Aitziber Urtasun (Bilbo, 1973) ha pasado un mes en Nablus (Cisjordania). Después de un lustro dedicando íntegramente sus vacaciones ( y a veces hasta excedencias) a cooperar en campos de refugiados en Grecia, decidió cambiar de destino. Antes buscó una ONG local, Projecto Hope, a la que ofreció su trabajo como educadora artística especializada en el ámbito social. Urtasun es responsable del departamento de educación estética en el Museo Oteiza, y trató de adaptar su labor al campo de refugiados de New Askar. 

¿Qué ha encontrado en su estancia?

–Un pueblo que me ha tratado muy bien, que trabaja con mucho orgullo desde lo poco que tiene, pero lo que no me esperaba era un conflicto tan violento. Creo que cuando hablamos de Palestina, en el imaginario de la gente, está la Franja de Gaza como zona en guerra, y Cisjordania como semi rural, en la que la gente trabaja dentro una situación de ocupación, pero relativamente tranquila. Lo que me he encontrado en Cisjordania no tiene nada que ver con eso. La vida y la muerte, y la violencia y la tranquilidad conviven de una manera tremenda y muy apabullante.

¿Esta escalada responde también a una coyuntura?

–Los palestinos tienen la sensación de vivir en un estado de guerra cuasi permanente. Los campos de refugiados en esta zona se instalaron nada más crearse el Estado de Israel, en 1948 , y han acogido a tres generaciones. Los niños con los que he trabajado son de padres nacidos allí mismo, hijos a su vez de personas que crecieron y se casaron también allí. Por lo tanto, la frustración, la relación con la muerte, la violencia o el desplazamiento, es algo constante. Y se ve en sus ojos y se escucha en sus palabras cuando les preguntas. 

“La chispa ha vuelto a prender, también porque nadie en estos momentos está mirando a Palestina”

¿La situación internacional y la política en Israel alimentan la tensión?

–Sí, los conflictos eran muy frecuentes en la calle.  En la misma semana en la que empecé a trabajar se hizo oficial la constitución de una milicia armada, los Lion´s Den, que vendría a traducirse como la guarida de los leones. Una milicia de gente muy joven, de entre 17 y 25 años, que llevaba tiempo realizando ataques y redadas. Surge de esa frustación de los campos de refugiados y de esa opresión israelí. Está vinculada principalmente a Fatah, un grupo político, aunque también hay algunos vinculados a la yihad islámica, y de alguna manera todos lo están a Hamás, que es la que introduce las armas en Palestina.

¿Cómo es el día a día en Nablus?

–Hace meses lo habitual era que la violencia empezase por la noche, pero a la semana de estar allí saltaba la chispa en cualquier momento. De repente todo se cerraba, empezabas a oír disparos... Eso se fue agravando día a día hasta el punto de no poder salir de casa. Es una lucha un poco surrealista, con chavales muy jóvenes lanzando piedras, pero al mismo tiempo vi a algunas de estas milicias saliendo de pequeñas calles disparando; a las fuerzas israelíes... Yo creo que los palestinos no tienen una línea política clara y definida. Su ideal de convivencia y de unión sigue siendo Yasser Arafat, están aparentemente unidos a Fatah, pero muchos de ellos, muy jóvenes, han pasado muchos periodos en la cárcel. Y me decían que allí te tienes que posicionar para sobrevivir, y decir si quieres estar en el grupo de Hamás o de la yihad. Todo eso acaba en las calles. 

Israel se siente impune, y entre los palestinos está la tentación yihadista, que tampoco ayuda a su causa.

–Israel se siente impune, pero también tenemos que ser conscientes de nuestra propia responsabilidad, los ciudadanos, los políticos y la prensa. En los últimos años Israel estaba perdiendo un poco de fuerza en Cisjordania. Por lo menos así me lo han contado los propios palestinos, que habían empezado a tener una mayor sensación de estabilidad económica, dentro de que el conflicto no ha desaparecido nunca. Pero ahora la chispa ha vuelto a prender, porque esa frustración está ahí, pero también porque nadie en estos momentos está mirando a Palestina. No mirar lo que Israel está haciendo diariamente refuerza el poder israelí. Un periodista me decía que cada veinte minutos, y no es una frase hecha, hay una noticia de un altercado, un herido, un muerto, encarcelados... Eso es psicológicamente agotador, para el periodista y para el receptor. Lo que está pasando no se refleja realmente en la prensa. Muertes de niños de 12 o 14 años. 

“No puede ser que hagamos modas de los conflictos, ni que hayan muerto niños sin noticias ni repercusión”

La mirada de Occidente está puesta en Ucrania. ¿Eso se constata y se denuncia en Palestina? 

