“¿Qué pintamos los pintores? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene?”, con esta sencilla pregunta inicia el artista Juan Belzunegui (Carcastillo 1955) el repaso al cerca un centenar de obras que la Casa del Almirante acoge hasta el 4 de mayo, un tiempo en el que el visitante puede sumergirse en cada uno de los cuadros, cerámicas y esculturas que expone y que son fruto de la mente de un pintor que rebosa vida, sentimientos y emociones. Sus azules, rojos, amarillos o verdes, colocados a discreción, pero siguiendo las órdenes expresas de su corazón, sumergen al que trata de profundizar en la obra, en un mar de reacciones y preguntas. Nadie saldrá indiferente de la Casa del Almirante después de un viaje por la mente de Belzunegui.
Su primer boceto sobre una caja de cartón aprovechada de su casa, nació de la contemplación de una cabeza de cordero sangrante lista para entrar el horno y esa visión de la muerte despertó el genio interior, “saco fuera un mundo de expresión y emociones que debe salir. Me detengo en la muerte de un animal que nos vamos a comer”, ha recordado estos días. Esa cabeza será uno de los iconos que, a partir de ese momento, marque su vida y su obra y en una de las salas, junto a ella, se muestra la última que ha plasmado, sobre una bandeja de plata a modo de trofeo como la que logró Dalila de Sansón. “Aquella cabeza es el origen de mi deseo de ser pintor y de expresar”.
A partir de ese momento, los animales serán una pieza clave de su obra pero no solo ellos, la fruta, los bodegones, las flores, los cuerpos retorcidos de personas, sus rostros, para trazar un retrato en plena explosión de su expresionismo palpitante en el que él pone las emociones y es el espectador el que ha de diseñar la historia. Es ahí donde el color de Belzunegui alcanza la máxima expresión, el cenit de un artista que vive por y para el color, alejado de las formas convencionales que delimitan a un objeto para pasar a difuminar sus contornos en beneficio de la emoción. “El color lo concibo como un vehículo de expresión porque cuando miro la naturaleza o cualquier objeto, una botella, un animal, unas frutas en la mesa, es el color el que me mueve y llama, en primer lugar. La mirada se posa en ellos pero tiene que pasar filtrada por la emoción que traduce eso en obra. Si no se da ese paso de la emoción por el objeto, no hay obra. Es la observación del mundo con el ánimo que tienes y el momento que vives, en toda su extensión. El filtro de la emoción da como resultado un trabajo válido que a mi me satisfaga”.
De formación autodidacta, comenzó su actividad expositiva en 1984 con una muestra en el Centro Cultural Castel Ruiz de Tudela en Navarra. Ese mismo año se presentó al concurso internacional de pintura de los Festivales de Navarra. Su relación con el arte se remonta a la adolescencia “al descubrir el amor, la sexualidad, la presencia apabullante del otro y de lo otro. Aquel desbordamiento de emociones surgió en un mundo hostil (vivía Franco) y el arte era mi refugio ante tanto desconcierto y sufrimiento”. Poco a poco su obra fue llegando a otras ciudades próximas a su residencia en la Ribera, una zona geográfica muy presente en sus creaciones. En 1987 tuvo lugar su primera exposición en Pamplona, a la que seguirían muchas otras. Belzunegui forma parte del denominado Grupo + 4 junto a los pintores navarros Koldo Sebastián, Félix Ortega, y José Ignacio Agorreta, que se presentó como tal colectivo en la exposición celebrada en el Pabellón de Mixtos de la Ciudadela en 1995.
El regalo que ofrece la Casa del Almirante recoge un amplio recorrido por la vida del artista en el que se abre en canal, como el cordero que espera al horno. El viaje pasa desde la figuración inicial, pasando por el expresionismo, que llenó buena parte de su vida artística, hasta terminar en la abstracción total “que últimamente está tomando más peso. El mundo de la abstracción es el mundo del ritmo pictórico, del espacio que ocupas, de la armonía de los colores, del impulso vital, de los gestos y con eso se construye una dinámica propia que es el mundo de la no representación. El mundo interior que ordena y construye un lenguaje propio que el espectador que, si tiene esos datos, puede sentirlo y disfrutarlo en su dimensión y en su mundo. Se trata de empatizar con el autor o con la obra”.
Todo ello jalonado de carboncillos y bocetos a los que Belzunegui da tanta importancia como a la obra terminada, porque es un primer arranque de su visión ante el objeto, sin profundizar en sus sensaciones vitales, simplemente el objeto ante su realidad y su momento. Ahí se pueden observar calles, paisajes, pequeños animales en comportamientos cotidianos e incluso insectos. Después viene ya el paso al color donde el espectador ha de trazar un viaje hasta mancharse, “me gusta que mis cuadros se vean de lejos, pero también a centímetros, y que todo el campo visual sea la pintura, entonces te metes en la armonía del color que yo he pensado. En los museos llaman la atención si te acercas demasiado a los cuadros, a mi me ha pasado, pero en mis cuadros no hay ese problema, el color pertenece al mundo de lo espiritual, del corazón” y como tal hay que contemplarlo de cerca y sentirlo.
La pintura es para Belzunegui un juego, “un recorrido hacia lo desconocido” y en esa aventura aparecen dos fuerzas “una de arrebato irreflexivo y la otra serena y meditada. Es el propio cuadro el que dicta el final, solo hay que escucharlo”. Junto a todas sus obras pictóricas, están también las esculturas, las tazas, las cajas, el barro, un elemento que ha estado siempre unido a él, desde su infancia en que jugaba con la tierra de la Bardena. Ahora deja hablar a la tierra. “El arte se ha convertido en un compañero que lo tiñe todo: lo que ven mis ojos, lo que siente mi corazón, lo que pienso sobre el mundo. Todo atravesado por ese brillo mágico y misterioso que lo envuelve todo y que me da grandes alegrías y deseo también que me ayude a morir”.
En corto
Es la primera muestra retrospectiva del artista, donde se van a poder disfrutar desde piezas realizadas en sus inicios, con apenas 21 años, hasta lo más reciente, realizado en los últimos meses. Sobre estas últimas obras, Belzunegui ha querido hacer un homenaje a Tudela con paisajes urbanos y que ha realizado pinturas de gran formato, de hasta1,90 x1,30. Aunque su trabajo siempre se ha movido entra la figuración y la abstracción, últimamente esta última está cobrando más peso. Para poder conocer la exposición de manera más profunda, se han organizado una serie de visitas comentadas con Juan Belzunegui. La primera de ellas tendrá lugar el sábado 22 de febrero, a las 12.00 horas