a pamplonesa Arantxa Berruete Rodrigo y el italiano Antonio Chiorazzo dieron luz a su proyecto más personal el 20 de diciembre 2020. Hace apenas un año nació ‘No me sueltes nunca’, una pequeña empresa con la que crean esculturas mediante técnicas de moldeado llamado ‘lifecasting’. Cada obra, que hacen a domicilio, en Navarra y Euskadi, es completamente única, y por el momento es un hobby, ya que compaginan esta actividad con sus respectivos trabajos.

En el caso de este matrimonio, que se casó en 2018 en Londres y que hizo otras dos celebraciones, una en Matera y la otra en Pamplona, hacen obras completamente únicas. Además, esa excepcionalidad se la da la posibilidad que le dan sus clientes al entrar en sus casas. Arantxa y Antonio son los encargados de moverse a donde se encuentra el cliente y en el mismo salón de casa hacen todo su trabajo, al menos el inicial, ya que la culminación la hacen en su estudio, donde trabajan cada obra con detalle y muchísimo mimo.

La técnica que utilizan de ‘lifecasting’ es una metodología que consiste en hacer fotografías tridimensionales de momentos determinados. En el caso de ellos han preferido moverse en un tipo de arte que catalogan como blanco, ya que tan solo recrean manos, aunque recientemente han hecho un pie por un encargo personal de una gran bailarina de la capital de Navarra. Aun así, no se cierran puertas a nada pero aseguran que quieren seguir trabajando con las manos, de animales o de personas y de cualquier edad, una parte del cuerpo que confiesan expresa muchísimo.

Arantxa y Antonio se conocieron hace 14 años en Florencia y desde entonces han vivido en Italia, Inglaterra y en Pamplona. En el camino han dejado multitud de experiencias y guardan en su memoria, así como en su cámara -son fotógrafos entre otras tantas cosas-, muchísimos recuerdos. Al mismo tiempo ambos han pasado mucho tiempo lejos de sus hogares y quizá esa sensación de estar cerca les creó la necesidad de hacer algo que les uniera más con su entorno más cercano, su familia.

Es en esa sensación en la que se mueven en ‘No me sueltes nunca’. En congelar en el tiempo momentos únicos, tal y como eran. Así, podremos tener la oportunidad de estar dados de la mano de nuestro aita, nuestra ama, abuelos, hermanos o tener siempre los pequeños pies o manos de nuestros bebes. Es un recuerdo para siempre de un momento único con gente que te importa y que podrás seguir tocando pase el tiempo que pase. Son obras hechas de anhelos, de vínculos, de esperanzas y están llenas de ilusiones. Son momentos o etapas de la vida de los que se lo hacen.

Así, Arantxa y Antonio, juntaron todas estas sensaciones para crear esta empresa de lifecasting. Utilizan materiales de alta calidad que garantizaran la durabilidad de las obras durante un tiempo incalculable. Además, destacan que la importancia de cada obra estará en los años más que en el presente, ya que depende con quién nos hayamos hecho la obra puede que cuando uno de los que aparece falte o simplemente crezca, porque es un bebé, se convertirá en algo muy especial.

Con apenas 28 años la joven Arantxa Berruete decidió aparcar durante dos años su trabajo como auxiliar de ambulancias para estudiar su pasión, el diseño de interiores. Confiesa que los dos años del Grado Superior fueron duros pero muy gratificantes, ya que fueron el inicio de una etapa que por el momento lleva 14 años viviendo junto a su marido Antonio Chiorazzo. Se conocieron en Florencia en las prácticas internacionales que Arantxa hizo allí, en el lugar de trabajo donde él trabajaba. No fue un amor a primera vista y más teniendo en cuenta el nivel de italiano que en aquel momento tenía la navarra.

Finalizó su estancia allí pero en las navidades que terminó el Grado Superior le comunicó a sus padres que quería volver a Florencia, que sentía que tenía algo que hacer allí. No es que se lo tomaran muy bien y más porque dejaba la estabilidad de un trabajo en casa. Aun así, ella pensó que era el momento y sobre todo, que era lo que quería hacer. Enseguida se reencontró con Antonio Chiorazzo pero esta vez fue diferente, se enamoraron. Empezaron una historia de amor y todo fue bien hasta que él se quedó sin trabajo. Le salió una oportunidad en Milán y decidió ir pero Arantxa no veía que allí pudiera hacer mucho, así que decidió irse a Londres. Estuvieron un año separados y al año siguiente Antonio se mudó a Inglaterra.

Allí estuvieron siete largos años en una ciudad que dicen explotaron y vivieron a su manera pero en la que a medida que pasaban los años sentían que echaban de menos su casa, y que sobre todo su ritmo de vida no era el mismo que el de los demás londinenses. Así que, decidieron cambiar. Arantxa no tenía intención, a pesar de todo, de volver a casa pero un día Antonio le dijo que había encontrado trabajo en Pamplona. Finalmente vino y estuvo seis meses solo en Navarra. Pasado ese tiempo decidieron que establecerían juntos en la ciudad natal de ella y empezarían así una nueva etapa dentro del gran cambio de vida que Arantxa inició hace 14 años.

