una película; los primeros que sabemos cuándo y cómo termina. Más tarde llegarán directores, productores, pero el primero que sabe cuál es la última página de una historia es el que la escribe. Me encanta el día en el que cierro una y pienso que está bien cerrada, porque, posiblemente, en esas 90 páginas estén envasados unos dos años de mi vida en los que habrá habido baches, atascos, dudas, angustias...

¿Y qué le hace gracia?

–Me hacen gracia muchas cosas, algunas de ellas muy elementales: un gato vestido detective o un perro de astronauta... Creo que dedico tanto tiempo al humor, a pensarlo y a elaborarlo, que luego conecto, precisamente, con el que no tiene tanto aparataje detrás. Es como cuando un mago que ha explicado tantas veces su truco o se lo explica a sí mismo disfruta con el truco más burdo. Me río mucho con Chiquito de la Calzada, con Los Morancos..., con eso que conecta con las vísceras de la gente. Lo del humor inteligente es una etiqueta que nunca me ha gustado, ¿No existe la literatura inteligente ni la música inteligente, y, en cambio, sí el humor inteligente? Esto deja en un lugar extraño al humor que hace reír a la gente que nos rodea.

"La comedia te permite convivir con problemas que, de otra manera, se convierten en úlceras, se enquistan"

Por lo que comenta, no sé si existe un humor de clase, pero ¿cuanto más cerca esté de la realidad de la gente, mucho mejor?

–Fíjate, la misma frase que has dicho, cambiando el sustantivo, conecta con una cosa que pienso mucho, y es que el humor, más que de la realidad, cuanto más cerca de los miedos de la gente, mejor. Normalmente, cuando el chiste conecta con algo que te asusta, la carcajada es mayor, por desahogo. Por eso en España hay una tradición tan grande de humor negro, compartida con Italia, posiblemente por el peso de lo católico y demás. En mi caso, cuando he hecho comedia con política o con el conflicto vasco, tanto en Vaya semanita como en Ocho apellidos vascos, en el fondo estaba hablando de una situación con la he crecido, que me preocupaba y me daba miedo. Catalizar todo esto a través del humor le da un valor a la comedia que la gente te agradece. El humor florece cuando consigues que alguien se ría de aquello que en los informativos le genera angustia. Es muy bonito.

Como demostró junto a Borja Coebaga en ‘Vaya semanita’, ‘Ocho apellidos vascos’ y ‘Fe de etarras’, también sirve para soltar presión.

–El humor no puede aspirar a solucionar ningún conflicto ni los que lo escribimos debemos pensarlo. Sería encargarle una misión demasiado ambiciosa a la comedia. Sin embargo, sí que es cierto que, por ejemplo, con Vaya semanita, que es de 2003, con ETA todavía activa, el hecho de que los jueves hubiera dos horas en las que toda Euskadi podía conectar con un programa era como si durante ese rato no hubiera violencia. Luego, evidentemente, se acaba el programa y volvíamos a la misma realidad, pero sí que es verdad que creo que la comedia te permite convivir con problemas que, de otra manera, se convierten en úlceras, se enquistan. El problema cuando no existe comedia es que las cosas de las que no se puede bromear se convierten en tabúes.

Y se entierran.

–Siempre pienso que la comedia es como el primer síntoma de que algo se va a superar. Y esto no tiene que ver solo con la comedia en cine o en televisión. El primer día que alguien es capaz de hacer una broma respecto a algo que le ha pasado a sí mismo, la muerte de un ser querido o una ruptura, por ejemplo, quiere decir que hay herida, pero está cicatrizando. Eso no significa que esté superado, pero integrar la comedia para hacer una relectura de algo que te ha dolido es una señal de que el camino va bien.

Últimamente han salido más libros, series y películas sobre ETA, pero siempre desde el drama. La comedia parece que no se atreve. ¿Se era más osado hace unos años? 

