Cuando el balón se levanta del césped las situaciones se complican. Los jugadores intentan sacar ventaja en la disputa del balón en el aire para impedir que el contrario juegue la pelota o intimidarlo utilizando, a menudo, los brazos y los codos como argumentos.
Los árbitros analizan concienzudamente, con apoyo de todos los medios a su alcance, cientos de jugadas tratando de separar conductas más o menos temerarias de otras que representan auténticas agresiones.
El uso de los brazos en la disputa del balón está prohibido por las reglas y en la mayor parte de los casos representa una incorrección sancionable con tarjeta. El color de ésta es el nudo del problema. Intentaré explicar en unas pocas líneas dónde está la frontera que separa a unas de otras.
Tarjeta amarilla: se deben sancionar con amonestación las acciones en las que el brazo se utilice como herramienta. Son las situaciones en las que un jugador actúa con el brazo extendido por encima de la cabeza o el hombro del adversario. Son acciones temerarias que representan un riesgo para el contrario pero la intención del infractor no es causar un daño.
Tarjeta roja: se debe expulsar a los jugadores que usen el codo como un arma con la que golpear al adversario en la cara o el cuerpo; la manera de armar el codo, el recorrido de éste, el hecho de cerrar el puño, son pistas que ayudan al árbitro a discernir.
Apreciar estas situaciones dentro del terreno de juego es difícil y son muchas las jugadas grises en las que es complicado encuadrar en uno u otro apartado la acción. El objetivo del árbitro debe ser que los codazos alevosos, malintencionados acaben siempre con el agresor en la ducha.
Los aficionados, por encima de sus colores, deberían también aceptar que eso es lo mejor para el fútbol.
El autor es Vocal de Capacitación del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol