Nada de lo hecho en los últimos 20 años ha servido para cambiar una tendencia general y profunda. Tampoco un acontecimiento extraordinario, pero pasajero, como la pandemia ha despertado de modo amplio las ganas de vivir en un entorno rural que sigue reclamando una actuación mucho más decidida. Hoy, en la mitad de los municipios de la Comunidad Foral se cobran más pensiones que nóminas por trabajo. Un indicador claro de que, un día, hubo un pasado vibrante, pero también una prueba de un presente difícil y el anticipo de un futuro con sin mucha esperanza.

En total, 137 municipios se encuentran en el primer trimestre de 2024 en esta situación. Y otras tres localidades contaban con tantos ocupados como pensionistas. O al menos como el número de pensiones que se perciben, al existir un número relevante de personas que perciben en Navarra dos prestaciones al mismo tiempo: la suya propia y una de viudedad, por ejemplo. 

Se trata, en su mayor parte de localidades ubicadas en cuatro áreas localizadas de Navarra: el Pirineo y valles cercanos como Aezkoa, uno de los que peores datos tiene; la Baja Montaña y Zona Media Oriental (Aibar, Lerga, Cáseda, Gallipienzo); el extremo suroccidental de Tierra Estella (Sansol, Desojo, Bargota...), y los pueblos de peor acceso en el noroeste de la Comunidad Foral (Ezkurra, Arantza, Zubieta, Goizueta...).  

Casi todos ellos comparten ciertas características: un tamaño reducido, una ubicación al margen de las principales vías de comunicación, la ausencia de polígonos industriales o de empresas, un pasado eminentemente rural y una población ya muy envejecida.

En este listado parecen también localidades de otro tipo, mucho más próximas a Pamplona y cuya realidad es otra. No disponen de suelo industrial o comercial suficiente para albergar empresas: casi todo su espacio está ocupado por viviendas donde habitan ciudadanos con una edad media cada vez más avanzada. Es el caso de Barañáin, Zizur Mayor, Burlada y Villava, pueblos sin apenas suelo industrial para crecer.

Demografía pobre 

Su comportamiento es, simplemente, el reflejo de una demografía preocupante, solo animada por el impacto indudable de la inmigración. Navarra no es, además, uno de los territorios más envejecidos de España, sobre todo si se compara con la dramática situación de la cornisa cantábrica y de algunas zonas de Castilla y León.

Y, aunque está lejos de pagar sus propias pensiones (algo que solo consiguen territorios como Madrid, Almería, Baleares, Murcia o Alicante), sí posee unos niveles de ocupación suficientes para cubrir con las cotizaciones que se recaudan al menos las prestaciones de jubilación. En 2022, último año con datos cerrados, el déficit entre lo que se ingresó por cotizaciones y lo que se abonó en Navarra en pensiones de todo tipo fue de 322 millones.

El envejecimiento de muchos pueblos y de los propios trabajadores del campo –la falta de relevo y de oportunidades ayuda también a entender las protestas de las últimas semanas– es el anticipo de la despoblación de las próximas décadas. Y es uno de los acicates para desarrollar una ley de Desarrollo Rural que tenga la ambición necesaria para impulsar la actividad en las zonas más desfavorecidas de la Comunidad Foral. José Mari Aierdi, consejero del ramo, ya ha anunciado su intención de modificar el texto actual, que data de hace más de dos décadas y que no ha servido para dar un impulso real a muchas zonas. 

Los datos de población son la mejor muestra de ello. En la última década, un periodo en el que la Comunidad Foral ha seguido creciendo en número de habitantes, 168 de los 272 municipios ha perdido población. Tampoco según los datos de los últimos cuatro años, que recogen el impacto de la pandemia y de los cambios que esta haya podido suponer en la sociedad, se aprecia un cambio relevante. Aunque algunas localidades, sobre todo del sur de la Comunidad Foral, han crecido con cierta fuerza –sobre todo en aquellas en las que existe vivienda disponible a un precio muy inferior al de Pamplona, un centenar de municipios ha seguido perdiendo población.

La historia en las pensiones

Las pensiones suelen reflejar con precisión tanto el perfil de sus habitantes como la historia económica de la localidad. Y los datos de Navarra sitúan a Adiós (1.867 euros) como el municipio con la prestación media más elevada de Navarra. Tras ella se sitúa Areso, los dos Cizures y buena parte de los municipios de Sakana,Leitza o Lesaka. Tiene toda su lógica. Mientras que algunas localidades se han convertido en lugar de residencia de quienes alcanzaron los mejores salarios, otras muestran los réditos de un pasado industrial que no solo garantizaba abundancia de empleo, sino salarios y cotizaciones a la Seguridad Social elevadas.

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El eje del Ebro, hoy una de las zonas de mayor dinamismo, receptora neta de población y que ha crecido al calor de los regadíos y la industria agroalimentaria, muestra algunos de los datos más pobres de Navarra. Una muestra no solo de un pasado agrario menos boyante que en la Zona Media o la Comarca de Pamplona, sino de un tejido económico insuficiente, con una fuerte estacionalidad y de menor valor añadido. Algo que, poco a poco, está comenzando a cambiar.