trás quedó la primera ola de coronavirus de marzo y abril. Aunque más que una ola fue un tsunami que puso en jaque a medio mundo. Pero con un enorme esfuerzo, sacrificio -y también costes humanos además de económicos- salimos adelante. Estamos ahora en la posición de superar la segunda ola que nos ha llegado tras un verano complejo y un duro otoño. Ni una ni otra, aunque con diferentes circunstancias, han sido fáciles para Navarra. No obstante, tanto su sociedad como su sistema sanitario -liderado por una sanidad pública que ha reivindicado el porqué de la importancia de ser una apuesta estratégica- han sabido estar a la altura. Ahora los expertos hablan de una tercera onda epidémica. La situación es cambiante y frágil. El riesgo está ahí. Existe un lógico y fundado temor al periodo de navidades, aunque también hay mayor respeto al virus, conciencia y experiencia que en la desescalada de julio. En cualquier caso, si queremos llegar a la orilla toca aplicar las lecciones aprendidas y reconstruir o apuntalar puentes. Tres tipos de puentes. Puentes entre la sociedad y sus representantes institucionales; entre la ciudadanía y los sanitarios, y entre el sistema sanitario y el resto de sistemas de servicios públicos que configuran el Estado del Bienestar y que a veces no acaban de comprender la idiosincrasia propia del sanitario. En definitiva, a mi juicio se trata de relanzar o restañar tres grandes consensos: acuerdo político, acuerdo social y acuerdo profesional. Todo ello a la luz de lo aprendido hasta ahora y como base sólida para lo que pueda venir. Porque la covid-19 no será posiblemente ni la primera ni la última pandemia que nos toque vivir.

El coronavirus ha vuelto a poner a la salud en la agenda política. Eso es bueno en tanto a que se ha visibilizado como un elemento fundamental de la cohesión y desarrollo social relegando incluso a un segundo plano una geopolítica que basculaba más en torno a la economía. No hay salud sin economía (hace falta una inversión pública en el sistema sanitario, pero también que la población logre unos ingresos mínimos, la otra cara de esta moneda) ni hay economía sin salud. Mientras no se logre controlar la pandemia resulta complejo reactivar la actividad a la antigua usanza. Pero lo vivido tiene también su lado negativo. Por desgracia ha habido y hay grandes tentaciones de convertir la pandemia en arena -casi barro- del debate partidista, de la política con minúsculas alimentando la desafección de la ciudadanía justo cuando más confianza necesita ésta en sus dirigentes y representantes. Es evidente que las diferentes formaciones y gobiernos (lo mismo a nivel local que autonómico que estatal o internacional) pueden discrepar en la gestión de esta crisis sanitaria, pero también que son momentos de poner por delante lo que une frente a lo que separa; la coordinación frente a la divergencia; el interés general frente al sectorial; las propuestas frente a las críticas y la no deslegitimación de las instituciones y sus recomendaciones sanitarias frente a la demagogia. Nadie ha elegido vivir una pandemia que ha sorprendido a cada cual en su posición. A unos en el gobierno, a otros en la oposición; unos entrando en elecciones, otros saliendo.

Tiempo habrá de evaluaciones externas, pero la sociedad no puede pagar la factura de un estéril enfrentamiento electoralista aprovechando las aguas revueltas de la covid-19. Acuerdo político en lo fundamental respetando la diferencia. Este es el primer puente que nunca debería romperse. Y en esa construcción de los cimientos del futuro hay que saber que invertir en salud es algo más que gasto sanitario, es apostar por una verdadera recuperación más allá del simple rescate en tiempos de crisis.

El segundo puente es el que conecta la sociedad con el sistema sanitario, a ciudadanos o pacientes con sus profesionales de la salud. La primera ola supuso un auténtico idilio. Aplausos, reconocimientos, vídeos, mensajes€ Los y las profesionales sanitarios/as, junto a otras profesiones esenciales, reforzaron su prestigio social al tiempo que entregaban toda su energía -en ocasiones en condiciones muy difíciles- por curar, cuidar, atender y entender a miles de personas afectadas por un virus entonces casi desconocido. La situación, en términos netos, no ha cambiado pero la fatiga pandémica, que también tiene esta vertiente, ha empezado a desgastar la confianza mutua en pequeños detalles creando algunos muros de incomunicación. Sanitarios y sanitarias que no entienden determinadas conductas en la calle mientras se llenan sus plantas y sus UCI o ciudadanos que dudan, por ejemplo, de las vacunas o cuestionan desde sus legítimos intereses particulares decisiones adoptadas desde una visión general. Estamos a tiempo de recobrar y reforzar esta confianza mutua que realmente aún tiene un alto nivel y valor, pero que no hay que descuidar. La última Medalla de Oro de Navarra para los profesionales sanitarios y sociosanitarios ha sido un pequeño símbolo institucionalizado. La empatía es la mejor receta y la vacuna más eficaz para inmunizarse contra la insolidaridad.

Y finalmente, está el acuerdo profesional. Los puentes en las propias aguas sanitarias. Esta pandemia ha dejado muchas enseñanzas y ha acelerado procesos que ya estaban en marcha. La importancia de la Atención Primaria y Comunitaria; el valor fundamental del capital humano del sistema sanitario más allá de infraestructuras y tecnologías, que son también necesarias; la eficacia de la coordinación y trabajo en equipo tanto entre redes como entre niveles, centros, servicios o estamentos. La necesidad de profesionalizar la gestión y de una mayor autonomía de un sistema sanitario que tuvo que adaptarse casi en horas a un nuevo reto, de hospitales y centros de salud que dieron la vuelta a su organización de la noche a la mañana, pero que vuelve a chocar ahora con la rigidez de las viejas estructuras administrativas. Es preciso conseguir una mayor autonomía para poder gestionar los servicios sanitarios si queremos responder a lo que vaya a venir.

Son muchas las asignaturas inaplazables y las evidencias que ha dejado ya la covid sobre toda una profesión, la sanitaria, que se ha resituado en el motor de una sociedad que necesita producir salud además de curar enfermedades ante los retos de un siglo XXI que no ha hecho más que comenzar. Hay que llegar a la orilla y zarpar con el rumbo claro en estas complicadas aguas de la época que nos ha tocado vivir.

Es preciso relanzar tres grandes consensos con un acuerdo político, social y profesional sobre la covid-19

Esta pandemia ha dejado muchas enseñanzas y ha acelerado procesos que ya estaban en marcha