–Pregunté a distintas personas de ámbitos diferentes qué pensaban o sentían sobre lo que está ocurriendo en Ucrania y cómo se está trasladando eso en la opinión general. La respuesta era muy ambigua y de cierto agotamiento. Les parece evidente que todo el mundo está mirando a Ucrania, que ellos están completamente olvidados, y lo decían con un cansancio acumulado. Tenemos que analizar por qué tenemos esa tendencia de focalizar nuestra atención y aparentemente nuestra solidaridad en un solo conflicto. Parece que eso no tiene ninguna repercusión en Palestina, pero la tiene, enorme. 

Pónganos un ejemplo.

–El 30 de septiembre nos despertamos en Nablus con la noticia de un niño, que se llamaba Rayyan Suleiman, de 9 años, que había salido de la escuela, y que perseguido por las milicias de ocupación israelíes que iban en busca de jóvenes, se murió de un ataque al corazón. Eso nos dejó muy impactadas. Una compañera cooperante alemana me dijo: Esto va a ser el próximo Aylan, muerto en la costa griega después de un naufragio. Empecé a mirar Twitter y la prensa internacional, y no salía nada, y al día siguiente no hubo prácticamente ninguna noticia. Se denunciaron esos hechos, y Estados Unidos dijo que no van a ser investigados porque Israel no tenía ninguna culpa en algo así. No puedo llegar a imaginar lo que habría sido si un niño ucraniano, que me generaría la misma preocupación, hubiese fallecido de un ataque al corazón de un bombardeo de los rusos. Tendríamos manifestaciones en la calle, y bienvenidas serían. Lo que no puede ser es que hagamos modas de los conflictos humanos. Ni que en un mes hayan muerto niños de 9, 12, 14, 15 y 16 años, y no haya habido noticias ni ningún tipo de repercusión.

¿Faltan periodistas?

–Pero también una conciencia social global. Los periodistas tienen un problema enorme al trabajar allí, hay que ser verdaderamente valiente y conservar una capacidad psicológica en estos momentos, pero también es posible mantener tus propias fuentes allí. No quiero que esto suene a queja, pero he estado en Grecia trabajando en campos de refugiados y he recibido llamadas de periodistas para preguntarme por cómo estaba la situación. El año pasado me encontraba en el campo de Vial, en la isla de Quíos, en donde la mayor parte de los refugiados en esos momentos eran afganos.  Y tuve una conexión con televisión. ¿Por qué eso no ocurre en Palestina? Tenemos tiempo y espacio en un periódico, en televisión y en nuestro día a día en las redes sociales, para dar voz a la situación en Palestina. 

¿Cuáles fueron sus satisfacciones durante esta experiencia? ¿Para qué ha servido su estancia?

–Me llevo tantas cosas que todavía me emociona. Les tengo muy presentes. Mi trabajo principal fue con niños entre 7 y 14 años aproximadamente, en el cual repensábamos el propio campo de refugiados. Lo dibujamos y fotografiamos para ver qué les gustaría cambiar. Cuando trabajé en otros campos, en Grecia o en África u otro lugares, eran campos con gente que tenía el objetivo de llegar a un lugar. Pero en este caso, a los niños y niñas les gusta estar en Askar, porque es su tierra, y sienten que es su lugar, pese a las dificultades. Estos campos de refugiados no están hechos con tiendas de campaña como en Grecia, Bosnia o el Sáhara. Los campos en Palestina son mini ciudades. Las tiendas de campaña se han transformado sobre la misma extensión original, y han ido creciendo en pequeñas habitaciones hacia arriba Los espacios entre una casa y otra casa son de medio metro. Las calles tienen esa anchura. No hay parques ni espacios libres para jugar. Y hay muchos problemas de vista, por ejemplo, porque no tienen apenas luz en el interior de las casas. Ellos quieren cambiar cosas, pero seguir viviendo allí.

¿Volverá? 

–Sí, pero hay un problema para hacerlo, y es importante reflejarlo. El año pasado Israel se puso muy estricta con los visados y estableció unos protocolos distintos. Cuando llegas tienes un visado para tres meses, y en el momento que te vas de Palestina no puedes volver en un año. Eso lo que está haciendo es bloquearte los vínculos con la población de allí. Yo me había planteado volver en febrero, para seguir trabajando con los mismos niños, y no me va resultar posible. Esa reducción de visados, que al turista de turno no le resulta molesto, es otra especie de ocupación del Estado de Israel, que hace que no establezcas relaciones comerciales ni de trabajo largas, ni vinculaciones sentimentales a largo plazo, y las ONG trabajen con muchísima dificultad.