–No sé... Hay una parte tanto de los medios como de la sociedad que considera que hacer humor con un tema delicado es burlarte. Esa es una relectura muy pobre de lo que es la comedia, que muchas veces se considera un vehículo de no reflexión. Cuando yo hago comedia de un tema, precisamente estoy haciendo lo contrario a una burla. En primer lugar, estoy reconociendo que el tema me importa mucho y le voy a dedicar dos años de mi vida. Y, además, estoy reconociendo que me importa, que me da miedo. Es decir, me coloco como vulnerable. Cuando hago una película como Fe de etarras, estoy manifestando que el conflicto vasco me ha importado y me ha afectado y por eso tengo la necesidad de hacer una comedia. En cambio, como hay gente que tiene la comedia calificada en un escalafón muy bajo de las disciplinas, considera que es la burla.

La consideran un género menor.

–Y no lo es. Yo creo que hay grandes películas que contienen reflexiones muy lúcidas respecto a problemas muy complicados. La comedia tiene una especie de mala prensa frente a otros géneros como, por ejemplo, una columna periodística, que puede ser mucho más faltona en su contenido. Es como si hacer comedia con algo fuera abaratarlo. Y, realmente, para mí es lo contrario. Cuando elijo un tema, le dedico mi paciencia y mi esfuerzo; reconozco su importancia. Pero entiendo que haya gente que, intoxicada con esa lectura, piense que, en lugar de hacer una comedia, es mejor hacer un drama que, de entrada, parece más serio. Pero, insisto, hacer una comedia con buen gusto puede ser tan o más respetuoso que hacer un drama con buen gusto.

Habla de buen gusto, ¿dónde están sus líneas rojas? 

Todo se puede tratar con humor en la vida. Absolutamente todo. De hecho, creo que incluso temas muy, muy delicados se pueden tratar con humor. Para mí, la línea roja es identificar dónde está la parte activa y dónde está la parte que recibe el problema. Es decir, dónde está el que toma la decisión de que las cosas se compliquen y dónde está el que solo la sufrió y que no eligió estar en ese conflicto. Por ejemplo, en Vaya semanita nunca hicimos un chiste sobre un profesor amenazado que se tenía que ir de Euskadi, o sobre un guardaespaldas, o, en general, sobre gente no ha querido estar ahí, sino que le ha tocado estar ahí. Pero sí hicimos chistes sobre la gente que perpetuaba de alguna manera el conflicto. La línea roja es tener clara cuál es la diana sobre la que tienes que lanzar el dardo. Al final, creo que el que escribe comedia tiene que ser capaz de sentarse y explicar qué hay detrás del chiste.

¿A qué se refiere?

–Pues a que tiene que saber explicar qué reflexión hay en su chiste sin humor y sin comedia, porque es una opinión moral o ética que tiene el que lo escribe y debe saber sostenerla. Hay un tipo de humor que se basa en la provocación y en decir una barbaridad que no tiene reflexión. En ese caso, el cómico dice ‘vale, si digo esto, voy a salir en Twitter, voy a tener muchos likes porque suena muy fuerte’, pero si le preguntas qué quería decir, no hay nada detrás, Simplemente, quería hacerse viral. 

Y no es su caso.

–Desde que empecé a trabajar con Borja Cobeaga y con Borja Echeverría en Vaya semanita, siempre nos exigimos saber qué había en el fondo de cada chiste, cuál era el tema y cuál nuestra posición moral. Así, si algún día nos metíamos en un lío porque a alguien le había molestado algún texto, teníamos la tranquilidad de haber pensado qué decir con él, y la seguridad de saber que yo podría sentarme a explicarlo y sentirme satisfecho de lo que había querido decir.

Últimamente, hay humoristas recibiendo todo tipo de denuncias, entre ellos los que hacen el programa Polonia de TV3. Son momentos raros en ese sentido.

–Lo sé, pero es curioso, yo he manejado temas como que podrían haberme traído quejas o denuncias y nunca las he recibido. Llevo ya 21 años de guionista y mi sensación es que la gente encaja bastante bien la comedia. Siempre me han sorprendido para bien las tragaderas que han tenido los espectadores con algunos chistes que hemos hecho. Por otro lado, creo que el hecho de que haya denuncias a cómicos es síntoma de una sociedad insegura, e inmadura. Cuando una sociedad está segura de sus principios, no le tiene miedo a los chistes. Pasa lo mismo con las personas. Ser capaz de reírse de uno mismo es un síntoma de madurez increíble. Todos nos recordamos a nosotros mismos cuando éramos adolescentes y te lo tomabas todo a pecho, pero es que entonces tu personalidad estaba formándose. En cambio, hoy en día, te hacen un chiste y eres el primero en reírte. Con las sociedades pasa lo mismo. Las más maduras, con una tradición democrática de siglos, tienen un humor de persona adulta. Y las que, por contra, reaccionan mal ante los chistes, son adolescentes, inseguras.

