Cuando la selección de Argentina juega, el país se paraliza -literal-. Los negocios modifican sus horarios, y servicios como los taxis dejan de atender peticiones de carreras. En este país no todos son aficionados al fútbol, pero sí todos son seguidores de la albiceleste.

Una pasión 

Un fotógrafo de Mendoza contaba que a su madre de 87 años no le gusta este deporte, pero que no se pierde ningún choque de la selección. En esa línea, un taxista de Buenos Aires relataba que no es amante del fútbol, pero sí de la Scaloneta -como denominan a la selección por su entrenador desde que ganara la Copa América el año pasado-. 

En cambio otro compañero de profesión, Gabriel Benítez prefirió trabajar durante los 90 minutos de partido para atender a la clientela. “Sufro por la selección a través de la radio en mi oficina”, contaba refiriéndose al interior de su taxi. Durante esa hora y media de partido puede obtener el doble de caja que en una jornada de ocho horas: 105 euros por los entre 84 y 54 euros de un día normal.

La semifinal se disputó en pleno incremento de casos de covid en el país. El Gobierno ha habilitado vacunódromos en la ciudad, y ha limitado a tres el número de ocupantes por taxi.

Preparación 

Horas antes del choque entre Argentina y Croacia las calles de Buenos Aires comenzaban a vestirse de azul y blanco, y los aledaños de la plaza de la República, donde se encuentra ubicado el mítico Obelisco, se preparaba para la invasión de aficionados si vencía su selección. Convoyes de Policía rodeaban ese espacio, incluso concluido el partido comercios y establecimientos hosteleros se protegían con sus verjas y desde allí atendían a los clientes porque mantenían abierto el local.

La afición se reunió en familia y en cuadrillas para ver el encuentro. En el asador criollo La Estancia, por ejemplo, centenares de personas degustaban una parrillada al mismo tiempo que palpitaban con cada gol. Messi marcó, pero antes de comenzar el partido, los hinchas vibraban con sólo ver su rostro en la pantalla.

Puestos ambulantes 

Cuando el árbitro pitó el final, miles y miles de personas de todas las edades comenzaron a acercarse hasta el Obelisco. Durante cinco horas no pararon de cantar y corear a jugadores y a su selección. Al mismo tiempo el aroma de parrilla se extendía por esa zona debido a los puestos ambulantes que surgieron de la nada, y que también disfrutaban del pase a la final. Otros ofrecían cervezas e incluso combinados de ron con zumo de naranja. Otros ocuparon las aceras para vender camisetas de la albiceleste por unos 15 euros y complementos, como banderas y gorras.

“La selección nos da alegrías porque bastantes problemas padecemos, con la disparada inflación”, confesaba un taxista.