El majestuoso instrumento que cuelga de las paredes de nuestras iglesias es mucho más que un mero transmisor de partituras, sublimes muchas de ellas. Es, además, el que dispone a la comunidad, –parroquial, conventual, catedralicia o colegial– para una determinada liturgia, o para la espiritualidad y transcendencia que cada uno quiera asumir; siempre a través de la inconmensurable belleza de su sonido. En el monasterio de Leyre, el órgano eleva el ánimo del caminante, y, también, lo sosiega; engrandece la sólida arquitectura del monasterio; enaltece la liturgia; entroniza las ceremonias del Viejo Reino; prepara, en definitiva, al visitante para el recogimiento interior, y goce exterior, a través del júbilo de las miríadas de tubos (2.750) que lo componen.

Presentación de la Asociación de Organistas Legerenses.

Monasterio de Leyre. 19 de julio de 2025. Buena respuesta del público a la convocatoria.

De todo esto y de las peripecias sufridas hasta llegar al extraordinario órgano del que hoy disfruta la abadía, nos hablaron el abad J.M. Apesteguía, el organista titular, J. L. Echechipía, y el prior, P. Eduardo, con motivo de la creación de la Asociación de Organistas Legerenses, creada, como las existentes en Francia y otros lugares, para potenciar todo lo referente al instrumento: conciertos, encuentros, y, aquí, la liturgia monacal benedictina, muy ligada al gregoriano. El propio Echechipía, Miguel Merino y Álvaro Cía, serán los organistas. Sin olvidar, claro, al abad, que, también lo es. Estas asociaciones en torno al órgano, con o sin nombre, son muy importantes para el rico patrimonio organístico de Navarra: por ejemplo, la de Lesaka, que hizo una feliz restauración, o la de Larraga, muy activa, con festival incluido.

El padre Abad fue desgranando, (con bastante sentido del humor, por cierto), las vicisitudes y dudas del proyecto de restauración. Que si órgano nuevo o ampliar el actual; que si barroco o sinfónico, que si mecánico o eléctrico, que si con la trompetería horizontal fuera o dentro de la caja, etc. Afortunadamente, la sabiduría y prudencia del abad, siempre templando gaitas entre arquitectos y organeros (mundos ambos complejos) dio con el instrumento que mejor sirve a lo expuesto antes. Aunque hubo ofertas de órganos de segunda mano desde Alemania, se optó por partir del que había, porque cada órgano tiene su alma, y en este ya había una gran tradición de monjes organistas (el P. José Díaz de Tuesta, el P. Pedroarena, él mismo). Un órgano sinfónico, para dar cabida al gran repertorio romántico, con los Guridi, Eslava… y contemporáneos; y con alimentación eléctrica. Lo importante, no obstante, de un órgano, son los tubos, su temple, y aquí se aprovecharon tubos de un órgano desmontado en Bilbao, de la misma fábrica que el de Leyre, conseguidos, por cierto a muy buen precio. Porque, los bandazos de ir y venir del presupuesto (un órgano es costoso), ya se los pueden imaginar: Comunidad Europea, administraciones, la propia comunidad benedictina… El abad, siempre en conversación con los organistas R. del Toro, Echechipía y Candendo (titular del Buen Pastor de San Sebastián), confiaron la obra a la empresa Blancafort, sin duda la más solvente. Y así se llegó al instrumento de hoy, con sonido y alma propios, con detalles como el sonido de la bombarda, o la trompetería horizontal (muy ibérica, con su trompeta real de batalla) que está oculta; y sobre todo, preparado para los grandes conciertos con toda esa trompetería, y para el recogido acompañamiento al gregoriano de los monjes. Larga vida a los entusiastas organistas y a esta asociación, (con el sello Mecna) que necesita patrocinio y el apoyo. Tenemos el órgano que había, pero extraordinariamente “amejorado”, zanja el abad.