EL Urban Cruiser de esta prueba es un coche peculiar en sí mismo, y que probablemente elija a su comprador por la fascinación que despierta su estética exterior de todocamino o SUV de pequeñas dimensiones, su carácter urbano y un aspecto robusto y hasta futurista. El Urban Cruiser es, decidiendo con el corazón más que con la cabeza, uno de mis Toyota preferidos y sería mi opción de compra definitiva si la versión diésel de esta página no tuviera que sumar por el pack 4x4 AWD (con tracción a las cuatro ruedas en lugar de delantera, freno de mano cromado, diferencial trasero, indicador de AWD y protector de bajos) la bonita suma de 2.350 euros a los 19.900 euros que ya cuesta el 1.4 D-4D Active, y que con el motor de gasolina 1.33 VVT-i de 100 CV se sitúa en 16.700 euros con el acabado Live y en 18.700 euros con el Active, precios que luego pueden tener o no campañas de descuento y de lo que nos informarán en nuestro concesionario Toyota más cercano.

Cuestiones económicas al margen, el Urban Cruiser 1.4 D-4D es un producto propio de nuestro tiempo en muchos sentidos. Por una parte, su imagen de 4X4 lo hace más atractivo y lo diferencia del resto de los utilitarios; el diseño del interior y la cuidada terminación también lo sitúan un punto por encima de la media de su segmento; y para terminar la posibilidad de optar al motor diésel con un completo y sofisticado sistema de tracción a las cuatro ruedas le confiere un cierto estatus del que muy pocos modelos -el resto son más grandes- pueden presumir entre los más pequeños.

Sus dimensiones, otro de sus aciertos, son muy contenidas, con 3,930 metros de largura, 1,725 de anchura, 1,525 de altura y 2,460 de distancia entre ejes, con un maletero variable, merced a sus asientos posteriores deslizantes, reclinables y abatibles, que oscila entre 314 y 388 litros. A criticar, aunque solo levemente, su rueda de repuesto de emergencia, si bien en contrapartida nos aporta numerosos huecos portaobjetos, no al nivel del imbatible Toyota Yaris, pero sí siguiendo su brillante estela en este aspecto. Otros puntos mejorables son la antena a rosca, la ausencia de retrovisor exterior izquierdo panorámico, la falta de reloj de temperatura del motor -cuenta con indicador de refrigerante frío o muy caliente- y su bocina de ciclomotor.

EN MARCHA El manejo del Urban Cruiser es tan fácil como agradable y divertido. Si optamos por el lujoso paquete opcional Style (1.000 euros), que incluye climatizador automático dual frente al aire acondicionado de serie, cristales oscurecidos, llantas de aleación de 16 pulgadas con neumáticos en medidas 195/60 y entrada y arranque sin llave, con sólo apoyar la mano sobre la manilla, pasar al habitáculo y pulsar el botón de arranque, el motor cobrará vida.

La vista ante nuestros ojos es francamente agradable. Las plazas delanteras son espaciosas y cómodas, atrás se echa de menos algo más de altura libre al techo y el amplio montante posterior resta un poco de visibilidad en las maniobras de aparcamiento, pero en general la comodidad y habitabilidad están más que logradas. A destacar el cuidado puesto en algunos detalles. Baste, por citar algo, el acertado emplazamiento del portabebidas del copiloto y su refinado funcionamiento, en la parte derecha del salpicadero, o la exquisita terminación de la unión del techo interior con la luna delantera. También el equipamiento convence por su completa dotación en confort y seguridad, sólo echaremos de menos el control de crucero.

Ponemos el motor en marcha y apreciamos que, salvo en aceleraciones muy intensas o rodando muy en frío, la sonoridad se muestra contenida. Tras lo visto después de su última evolución, este propulsor diésel de cuatro cilindros, 1.364 cc, 90 CV a 3.800 rpm, 205 Nm de par máximo de 1.800 a 2.800 vueltas, tracción delantera, caja de cambios manual de seis marchas, 175 km/h de velocidad máxima, 11,7 segundos en el paso de 0 a 100 km/h, consumos de 5,3 litros en ciudad, 4,0 en carretera y 4,5 de promedio y emisiones medias de CO2 de 118 gramos por kilómetro, ha alcanzado su madurez y un grado de eficacia y rendimiento simplemente admirables.

Por ciudad resulta agradable, fácil de manejar y muy ágil, tanto gracias a una mecánica que responde con rotundidad (a solo 2.000 rpm permite cambiar a la siguiente marcha y salir con brío), como por un radio de giro reducido y una maniobrabilidad sobresaliente merced a sus reducidas dimensiones y buena visibilidad general. La dirección, los frenos y las suspensiones (MacPherson delante y eje torsional en la zaga) trabajan, tanto en la urbe como luego en autopista y muy especialmente en carretera y aunque les exijamos a un nivel de coche deportivo, con una brillantez muy notable y hasta inesperada en un turismo tan pequeño y a priori de modestas pretensiones.

El motor también responde con unas prestaciones más que aceptables, incluso en un uso muy alegre por tramos revirados de montaña, en donde, como le ocurre en ciudad, carretera y autopista, la única crítica posible son unos desarrollos excesivamente largos que obligan a trabajar con el cambio más de lo deseable, perjudican los registros de aceleración y recuperación y limitan el uso de la sexta velocidad en carretera. Y es que a 2.000 rpm en sexta relación el velocímetro marca unos 110 km/h, lo que supone una desmultiplicación claramente excesiva para el rendimiento de esta mecánica y más todavía con una orografía tan accidentada como la nuestra. Con una relación de cambio más ajustada todavía entusiasmaría más este coche que cautiva por su estética y diseño y convence por sus muchas cualidades.