"Cuando una sociedad está segura de sus principios, no le tiene miedo a los chistes. Pasa lo mismo con las personas. Ser capaz de reírse de uno mismo es un síntoma de madurez increíble"

Ahora está con dos series, ‘Celeste’ y ‘Su Majestad’. Con la primera ha conseguido que Carmen Machi vuelva a la comedia televisiva, que, según ha comentado ella en alguna ocasión, no le apetecía tanto después de ‘Aida’. Y lo ha logrado con un personaje especial.¿Cómo se hace humor a partir de una inspectora de Hacienda?

–Celeste tiene un tono particular. Es y no es comedia; un híbrido curioso de géneros. Yo diría que es una comedia amarga o un thriller divertido. Lo que hice fue documentarme mucho sobre los inspectores de hacienda, quedar con ellos para que me explicasen cómo son sus vidas, qué opinan de lo que piensa de ellos el resto del país, si cuando van a una boda dicen la verdad cuando les preguntan a qué se dedican... Ese tipo de cuestiones me parecían combustible potente para la serie. Aunque, en realidad, lo que me ocurre es que creo que los impuestos son una manera maravillosa de explicar una sociedad.

¿Cómo la explican?

–Lo que piensa un país sobre lo que paga de impuestos es una radiografía muy exacta de su verdadera moral. Uno puede expresar muchas opiniones políticas al respecto, pero si cuando llega el momento de pagar a Hacienda intenta regatear el IRPF... A veces hay contradicciones entre lo que has dicho en un bar para parecer muy empático con los que no tienen y lo que haces luego. Por eso creo que la fiscalidad es una manera muy interesante de hablar de España y de la gente con la que convivimos. Y, por supuesto, es un papel pensado para Carmen Machi. Había trabajado con ella en Ocho apellidos vascos, pero aquí ya es la protagonista absoluta. Es una actriz tan versátil que solo con una comedia clásica habría brillado, pero, claro, a Carmen no le puedes dar solo un registro. 

La hemos visto hace poco en ‘El Mesías’ y estaba impresionante.

–Es que es muy capaz de hacer comedia y drama a la vez. En este caso, además, también hemos querido alimentar la parte de su personaje, una mujer que se llama Sara Santano, y contar un trayecto que va más allá de de simplemente ser una inspectora de Hacienda. Carmen es increíble, yo digo que es un clásico y a ella no le gusta mucho porque dice que le hace sentirse mayor, pero dentro de 20 años me gustará poder decir ‘que sepáis que yo en 2024 trabajé con Carmen Machi’. Es una actriz a la altura de las más grandes de nuestra historia. 

El apellido Santano es muy de Irun.

–Sí, claro, José Antonio Santano fue el exalcalde de Irun durante muchos años y ahora es subsecretario de Estado de Transportes. De ahí viene.

Cuando leemos el argumento de 'Celeste' (The Mediapro Studio), pensamos en Shakira...

–Sí, y entiendo que se piense en eso, pero, realmente, no cuenta su historia. De hecho, el personaje de Celeste, la cantante, es más bien una obsesión, porque lo que contamos es la historia de una inspectora. Para los guiones, me intenté empapar de diferentes casos mediáticos, desde el de Arantxa Sánchez Vicario, que fue el primero que se documentó mucho para saber si vivía en Barcelona o en Andorra. Posteriormente, ha habido un montón futbolistas, artistas... Y, para hacer un thriller, hemos tenido que hacer un compendio de cosas que son propias del trabajo de los inspectores de Hacienda que parecen más del mundo de los detectives y de las películas de la CIA y de la KGB; solo que, en lugar de secretos de Estado, tenemos el IRPF y el IVA, que producen la misma tensión y la misma magia...

Y con ‘Su Majestad’ se podría pensar en Leonor...

