La cabeza borradora de Iñaki Garmendia es una pieza escultórica abocada a no aparecer del todo, a que su rastro no sea más que una huella. Se trata de una reconstrucción que dialoga de forma "emocional y técnica" con el busto perdido que Jorge Oteiza esculpió en 1934 para el pintor José Sarriegi (Ordizia, 1911-1967), con quien mantuvo una gran amistad. Esta pieza desapareció y solo se conserva una imagen realizada por Nicolás de Lekuona. Con el objetivo de que siguiera latiendo esta conversación entre artistas, el Museo Oteiza y el Centro Huarte han presentado el proyecto de colaboración Faux départ, que fue concebido para ser mostrado específicamente en este Museo. De esta manera, Garmendia ha elaborado un extenso conjunto de materiales con dibujos −axonometrías de la cabeza original realizadas a partir de su reproducción fotográfica y aproximaciones escultóricas en torno al busto−; una instalación de vídeo de tres canales (cuenta con la participación de los integrantes de la quinta edición de JAI-Instituto de Prácticas Artísticas) en el que se enseñan distintas referencias a la cultura popular, que actúan como contrasonido de la estela del busto desaparecido, y, por último, la cabeza, que actúa como leitmotiv en esta exposición.
Se trata de un proceso que surge cuando Garmendia conoce la obra de Oteiza. Al principio, se guía por la emoción y la técnica, pero en el momento en el que descubre el misterio del busto desaparecido, el autor investiga acerca de los actores y elementos que formaron parte del momento en el que se realizó la única fotografía que se conserva. "Cuando me sumo en este proyecto, vinculado al busto desaparecido, trato de reinterpretar esa imagen de Nicolás de Lekuoma”, ha expresado. En el momento en el que recopiló todas estas piezas, inició una serie de vías de trabajo que "no llegaron a nada" y con las que se hace referencia al título de este proyecto, Faux départ, que puede significar 'salida nula' o 'equivocación'. "Entonces, hay que retroceder y empezar de nuevo. De alguna manera, esto es lo que ocurre con la exposición. Partí de cero y construí un nuevo contexto para que converjan y conecten las obras", ha explicado.
Por tanto, el no estar del busto real de Oteiza, pero la permanencia y pregnancia de su imagen, de su representación, reflejan de manera simbólica la melancolía y la repetición. Dicho de otra manera, una conversación tensionada entre presencia y ausencia y, en cierto sentido, "una imposibilidad de que el busto se dé del todo". De ahí que las paredes que rodean esta cabeza contengan las axonometrías, horizontales, verticales y a escala 1:1, que utilizó para la reconstrucción de la escultura (también se incluye una selección de los trazados con sus salidas nulas).
En ese sentido, es un proyecto permanentemente inacabado "para convertir el busto en una estufa" que articula las tres piezas de la exposición: "Funciona como un contrasonido entre las piezas", ha incidido. Asimismo, esta pieza central nació con una segunda intención: convertir el busto de Sarriegi en un generador de calor. "La escultura cuenta con dos orificios, uno de entrada y otro de salida. Es un modelo incompleto, que salió mal, pero que da cuenta de esa imposibilidad y resistencia a que el busto se muestre. A su presencia y ausencia", ha señalado.
Por otro lado, para poder albergar un segundo espacio en el que tuviese lugar la proyección de vídeo, el Museo Oteiza vació una de sus salas y tiñó las paredes de azul cobalto para conferir una sensación de ausencia y oscuridad. Así, sobre un lienzo de 16 metros de panorámica, surgen tres imágenes sincronizadas que animan a que el espectador se mueva a su alrededor, entre los espacios, para conocer y comprender el visionado de 34 minutos y, por tanto, para experimentar la simbología de las salas que conforman el proyecto Faux départ, una cabeza, una equivocación, una ausencia. Y un diálogo con una pieza que nunca aparecerá del todo.