El hambre no siempre responde a la falta de energía del organismo. Existen distintas clasificaciones que intentan explicar por qué aparece la necesidad de comer y qué papel juegan las emociones, los sentidos o incluso las hormonas en este proceso. Según los expertos en la materia se habla de cinco, siete o hasta nueve tipos de hambre. Estas diferencias muestran distintas maneras de aproximarse a un fenómeno que va más allá del simple vacío en el estómago.
Una de las propuestas más conocidas es la que divide el hambre en cinco tipos, presentada por la farmacéutica y nutricionista Marián García, “Boticaria García”, en su libro Tu cerebro tiene hambre. Este modelo distingue entre hambre fisiológica, cuando el cuerpo realmente necesita energía; hambre emocional, originada por estados de ánimo como ansiedad o aburrimiento; hambre ambiental, provocada por estímulos externos como ver anuncios o pasar junto a un escaparate de comida; hambre hormonal, relacionada con desequilibrios en la leptina y la grelina, hormonas que regulan el apetito; y un quinto tipo denominado “hambre Dragon Khan”, vinculado a las variaciones en los niveles de glucosa en sangre. La utilidad de esta clasificación es diferenciar cuándo se trata de una necesidad real y cuándo el impulso viene de otros factores.
La utilidad de estas clasificaciones es diferenciar cuándo se trata de una necesidad real y cuándo el impulso viene de otros factores
9 tipos de hambre
Otra perspectiva amplía el concepto hasta los nueve tipos de hambre. Aquí dentro se catalogan el hambre visual, desencadenada por la vista de alimentos; el hambre de olfato, provocada por olores intensos como el café recién hecho; el hambre de oído, activada por sonidos como el crujido de una patata frita; el hambre de boca, que se centra en la búsqueda de texturas y sabores; y el hambre de tacto, relacionado con el contacto físico con la comida. A estos se suman el hambre de estómago, vinculado a la sensación de vacío físico; el hambre celular, que responde a la necesidad de nutrientes específicos; y el hambre mental, que se genera a partir de ideas, creencias o normas autoimpuestas sobre qué comer y cuándo hacerlo. Esta clasificación busca mostrar cómo los sentidos y el pensamiento condicionan gran parte de las decisiones relacionadas con la alimentación.
Mente y cuerpo
Los expertos coinciden en que identificar el tipo de hambre que se experimenta puede ayudar a entender mejor el comportamiento alimentario. No se trata de negar la sensación, sino de reconocer su origen y responder de manera adecuada, diferenciando cuándo el cuerpo necesita energía de verdad y cuándo el impulso se genera por factores externos o emocionales. En cualquier caso, los distintos enfoques muestran que el hambre es un fenómeno complejo y que va más allá del estómago, con componentes fisiológicos, psicológicos y ambientales que influyen en la forma en que se come.
7 tipos de hambre
Entre ambas propuestas se encuentra un modelo intermedio que habla de siete tipos de hambre basado en la obra Comer conscientes de Jan Chozen Bays. En esta clasificación se incluyen el hambre estomacal, relacionado con la sensación física de vacío; el hambre celular, que se manifiesta con señales como cansancio o irritabilidad cuando faltan nutrientes; y el hambre de corazón, vinculado a la búsqueda de consuelo emocional. A ellas se añaden el hambre visual, el hambre bucal, el hambre olfativa y el hambre auditiva, que responden a estímulos de los sentidos. Además, aunque se destacan siete como principales, también se mencionan el hambre de tacto y el hambre mental como influencias adicionales.
La existencia de diferentes modelos refleja que el hambre no es una experiencia única. El planteamiento de cinco tipos se centra en factores biológicos, emocionales y ambientales, con un énfasis en las hormonas y la glucosa. El de nueve amplía el abanico hacia los sentidos y la mente, detallando cómo la vista, el oído o el olfato pueden desencadenar el deseo de comer incluso sin necesidad real. El de siete propone una visión intermedia que combina aspectos físicos, emocionales y sensoriales, incluyendo la dimensión del corazón como metáfora de la relación entre emociones y alimentación.