–Exactamente, no. El carácter de la protagonista de Su Majestad es  mucho más despendolado, fiestero y caótico de lo que yo entiendo que está siendo Leonor, que parece mucho más ordenada y más educada para hacer lo que va a hacer. Esta es una comedia más disparatada, más loca, que no mira directamente a la monarquía española en concreto, sino al concepto general de monarquía. Hemos mezclado cosas y la serie es más bien una reflexión sobre las monarquías en el siglo XXI. También ha sido un reto porque ¿hasta qué punto algo tan protocolario y burocrático es un lugar para la comedia? La comedia es caos y las monarquías, o lo que uno se imagina de ellas, consisten en orden y diplomacia. Así que alguien torpe o exagerado en esas fotos tan ordenaditas es como un pez fuera del agua.

En teoría, ha nacido para eso, aunque no lo haya elegido.

–No lo has elegido y tampoco te han elegido, con lo cual, siempre puedes dudar si la gente te quiere. Creo que, además, va a haber una gente que nunca te va a querer hagas lo que hagas y otra que siempre te va a querer hagas lo que hagas. Entonces , ¿realmente, quién te quiere a ti por quién eres? Es todo muy raro, pero no hacemos referencia ni a la actualidad, ni a Leonor ni a Froilán ni a nada de eso.

¿Le pesa de alguna manera que, diez años después, aun le sigan calificando como ‘el guionista de Ocho apellidos vascos’?

–Me encanta. En realidad, lo que me pesaría mucho es llevar 20 años trabajando y que no me ligasen a ningún título. Desgraciadamente, lo más normal para un guionista es que ni siquiera pueda vivir de su trabajo. Y lo que es un milagro precioso es que puedas vivir de serlo. Yo me siento privilegiado por eso y, además, por haber hecho una película que ha visto tanta gente. Es verdad que ya no voy a ese tipo de comedia, pero he pasado por ella y me gustó mucho hacerlo. Bendito problema sentirse etiquetado por un título tan querido.

Al principio de esta conversación, le preguntaba qué le hace gracia, y ahora estaría bien saber qué cree que se puede hacer con las personas sin sentido del humor.

–Creo que todas las personas tienen un sentido del humor, lo que pasa que hay algunos que cuesta más encontrar. Muchas veces, pensamos que la gente no lo tiene porque no es como el nuestro. El sentido del humor es algo inherente al ser humano e, incluso, una persona en el día más triste de su vida en algún momento tiene un destello de algo que le resulta simpático. No digo que se ría, pero hasta ante un fallecimiento, una mala noticia o un simple tropezón, siempre hay un instante en el que el humor aparece.

Y el tipo de humor que tenemos también dice mucho de nosotros.

No hay nada que nos desnude más que lo que nos hace gracia. De hecho, esa carcajada espontánea e inmediata que uno no reflexiona es la que más habla de nosotros. Hay una cosa que nos ha pasado a todos, que es cuando uno en una cena con desconocidos se ríe de algo y se da cuenta de que hay otro en la mesa al que no conoce que se ha reído de lo mismo. Inmediatamente, conectas con esa persona. Da igual quién sea o la edad que tenga, estamos en el mismo equipo. Vuelvo un poco a lo que he dicho al principio de la entrevista, y es que nos reímos de lo que nos da miedo. Si hago un chiste sobre una primera cita, es posible que me inquiete el fracaso amoroso; si el chiste, en cambio, es de humor negro, posiblemente soy alguien con mucho miedo a morirme.

En Pixelian ha hablado de los retos de un guión de comedia, ¿qué es imprescindible hacer antes siquiera de ponerse a escribirlo?

–Lo más importante es contar una historia y contarla bien, da igual si es comedia o drama. Y cuando escribo, para mí es fundamental no ver tanto cine y televisión y dedicar mucho más tiempo a escuchar qué le pasa a la gente que te rodea. Pensar en qué reflexiones te vienen a la cabeza después de una discusión con tu padre, de una anécdota que te ha contado alguien sobre sus vacaciones de verano... También es importante las cosas que te pasan a ti, pero no suelen dar para muchas películas, la vida no es tan larga, así que hay que estar con las orejas atentas a lo que te cuentan los demás.