Cuando habla de su padre, se emociona. Guillermo Fischer sufrió hace meses, concretamente el 16 de octubre de 2020, un golpe muy duro, la pérdida de su padre. A este trance se le unió además la imposibilidad de poder despedirse de él, debido a la pandemia de coronavirus. Un doble duelo.

El jugador del Helvetia Anaitasuna es hijo de Rodolfo Lobo Fischer, una leyenda del fútbol argentino. Jugó en el San Lorenzo de Almagro, donde se convirtió en su tercer histórico goleador -141 tantos en 272 partidos-. En Argentina también vistió la camiseta del Sarmiento de Junín y del Sportivo Belgrano de San Francisco, además de jugar en Brasil y en Colombia. Asimismo, defendió a la albiceleste de 1965 a 1972, marcando 12 goles en 35 partidos.

Clubes, exjugadores y aficionados lloraron su muerte. Incluso el más grande, el mítico Diego Armando Maradona, colgó en su cuenta de Instagram una foto con él, del año 1978, cuando se enfrentaron Argentinos Juniors y San Lorenzo. “Que en paz descanses, Lobito”, escribió.

Pero, sin duda, quien más sufrió su pérdida fue su familia. Para Guillermo Fischer era su referente, su guía. La persona que se sacrificó para que él pudiese jugar al balonmano. Así lo recuerda: “Cuando dejó el fútbol, se dedicó al campo. Trabajaba a 600 km de distancia, dentro de la provincia de Buenos Aires, donde yo vivo. Muchas veces iba a trabajar, llegaba tarde, dormía unas horas y al día siguiente, temprano, se levantaba para llevarme a un partido. Pude compartir esos momentos con él”.

Guillermo Fischer, en una bonita imagen con su padre.

Los mejores consejos también procedían de su padre. El jugador del Helvetia jamás olvidará uno en concreto. Cuando tuvo que jugar un torneo intercolegial con su centro, el Naciones Unidas. “Yo estaba también con la selección argentina juvenil. El técnico se enteró de que estaba jugando torneos con mi escuela y me preguntó qué hacía, que era una locura. Justo antes de medirnos en la final contra otro colegio, me dijo que si jugaba ese partido me olvidara de la selección. Que corría muchos riesgos”. Guillermo Fischer decidió entonces no disputar ese encuentro, algo que no gustó a su progenitor. “Le dije a mi padre que no iba con el colegio y me contestó que estaba equivocado. Que no podía dar la espalda así a mis compañeros y que si era bueno, la selección me volvería a llamar”, recuerda. “Si vos quieres ir, yo te llevo a ese partido’, me dijo. Y fui”.

La pasión por el fútbol del Lobo Fischer -apodado así “porque en la cancha era muy feroz y peleaba todos los balones”- se alargó hasta no hace mucho. Con 73 años “seguía jugando al fútbol con sus amigos” y esa pasión “la fue trasladando al handball”, asegura el defensor argentino.

Cuando se enteró de que estaba enfermo, Guillermo Fischer se planteó si seguir jugando o quedarse en casa acompañándolo. Su padre fue el primero en decirle que debía continuar con el balonmano. “Él fue quien me dio la vida y me dio lástima no haber podido estar con él y con mi familia en esos momentos”, afirma. En el recuerdo, la última vez que se despidió de él en un aeropuerto. “Él no se acercó a darme un abrazo y yo a él tampoco. Ninguno de los dos queríamos decirnos adiós. La idea era volver a vernos. Durante el tiempo que estuve en casa compartí todo el tiempo que pude con él, pero uno no quiere nunca decir adiós a la persona que ama. Es algo muy duro perder a alguien tan cercano y más estando tan lejos”.