Lo de este equipo es increíble. Se agotan los adjetivos y los elogios para una Real que se ha convertido en la gran sensación de esta edición de la Champions League. Sus exhibiciones ya no son flor de un día, porque lleva tres baños literales en los tres jornadas de la máxima competición de clubes, aunque ante el Inter no pudiera mantener su ventaja. Una Real imperial que se merienda águilas cuando comparece con esas ansias de competir y con ese apetito voraz por demostrar lo muchísimo que ha evolucionado en el último lustro, sobre todo desde que el patrón de Orio tomó sus redes. 

Imanol suele repetir que está muy orgullosos de sus jugadores, pero lo que ha quedado este martes de manifiesto es que es el pueblo txuri-urdin el que no puede estar más orgulloso del mejor entrenador que puede tener. De todos los que hay, el mejor. De largo. No hay mayor virtud y don que el hacer feliz a tu gente. Imanol es un privilegiado porque consigue que nos brillen los ojos, que nos sintamos tan fuerte como cualquiera que se ponga enfrente y además lo hace respetando hasta el más mínimo detalle la esencia de lo que es la Real Sociedad. 

Antes, cuando el equipo afrontaba un partido con desplazamiento masivo de sus aficionados como el de este martes en Lisboa, la mayoría se conformaba con poder celebrar al menos un gol con el encuentro vivo para disfrutar de un festejo en la grada abrazándose a amigos y desconocidos. Eso ya pasó a mejor vida. Ya lo avisó Imanol la víspera en una rueda de prensa que le define a la perfección: “La Real no viene a empatar. Quiere ganar”. Dicho y hecho. Algunos pensaban que la obra maestra de Salzburgo era inmejorable, pero este equipo es capaz de superarse hasta en la excelencia. Porque lo que ha hecho ante un coloso europeo, acostumbrado a competir en la Champions y a soñar en grande en cualquier competición que participe ha sido casi incalificable por el simple hecho de que ya no quedan epítetos en la lista de los elogios. De verdad que resultaba imperdible ver las caras de incredulidad y constatar la frustración de los aficionados locales, acostumbrados a disfrutar de estrellas mundiales con su camiseta, que no daban crédito al baile que estaban recibiendo por parte de unos, para ellos, desconocidos. Para nosotros simplemente héroes de leyenda. El gol de Brais Méndez ha sido demasiado poco premio para lo que ha merecido la nueva ostentación blanquiazul que por momentos ha abusado de un pobre Benfica.

No hay más que verles la cara cuando suena el himno de la Champions. Si a sus aficionados se les pone la piel de gallina, a los jugadores realistas se les afila el colmillo. Saben de sobra que se encuentran ante una oportunidad única en sus carreras al disputar la máxima competición de clubes con la camiseta txuri-urdin. Se les nota. Es otra tensión, otra motivación y un deseo irrefrenable de competir ofreciendo su mejor versión. La primera parte ante el Benfica, un rival histórico y legendario, ha recordado sobremanera al baño que le dieron al Salzburgo hace unas semanas.

En aquella ocasión marcó sus dos goles antes de la media hora, el de Oyarzabal casi en su primer acercamiento con verdadero peligro. Y eso lo cambió todo. Los austriacos se quedaron tocados y los donostiarras se vinieron arriba hasta el punto de llegar a destapar el tarro de las esencias como reconoció sin tapujos su propio técnico. En esta ocasión, ante un contrincante más poderoso y en un escenario imponente, los hombres ofensivos realistas no han tenido tanta puntería y la impresión de su excelente primer acto se ha quedado más minimizada. Una pena. 

La Real ha merecido irse con uno o incluso más goles de ventaja al vestuario como lo confirma la sonora pitada que le ha dedicado a su equipo mientras se retiraba del campo. Más de media docena de oportunidades en el estadio lisboeta en solo 45 minutos es digno de destacar, porque los benfiquistas no están para nada acostumbrados a sufrir un dominio tan exagerado. Menos aún cuando el visitante no tiene tanta fama ni caché como otros gigantes europeos.  

Kubo ha apagado la luz del campo desde la primera jugada. Cada vez que entraba en juego el silencio se hacía ensordecedor en la grada. Se palpaba el miedo. Normal. El japonés entraba por su banda como un cuchillo en la mantequilla. A los seis minutos ya había probado suerte con un disparo al lateral de la red. El Benfica ha aguantado bien primera embestida y ha dado dos sustos, con un disparo de Neves que salvó erraldoia Zubeldia. Tras un gol anulado a Musa por fuera de juego de Rafa Silva en el origen de la acción y un disparo desviado del propio delantero, un buen chut con la derecha de Aihen ha dado inicio a la nueva exhibición. 

Porque la Real juega como los ángeles pero trabaja con el mismo sacrificio del que lucha por evitar una catástrofe como un descenso. La forma en la presionan y recuperan el balón en campo contrario ha sido tan espectacular como angustiosa para los locales. A Brais le han anulado un gol a centro de Merino por offside y el colegiado, tan diplomático como errático, ha mirado para otro en dos manos de los locales en el área, cuando la de Otamendi, que ha frenado un chut de Kubo, ha parecido penalti. En los minutos finales, Robin ha cabeceado fuera un servicio de Zubimendi que ya estaba en todos lados y Barrenetxea ha levantado astillas de la madera con una preciosa rosca que se le fue por centímetros.

Quién más o quien menos esperaba una segunda parte distinta y peligrosa por todo lo perdonado. Pero a esta Real ya nadie le podía sacar de la cabeza que se iba a llevar los tres puntos de Lisboa. Zubimendi ha culminado la enésima jugada de Lionel Kubo con un zurdazo que ha detenido el meta local. El japonés ha dejado boquiabierto a la grada con un eslalon que no ha sido capaz de culminar entre los tres palos hasta que, por fin, tarde pero seguro, Brais, ese centrocampista con alma de killer, no ha faltado a su cita con el gol.

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Fotos de la afición de la Real Sociedad por las calles de Lisboa Mikel Recalde

El gallego ha redondeado una jugada que ha comenzado él, ha pasado por Merino Barrenetxea ha cocinado con su habitual receta de regatear a su rival y servir un centro perfecto que lo ha culminado el gallego que nunca está en la luna y siempre aparece en el sitio exacto. Kubo ha podido sentenciar con un chut al larguero, pero a partir de ese momento ha tocado sufrir. Y cuando eso sucede, atrás no tarda en comparecer un muro que lo para todo. Tres atajadas de Remiro salvan un botín que no se ajustaba a los merecimientos de uno y otro.

Siete puntos y liderato en tres actuaciones para enmarcar de ensueño. ¿Quién da más? Imanol podrá volver a repetir que quién se lo iba a creer si hace cinco años nos lo dicen, pero esto hace mucho tiempo que dejó de ser un sueño y no puede ser más real. La Real de Imanol, que nos eleva muchos metros por encima del cielo, no solo a las novias, mujeres e hijos de los futbolistas, sino a todos los que amamos y sentimos estos colores. Ni el diluvio universal pudo apagar la luz del mejor equipo de esta Champions hasta ahora ni de su afición que volvió a acreditar que no hay otra igual. La gala europea txuri-urdin más elegante y reconfortante que se recuerda. Pasen y disfruten de la gran Real de Imanol...