Navarra y las cooperativas, una tierra de manos que se juntan hacia el futuro y que tienen su origen en el siglo XX
Las cooperativas nacieron por necesidad y se consolidaron por haber convertido el trabajo en una identidad colectiva
Fueron Peter Cornelius Plockboy y John Bellers quienes comenzaron a plantar las primeras semillas del sistema cooperativo en el siglo XVII. Sin embargo, pasaron tres siglos hasta que esta idea echó raíces hondas en la Comunidad Foral, ya que, a diferencia del recorrido que hicieron otras regiones durante el siglo XIX, Navarra no entendió este modelo como un experimento económico, sino como una forma de resistir al abandono. Y a las injusticias que muchos labradores sufrieron a lo largo de su historia.
A medida que avanza la II Revolución Industrial, se desarrolla el movimiento obrero, los sindicatos y la defensa de los intereses de la comunidad, debido a que cada vez hay una conciencia mayor de los problemas que atizan a la sociedad; por ejemplo, los labradores, que sufren el caciquismo, la falta de medios, la usura y, en consecuencia, se ven obligados a migrar a otros países. En este sentido, el Estado español iba unos años por detrás con respecto al resto de países europeos, de ahí que este tipo de organización comenzara a asentarse de forma tardía en Navarra.
Es en 1904 cuando se funda la Caja Rural de Olite y, a partir de esta fecha, aparecen multitud de asociaciones –Cooperativa Harinera, Cooperativa de Abonos, Electra-Caja Rural, Cosecheros Reunidos o Bodega Cooperativa Olitense– hasta que se produce un estancamiento. No obstante, este primer embrión tuvo la suficiente fuerza como para que, pese a las épocas de crecimiento y de crisis, el cooperativismo navarro sigue teniendo, ahora, mucho peso en la economía de la Comunidad Foral.
Durante 1970 y 1980, las cooperativas se multiplicaron y adaptaron a diversos sectores: agroalimentación, energía, construcción, educación o servicios sociales. De esta forma, fueron esenciales las diferentes organizaciones de cooperativas –como UCAN (Unión de Cooperativas Agroalimentarias de Navarra) y ANEL (Asociación Navarra de Empresas Laborales y Cooperativas)–. Posteriormente, en 1990 se consolidó el cooperativismo en el medio rural, pero también en áreas urbanas como Pamplona y su comarca, donde se desarrollaron múltiples proyectos sociales, educativos y tecnológicos.
En la actualidad, Navarra cuenta con más de 1.200 cooperativas activas y decenas de miles de socios, que, de acuerdo con los datos ofrecidos por la Confederación Española de Cooperativas de Trabajo Asociado (COCETA), representan el 3,68% de las empresas del Estado.
De esta forma, el cooperativismo en Navarra no ha sido nunca una moda, sino una manera de trabajar para que nadie quede fuera. Y, quizás, esa es la clave de su resistencia. En una tierra de contrastes –donde conviven los bosques y el desierto, la industria y la huerta– Navarra sigue siendo una tierra de manos que se juntan. Una comunidad que entiende que el futuro no se construye en soledad, sino en compañía.
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