Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) acudirá a esta nueva cita en Navarra acompañado del escritor Roberto Valencia, de la Asociación Ruido de Fondo, en un acto (19.00 horas) organizado por el Ateneo Navarro y Anagrama. En Brujería, el autor catalán confronta las viejas y las nuevas relaciones afectivas, destacando los parecidos y las carencias de ambas, y también aborda cuestiones como los inconvenientes de la libertad, las posibilidades truncadas, la nostalgia, la culpa, los fantasmas, los recuerdos, la conciencia y resentimiento de clase... reviviendo a personajes que ya aparecían en otras historias. "Tú eres protagonista de tu vida, pero luego puedes ser secundario en la de otro”, cuenta, deseoso de saber cómo les va después de años acompañándolos.
Menudo retrato de las relaciones afectivas de pareja en el siglo XXI... Sin concesiones. ¿De dónde nace el interés por sumergirse en esta cuestión?
–Algunos novelistas buscamos siempre temas nuevos y las novelas en las que el matrimonio era una cosa cerrada, de la que no te podías salir, y si lo hacías, por ejemplo, por un adulterio o por una fuga, eras castigada social y legalmente, ya están escritas. Ana Karenina, La Regenta, Madame Bovary... Además, ahora la situación es diferente y la gente puede divorciarse, quedarse soltera, tener una o dos parejas de distinto género... y me parecía interesante situar una historia en un terreno nuevo, porque también es un terreno moral nuevo.
¿A qué se refiere?
–A que, al haber cambiado la manera de organizarnos como sociedad, palabras como, por ejemplo, compromiso cambian de sentido y me parecía muy interesante situar no una, sino dos o tres historias, aunque acaban siendo la misma, en este territorio moral totalmente nuevo.
Tan nuevo que, como les pasa a los personajes de ‘Brujería’, a veces nos sentimos desorientados.
–Sí, sí. A mí no me gustan nada esos personajes que cuando empieza la novela tienen una idea sobre cómo tienen que ser las cosas o los temas y actúan en consecuencia. Prefiero los que son un poco como nosotros. Es decir que, según las circunstancias, unos días pensamos unas cosas y otros días, otras; o nos dan miedo unas cosas y otras no. En ese sentido, he querido que, efectivamente, todos los personajes estén hechos un lío dentro de su situación y lo vayan exponiendo al resto como haríamos los demás si tuviéramos cualquier problema. Me parece que así todo es más verosímil.
Hoy ya hemos incorporado a nuestro discurso público conceptos como poliamor o relación abierta, aunque haya quien crea que se inventaron ayer y que son cosa de jóvenes. Los personajes de esta novela no son milenials, precisamente.
–No, no lo son. El protagonista debe de estar por los 50 y los Pons, en los treinta y pico. Ahora que lo dices, el otro día pensaba que parece que todo esto a lo que se llama woke parece fuera una cosa de ayer por la tarde; cuando en primeras novelas, de 2007, ya había parejas abiertamente bisexuales y homosexuales. Y estaban sencillamente porque era lo que yo vivía en la Barcelona de los 90. Mis amigos o mis amigas eran más o menos así. Siempre ha habido intentos de la gente de organizarse en función de sus deseos o de sus apetencias, pero eso antes en España era totalmente imposible y la sociedad actual permite esa variedad sin castigo, aunque evidentemente no sin problemas.
La novela aborda la infidelidad y destaca cómo durante siglos era un valor moral, seguramente religioso, impuesto sobre todo a las mujeres, que no es que fueran ejemplos de pureza, es que no les quedaba otra que ser obedientes.
–Así es. Yo nací poco después de que acabara la dictadura, pero sé que mi madre no podía ir a sacar dinero del banco sin la firma de mi padre. Y ya no digamos mi abuela, que no podía salir del país. Efectivamente, lo que lo que se ha entendido como una buena mujer era una mujer sometida, alguien cuyas apetencias personales no tenían sentido y su horizonte vital era que la casaran con el primero que pasara, tener hijos y quedarse con ellos y su marido toda la vida. Por lo general, en las sociedades más o menos dominadas por la religión –católica o protestante– esas vidas eran cárceles horribles. Lo serían para cualquier ser humano que tuviera ganas de aprender o de ver mundo por sí mismo.
En este punto, cabría afirmar que en el mundo de la infidelidad también hay sexismo. Es decir, que incluso hoy en día, que una mujer que, además, es madre tenga una aventura se ve peor que si un hombre de familia se echa amante o amantes. ¿De verdad que seguimos ahí?