Todo esto sucedió hace tres años y el primero lo pasaron en una casa a 20 minutos de Pamplona. Estaban bien, demasiado tranquilos según ellos, y les sirvió para recuperar esa calma que habían perdido en su estancia en Inglaterra. Aun así, pronto se cansaron de no escuchar ningún ruido y al finalizar ese primer año decidieron mudarse a la capital. Una vez allí todo empezó bien pero de repente llegó el confinamiento y con él la imposibilidad de acercarse a la familia. “Era una sensación muy dura el salir a la calle y no poder tocarnos. El ir a donde mi madre, que es viuda, a llevarle la compra y saber que no la podía tocar fue muy duro. El hecho de que estuviera prohibido el contacto creó en mí una angustia y una necesidad”, recuerda la navarra Arantxa Berruete Rodrigo.

Tanto Arantxa Berruete y Antonio Chiorazzo saben más que de sobra la sensación que se siente en algunos determinados momentos al no poder estar cerca de sus seres queridos. Lo saben porque por una cosa o por otra han vivido lejos de sus casas, él en Matera y ella Pamplona, durante mucho tiempo. Esa sensación se le multiplicó aun más en la navarra porque estando en casa no podía estar cerca de su madre debido al coronavirus. Fue una sensación muy dura para ella el sentir que estando en casa estaba casi más lejos que cuando estuvo viviendo en Florencia en Londres. “Iba a donde mi madre pero no podía tocarla”, recuerda. Ahí, en ese instante le nació una necesidad y empezó a pensar qué podía hacer para arreglar de algún modo ese sentimiento que en ella estaba floreciendo.

Empezó a navegar por Internet y pensar hasta que un día recordó los cursos de lifecasting que junto Antonio hizo en Londres. Esa podía ser la forma mediante la cual podían hacer que pudieran seguir conectados para siempre. Lo habló con su marido pero al principio no lo comprendió, aunque la siguió desde el minuto uno. Empezaron a hacerlo con su entorno más cercano y visto el buen recibimiento que estaba empezando a tener pensaron en crear su propia empresa. Así, después de mucho investigar empezó a germinar ‘No me sueltes nunca’. “En el tiempo que vivimos es una de las pocas seguridades que la gente tiene es algo a lo que nos podemos agarrar y eso representan las manos, las partes más expresivas de las personas. Las partes que más cuentan son las manos”, afirma Antonio Chiorazzo.

Se reparten el trabajo. Arantxa es la encargada de contactar con la gente y de acordar qué se quiere hacer. Una vez llegan a un acuerdo tanto Antonio como ella se trasladan al domicilio de los clientes para hacer su trabajo. Este proceso lo hacen de manera conjunta. Al terminar en el estudio la escultura la hacen de manera conjunta pero toda la parte técnica la hace él. Eso sí, la obra se da por terminada cuando ella cree que está bien. “Somos los dos muy perfeccionistas y queremos que el trabajo que hacemos esté perfecto”, concluyen Arantxa Berruete y Antonio Chiorazzo.

En ‘No me sueltes nunca’ hacen manos que guardan recuerdos, instantes o momentos para siempre. Dicho de otra manera, son capaces de paralizar el tiempo con obras de arte de un gran realismo. Las obras que hacen incluyen, independientemente del precio, una peana y una placa donde poner una fecha, un nombre o lo que quiera el cliente. En cuanto a los acabados ofrecen el perla, un material de resina acabado en blanco, y el rubí, un material de resina con un acabado de un efecto metálico en plata, bronce o cobre. Y en cuanto a los precios oscilan entre los 55 y 330 euros dependiendo qué se haga cada uno.

Hasta la fecha, y en menos de un año desde que abrieron el 20 de diciembre de 2020, sus clientes les han querido agradecer lo tan importantes que para ellos son las obras de arte que les ha hecho. De esta manera, Amaya dice que, “esta escultura para mí está viva, es en tamaño real y refleja el momento de estar unidos, en familia”. O Ainhoa y Raquel aseguran que, “Es una bonita manera de recordar un instante de nuestras vidas”.

En definitiva, todas las impresiones de los clientes giran entorno al buen trabajo que tanto Antonio como Arantxa realizan y lo especial que es un recuerdo de este tipo.

“Cada obra que hacemos es especial. Desde el momento que vamos a la casa de los clientes el proceso es único. Además trabajamos en algo que es muy especial para ellos y nos lo transmiten”

“Detrás de este trabajo hay

una profunda investigación

de materiales y técnicas”

“Lo que nosotros hacemos es una especie de fotografía tridimensional, y en ese sentido la gente lo valora mucho”

“El cliente decide con quién quiere vivir esta experiencia y elige el acabado. El color que más nos piden es el plata, pero también tenemos bronce, blanco y dorado”