i recuerdo me dice que los domingos de partido hacía frío, en la calle y también en la casa, Mi madre me ponía un buen gabán y boinica aunque los pantalones cortos dejaban pasar el cierzo; y esto no tenía remedio, hasta cuarto de bachiller no estrenaría los largos.

Había que madrugar para ir a misa, mi familia a San Agustín. Latín, el cura de espaldas a la feligresía y un buen sermón recordando los placeres del infierno. A la salida, conversación de mis padres con algunos familiares, amigos€ y, poco a poco, subiendo la Bajada de Javier, desembocábamos en la Plaza del Castillo. A tomar el vermú. Un "zuva" y "cocleta". Los bares estaban repletos de clientes. Uno de los domingos, en todas las conversaciones se dejaba oír un nombre: Kubala. Algunos, decían, lo habían visto pasear de par de mañana cerca del Hotel La Perla, que era donde había pernoctado su equipo. Otros proclamaban: "les vamos a ganar", convencidos en sus adentros de la dificultad del envite. Los suelos de los establecimientos estaban sembrados de cabezas de gamba, palillos, huesos de aceituna, servilletas aceitosas, serrín€ Las cristaleras llenas de vaho. En un antiguo bar de la Calle Comedias los fritos los mantenían tibios encima de la cafetera si no había clientes. Uno de estos, en una ocasión, estaba soplando uno de huevo, a lo que el camarero le advirtió: "no estará muy caliente€"; "no no, si es que le estoy quitando el polvo", le dijo el otro.

Antes de ir a casa, visita obligada a la pastelería Alfaro de la calle Chapitela a por pasteles para postre. Recuerdo la habilidad de las dependientas a la hora de envolver el paquete: sobre la bandeja de cartón ponían los pasteles, en estos clavaban doblados palillos planos, el fino papel de envoltura y, con una destreza y rapidez que me pasmaban, el cordón que lo ataba, acabado, arriba en un lazo que servía para cogerlo con los dedos y no se volcara y estropeara el producto. ¡El siguiente!

Comer caliente, pollo si había suerte, y rapidico. Había que estar en San Juan para las tres y media. Allí estábamos puntuales. Ambiente de gala. Todo en su sitio: el marcador simultáneo Dardo con las personas que se cuidaban de poner los resultados llegados de otros campos, a través de la radio, seguramente. Los chortas en su rincón, los de Tribuna de Gol quitaban el frío pateando las gradas de madera. Justo debajo, en un diminuto bar, olor a anís y coñac, sonidos de jotas de voces cazalleras y humo de puro barato. Salen los equipos del vestuario, que estaba debajo de esa misma tribuna: el Barcelona€ Kubala, Segarra, César, Tejada, Manchón€ ¡vaya equipazo! Enfrente, Salvatierra el mau-mau de Tudela, Castellanos, Pahuet, Zubeldía, Madariaga. ¡Se van a enterar esos! Bien la primera parte. En el descanso por los altavoces se oía la música publicitaria: "¡Amuebladora Comercial Navarraaaa, dispone en su comercio de Pamplonaaaa€!" O aquella otra, normal para la época: "¡Ayer te vi muy de mañanaaaa, tomando Anís de la Pravianaaaa€!". Al final la furia navarra logró un gran triunfo por un gol a cero que, ante semejante enemigo, supo a doble victoria. Otro día vendría el Madrid de Di Stefano, a sufrir, que esta plaza nunca ha sido cómoda de conquistar.

A la salida del campo las mujeres esperaban a los maridos e hijos en el crucero de Navas de Tolosa y por la cara que estos traían sabían si iba a ser bueno, o no, el resto de la tarde. Desde allí hasta San Ignacio a por castañas. Después vistazo, muy contentos, a La Goleada. "¡Este año no bajamos!"€ Bajamos. Una vuelta por las poco iluminadas calles del centro y a casa, que al día siguiente me esperaba otro duro enfrentamiento, esta vez contra toda la congregación escolapia, que intentaba, sin mucho éxito, me parece, desasnar a este forofillo que escribe.

(Cuando paso por la avenida de Bayona aún me parece oír los gritos de la afición: ¡gol, gol, gol!)Socio 491