–Totalmente. De entrada, por el lenguaje. Un hombre que tiene muchas mujeres es un mujeriego. Ha sido un resbalón, un momento por el cual no nos vamos a joder la vida, ¿no? Sin embargo, a una mujer que es infiel se la juzga y se la trata casi como a una prostituta. Hay más vigilancia y un enorme sexismo hacia las mujeres. Es curioso, cuando una mujer habla o escribe sobre sexo, le van a preguntar todo el tiempo sobre su deseo. Eso a los hombres no les pasa.
Hablando del deseo, ‘Brujería’ aborda sin tapujos ese impulso tan humano de conocer y desear a alguien nuevo.
–Lo que abordo en la novela es que cuando no hay libertad, todo es más fácil. Quiero decir que, en esa situación, hay que ser obediente y ya está, más que nada porque no hay otra opción. La gente nacía antes en su pueblo y si su padre era carnicero, era carnicero, y si su madre era costurera, pues era costurera. Lo que ha ocurrido es que nuestra generación empezó a ir masivamente a la universidad y las posteriores ya tienen un acceso casi instantáneo a ver cómo viven los esquimales, pueden ir a Australia o conseguir un tutorial para hacer pan o para conducir un avión. Y la sensación de que podríamos haber hecho muchas otras cosas puede generar alegría, pero también nostalgia de las vidas no vividas o frustración. En ese sentido, la libertad complica mucho más las cosas porque te obliga a preguntarte qué estás haciendo con tu vida.
Al igual que ha hecho en novelas anteriores, aquí nuevamente coge un tema, por ejemplo el amor, y lo presenta desde distintos puntos de vista; está el apasionado, el dependiente, el aparente, el pragmático, el nostálgico...
–Las teorías generales sobre el matrimonio, la pareja abierta, el poliamor, la soltería... son más propias de la sociología moral. Los novelistas, al menos algunos, hacemos otra cosa. No se trata de ir al Ikea a elegir una cocina o un taburete, porque las personas no son cocinas ni taburetes. No, las personas, son frágiles, tienen muchas horas de trabajo, están cansadas, les falta dinero, se mueren, se rompen, se cansan de ti y tú de ellas... Eso es lo que me interesa, ir por detrás de todas las debilidades del ser humano para contemplar, necesariamente, que la gente es muy variada. Además, a mí me gusta coger todo eso y confrontar las diferentes visiones de esos personajes, dándoles espacio para que digan las mejores frases y hablen de los peligros de elegir una opción u otra de relación. Porque, como bien decías, a veces no están tan claras.
Lo que está claro es que los temas que aborda en este y otros de sus trabajos incomodan, agitan o, cuando menos, animan a echar un vistazo alrededor.
–Me gusta que la lectura sea viva, reconozco que soy un poco vampiro y me gusta mantener la atención del lector el máximo tiempo posible y, si luego se queda pensando en esas cosas, mejor que mejor. Aunque mi objetivo no es inquietar. La literatura, o al menos yo la veo así, es una conversación a distancia entre adultos sobre temas que nos pueden interesar a los dos y sobre los que yo no tengo que dar más justificación. Pretendo una conversación lo más adulta y compleja posible sobre temas que son del presente y que nos ocupan a todos.
La diferencia de clases y la lucha por ascender económica y socialmente vuelve a estar en ‘Brujería’, pero no como costumbrismo.
–¡Muchas gracias! Me ha caído el sambenito de ser el escritor de la burguesía y no es así. Yo no reproduzco la vida de una clase corriente, no cuento dónde van a comer, si irán al fútbol.... A mí todo eso no me importa. Me importan los efectos mentales sobre el tema que estoy tratando. En este caso, el dinero es muy importante, porque si tú no tienes tiempo, trabajas 12 horas, no llegas a final de mes, por mucho que te digan que la pareja es opresiva, igual no tienes tiempo de montarte un rincón de de amor, ¿no? En cambio, si tienes mucho dinero, puedes equivocarte más veces. Y más, porque en la clase baja, romper igual no es tan fácil porque solo tienes una casa y tendrías que irte. Y, en el otro caso, puedes irte a la casa de verano a recomponerte. Está claro que ambas situaciones no tienen nada que ver.
Le están comparando con ‘Las amistades peligrosas’. ¿Cómo le sienta?
–Bien (ríe), es que es un clásico absoluto. Esa es una novela que pasa, precisamente, justo antes del siglo XIX, que es cuando se cerró el matrimonio. Ese juego de confusión entre el amor, el sexo, la amistad es muy inspirador. No es que yo tenga nada que ver con Choderlos de Laclos, pero sí veo un parecido en el ánimo juguetón de de no soltarle un discurso moral al lector. Y también hay otro factor presente en las dos novelas, y es que hay algo de cazador cazado.