El vecino de mi madre era taxista. Le tengo un cariño especial. Una mañana de verano tras una noche de fiesta tuve la suerte de que pasara cuando yo hacía autoestop y tenía 18 años. Me llevó a casa de mis padres en su taxi blanco e impoluto como a una reina y no me dejó bajar con el dinero para pagarle los 13 km. de ruta. Nos solemos encontrar en el portal cuando voy a estar con mi madre. Hace unos días llevaba las últimas rosas del verano recogidas en su huerta. “Lo único bueno de este calor que no toca es que gastaremos menos en calentar la casa”, me dijo. Es cierto. Que este invierno el termómetro baje grado y medio más o menos importa. El pasado febrero dedicábamos a pagar la energía doméstica un 6% de nuestro gasto mensual. Ahora, un 20%. Están ocurriendo unas cuantas cosas trascendentales al mismo tiempo. Cosas que podemos leer como un cambio de era. Desde que Rusia declaró la guerra a Ucrania vivimos una crisis en la cadena de suministros y un aumento de precios que sufrimos cada día, gasolinera, supermercado, frutería, gas. Antes de eso ya notamos que los veranos se iban alargando. Cada año tardamos más en sacar el abrigo. Antes de eso ya intuimos que la inteligencia artificial iba a ser la gestora de buena parte de nuestras actividades cotidianas. Hoy los algoritmos anticipan nuestro comportamiento. Antes de eso ya escuchamos que el gran dragón asiático estaba despertando. Lo hizo, desayunó y está repleto de energía. China, India, pero también Brasil y otros países son las economías emergentes. Hay un filósofo e investigador financiero libanés, Nassim Taleb, que creó la teoría del Cisne Negro. Llama así a un suceso con tres características: es impredecible + tiene un gran impacto económico + ya pasado lo estudiamos para poder preverlo. Nos ocurre con el estallido de la guerra de Ucrania, internet, la inteligencia artificial, China y la globalización de sus copias baratas de todo, el covid… Estamos rodeados de cisnes negros. Es un cambio de era. O quizá la Historia siempre avance así.