Hasta el Madrid - La penúltima humorada siniestra a cuenta del golferío estratosférico en el que está pillado el Barça es que el Madrid de Florentino se ha personado como acusación particular y va a exigir que les caigan unos buenos puros a los barandas culés de los años del trapicheo arbitral. Suena a las bandas de Chicago en los años 30 del pasado siglo disputándose la hegemonía a tiros en las calles o a querellas en los tribunales. Pero lo cierto es que, en el minuto de teclear estas líneas, los merengues tienen una descomunal ventaja sobre sus eternos rivales. Aunque todos hayamos visto centenares de actuaciones arbitrales escandalosamente a su favor, aunque lo de “¡Así, así gana el Madrí!” haya sido un clamor de todas las aficiones que se han visto atropelladas por trencillas que sistemáticamente pitaban a favor de los blancos, al club que juega en el Bernabéu no se le ha documentado el pago multimillonario durante dos decenios a un destacado representante del estamento arbitral.

Decenas de pruebas - Uno llega a pensar que el mentado Florentino no necesita untar a los del pito. Ahí está la actuación del chisgarabís Munuera Montero en el último Osasuna-Real Madrid en el Sadar, permitiendo al técnico Ancelotti entrar al medio del campo como si fuera el salón de su casa o pasando un kilo de las provocaciones del tipejo que atiende por Vinicius. Lo que pasa es que no hay pruebas, así que toca una de ajo y agua. Con el Barça, sin embargo, desde que estalló el escándalo, no han dejado de acumularse algo más que indicios. A estas alturas, parece tasado y medido que el club blaugrana ha venido practicando el bizcocheo sistemático de la cúpula del organismo arbitral. El escrito de la Fiscalía no se anda con chiquitas. Deja negro sobre blanco que el objetivo de los pagos millonarios al vicepresidente del Comité Técnico Arbitral, José María Enríquez Negreira, y a su hijo, Javier Enríquez, era asegurarse el favor de los colegiados designados para sus enfrentamientos con el resto de equipos.

¡Y los árbitros! - Una imputación así no puede sustanciarse en una tarjeta amarilla. Procede la roja. Como poco, parece lógico desprender al equipo corruptor de los títulos obtenidos a lo largo del periodo en que quede acreditado el pago y promover su descenso de una o varias categorías, por duro que resulte. En segunda pero imprescindible derivada, hay que volver la vista a quienes se dejaron corromper, es decir, a los árbitros que acataron -¿a cambio de qué?- la instrucción de beneficiar al Fútbol Club Barcelona. Tampoco ellos pueden irse de rositas.